—Así mismo pienso acerca de mi madre. –Alpha se entristeció− Sé que no regresará, que está en el Cosmos glorioso y que está bien.
Jarlath pensó que no tenía argumentos para discutir esa teoría. Pero había algo raro en la princesa, que…
—Lo único que me duele demasiado, –Alpha prosiguió− es que no estuve ahí, para prometerle que algún día volveremos a estar juntas.
Jarlath se cruzó de brazos.
—Para ser tan joven, dices palabras con mucha sabiduría. Es más, es como si hubieras recordado ya situaciones de tu pasado, incluyendo los momentos que has vivido con tu madre.
Alpha se quedó pasmada. Sí, él estaba pensando en ese momento que ella ya no tenía más una caja blanca. Reflexionó que tenía que ser más precavida si no quería que Jarlath descubriera que ya había recobrado la memoria.
—Bueno, ni soy tan joven, ni creo que sean sabias mis palabras. –Alpha sonrió.
—Bien, entonces, −Jarlath la miró, no muy convencido de eso− ¿Estás de acuerdo que debemos olvidar el pasado y no pensar demasiado en el futuro?
—Pues…sí. −Alpha miró el fuego de la fogata− Es lo más sano para el alma. Si quieres seguir sintiendo rencor en tu corazón, olvida lo que he dicho. Es decisión tuya.
Jarlath entrecerró los ojos, seguro que Alpha estaba ocultando algo.
—No olvidaré tus palabras porque me hará falta repasarlas, cuando quiera volver a entregar mi corazón. –él se acercó y extendió su brazo.
Alpha se quedó estática, viendo esa mano que la reclamaba. Dudó un momento, pero se puso de pie lentamente y avanzó un paso. Sus rostros estaban tan cerca y Jarlath la atrapó en otro beso profundo. Alpha se preguntaba si hacía bien en poner en riesgo otra vez a su pobre alma. Y aunque le inquietaba que él tuviera ese gran dolor en su corazón, por haber perdido a la mujer que había amado tanto, también estaba comprobando que esos besos eran solamente para ella, así como esas miradas que le hacían estremecer su piel.
Jarlath apretó la cintura de Alpha, mientras seguía aspirando ese aliento que lo estaba volviendo loco. Bajó una mano, pero repentinamente, Alpha se separó de él.
—No, Jarlath.
—Alpha, perdón, pero…
—Lo nuestro no puede ser.
Jarlath se quedó atónito y observó como ella se alejaba para recostarse, haciéndose un ovillo. Mientras tanto, él no salía de su asombro, pues no contaba con esa reacción. Estaba seguro que Alpha sentía lo mismo, pero ahora lo rechazaba tajantemente y él se había disculpado. Pero… ¿Por qué tuvo que hacerlo? Era natural que la deseara con todas sus fuerzas. Era normal que quisiera sentir ese cuerpo casi humano bajo su piel, por una simple e increíble razón. Se había enamorado irremediablemente de esa princesa de fantasía.
Pero eso no significaba nada para ella. Jarlath cerró los ojos y colocó una mano sobre su frente, considerando que había cometido un grave error. Había lanzado al ruedo a su corazón y había perdido la soga, pues no había considerado que Alpha era una mujer inalcanzable.
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Edrev miraba con gran angustia desde su escondite como el ogro golpeaba con el hacha, la base del tronco del árbol milenario. Ni en sus pesadillas más horripilantes había podido imaginarse que vivieran ese alarmante peligro. Si ese monstruo lograba derribar el árbol pomposo, todas las hadas que habitaban en él, morirían en el acto. Duendes morían, hadas huían presas del pánico. Todo era un ambiente de confusión y risas burlonas, de ese horrible hombre descomunal que gritaba de júbilo con cada golpe que asestaba.
Detrás de Edrev, se encontraba Gris presa de un llanto reprimido y se tapaba la boca para no ser descubiertas. Edrev la atrajo y la apretó muy fuerte, pensando que tal vez era él último abrazo que se daban. Ambas hadas cruzaron una mirada, con lágrimas en los ojos. Edrev sonrió débilmente, pensando que moriría contenta, porque aunque no tenía hermanas, nunca había querido tanto a alguien como a Gris. Eran inseparables. Las pequeñas hadas pegaron sus mejillas húmedas, sin dejar de ver como el árbol comenzaba a temblar de manera temeraria.
Pero de pronto, el sonido de una ráfaga cruzó frente a ellas y se sorprendieron. Era una flecha que pegó en el blanco y había arrancado un alarido al ogro, que soltó el hacha y se volvió con fiero gesto. El semblante de Edrev se iluminó al advertir la figura de ese hermoso elfo que se erguía altivo y Gris lanzó un gritito cuando se percató que… ¡Había más elfos que llegaron a ayudarlas!
—¡Vinieron los cantores de luna!... ¡No moriremos! –exclamó Gris.
Edrev le pidió con un ademán que guardara silencio, pues no quería que Noam perdiera concentración con sus gritos. Observaron llenas de tensión como el príncipe de los elfos volvía a disparar al igual que sus amigos, pero el ogro se deshacía de las flechas como si fueran pequeñas agujas, que sólo le producían leves rasguños. Cansado de la ofensiva, el ogro gruñó enfurecido y miró con odio a sus peores enemigos. Pronto divisó al líder de ellos y entonces lanzó un grito que hizo cimbrar la tierra y las hojas de los árboles.
Entretanto, en un lugar apartado detrás de otro árbol, Grainne aguardaba, conteniendo la respiración. Noam le había asegurado que todo estaría bien y confiaba en él. Se asomó con cuidado y miró al elfo. ¡Lucía tan sereno! Si, confiaba en ese ser que le llamaba mucho la atención, incluso se había atrevido a fantasear, despertando sus emociones que creía haber ocultado para siempre.
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Editado: 23.10.2024