—Setuh no descansará hasta estar seguro de que la princesa Alpha, no representa un peligro para él.
—¡Entonces Jarlath está en peligro! −Grainne se llevó una mano al pecho, alarmada.
Noam negó con la cabeza.
—Mujer terrenal…
—Mi nombre es Grainne. –ella lo interrumpió y le brindó una tibia sonrisa.
—Grainne, –dijo él, tratando de ignorar ese semblante agradable y ahora relajado− es imprescindible que sepas que no hay paz por ahora en el mundo bajo las olas. Los seres luminosos luchan contra los obscuros. Si te mantienes a mi lado, yo te protegeré. Pronto verás a tu hija, te lo prometo.
Grainne comenzó a asentir.
—El señor del abismo dijo que nos separaría para vencernos. −dijo ella, angustiada.
—Pero no lo logrará. Como te he dicho, pronto estaremos todos juntos. Setuh apuesta a nuestra desesperación, pero no nos rendiremos. ¿Estás de acuerdo?
—Si.
Grainne lo miró detenidamente unos momentos.
—¿Eres…un elfo?
Noam sonrió.
—Tu hija me reconoció de inmediato.
Silencio.
—¿Tú la protegiste? –a Grainne se le iluminó el rostro.
Pero él no contestó y sólo parpadeó. Tiempo después y a petición de ella, Noam le contaba cómo había rescatado a su hija del castillo de las gemelas, omitiendo que las había emborrachado y besado…entonces Noam se quedó callado y tuvo la imperiosa necesidad de autoanalizarse inmediatamente. ¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso no quería dar una mala impresión a esa terrenal, para que no se decepcionara de él?
Noam contempló de manera disimulada el cutis de esa mujer, mientras reanudaba la conversación. No era tan suave como el de las hadas, pero le estaba ocasionando una mezcla de emociones que nunca había sentido. Ella era como un lago transparente. Podía discernir cualquier sentimiento y más cuando era dirigido hacia él. Si, podía percibir la gratitud de Grainne, además de una gran esperanza y admiración. Pero había un sentimiento que le llamaba más la atención y que era el más fuerte que todos. El arrepentimiento.
Cuando él le pidió que durmiera, Grainne se dispuso a obedecer y le sonrió amable. Grainne…ese nombre era realmente hermoso, pensó Noam, contemplando que ella caía en profundo sueño. Él se volvió hacia la fogata y miró fijamente las llamaradas del fuego. Sería una larga noche en la que se desempeñaría como vigía, pero era lo menos que podía hacer cuando su mundo estaba en peligro de caer en la obscuridad eterna.
—Gracias por salvarme a mí también, Noam. –murmuró Grainne de pronto, entre el sueño y la conciencia.
Noam volteó y observó el rostro de Grainne. Se sintió un poco culpable al notar el sentimiento de seguridad de ella, pues aunque los terrenales los consideraran seres extraordinarios y poderosos, de los cuales hacían cuentos e historietas, el peligro era real y no estaban viviendo en un cuento. Repentinamente, una pregunta apareció en su mente, ¿Qué habría sido del padre de Antonina?
- - - -
Un ojo rasgado y que destilaba odio infinito, se asomó de manera sigilosa por el pequeño hoyo hecho en la pared de tierra. Habían esperado casi cuatro siglos en el tiempo de las hadas, para escarbar y profanar la ciudad bajo tierra, habitada por puros aristócratas pretenciosos. Esos engreídos que creían ser los artistas del mundo y hablaban hasta por los codos. No había cosa que odiaran más los kobolds y era la voz de los enanos con capucha de piel.
Tesoro único. Su enorme boca parecía esbozar una sonrisa al descubrir a esa mujercita que parecía humana. Estaba profundamente dormida. Doble premio. Ya sabía lo que tenía que hacer. La torturaría con la pesadilla más horrible de todas, hasta que su mente no soportara más y cuando al fin le permitiera despertar, él le destrozaría todos sus huesos con un abrazo mortal, acabando con su estéril vida.
El espantoso kobold abrió sus fauces y salió un vaho maloliente que atravesó el hoyo y viajó a través de la habitación dirigiéndose a Antonina, incrustándose justo en medio de la frente. En ese preciso momento, la puerta se abrió y entró Oyami percatándose de la escena, ocasionando que estallara en gritos de horror. Inmediatamente la mujer salió de la habitación, al mismo tiempo que un fuerte estruendo sacudió todo el ambiente.
El Kobold había echado abajo el muro de roca. Avanzó lentamente y se paró frente a Antonina, acto seguido, se desintegró en humo negro formando un torbellino y se sumergió en el sueño de la niña. Mientras tanto afuera, Oyami casi se estrella con Kot, que se despertó alarmado ante sus gritos. Ella le explicó entre sollozos la situación de Antonina y después se alejó histérica gritando a todo pulmón, para dar aviso a toda su hermandad. ¡La ciudad estaba siendo profanada!
—¡No duerman! ¡No duerman! –Oyami miraba hacia todos lados− ¡Hay ladrones de los sueños! ¡Sus vidas peligran!
Kot abrió la puerta de un empellón y entró rápidamente, fijándose en el semblante de Antonina. La miró acongojado, descubriendo que tenía al kobold dentro de su cabeza. Lo indicaba la frente perlada de sudor.
—¿Cómo pasó esto? –preguntó Kot, sintiéndose afligido.
Después salió en busca de Ung y vio que el desorden ya reinaba en todas partes. Enanos corrían de un lado para otro. Empuñaban sus grandes espadas y luchaban contra esos temibles y espantosos kobolds con aspecto de rata, cubiertos de escamas negras. Sus espaldas lucían jorobas pronunciadas y adornadas por crestas de lagarto. De sus cabezas sobresalían dos cuernos largos y afilados. Parecían reír eternamente…pues ahora podían hacer lo que más les gustaba. Matar. Y sin que nadie pudiera impedirlo, ni condenarlos, puesto que la guerra había comenzado.
#1946 en Fantasía
#329 en Magia
magia brujas hechiceros aventura romance, fantasía amor superación familia abuela, fantasía hadas
Editado: 23.10.2024