Cada noche nuestro rey visitaba mi casa buscando a mi padre para que le cocinara; también para conversar como los grandes amigos que eran, mientras yo crecía viéndolos reír y disfrutar de aquellas historias que parecían increíbles. Historias que nunca creí hasta que me pasó…
En esos tiempos el modo de vivir de las personas era muy básico: casas pequeñas, pueblos pequeños, granjas; heredar el trabajo de tus padres, aceptar un hombre, hacer familia y esperar a que te llamara el espíritu de la muerte cuando se cumpliera tu propósito de vida.
Parecería que ahí terminaba todo, pero no… ¿qué pasó?, ¿por qué esta historia es tan diferente de las que conocemos de esa época, por qué no tener un héroe y un cuento feliz como el que esperamos? Porque solo lo que estaba por pasar sería el comienzo de una maldición que salvó mi vida y la de mi padre, por aquel gran guerrero lleno de tantas muertes.
Gracias a él hoy puedo contarles mi historia.
Pensilvania 1462
El conde Vlad Drácula hacía sus rondas por la ciudad que tanto quería y cuidaba. Al caer la noche pasaba a conversar con su gran amigo Fernando, el panadero de la ciudad, y su hija Laura.
Una noche, ya casi al cerrar la panadería el Conde entró y lo atendió Laura, quien le dijo que había notado a su padre un poco enfermo, con la esperanza de que él, como rey, tuviese la cura para sanarlo.
El conde Vlad se sonrió y le dijo a Laura que lo llevara a ver a su padre.
Subieron las escaleras y llegaron al cuarto de su amigo. Fernando estaba pálido, era innegable que estaba enfermo.
- Fernando, todos los días te vengo a visitar y hablo contigo, y nunca te había notado así como te estoy viendo hoy…
- Querido amigo, si no te lo he dicho es porque no quiero preocuparte, pero la verdad siempre he estado muy enfermo… es un dolor que me hace sentir un calor desde los huesos, hay días terribles, como hoy, que lo siento con cada respiro. Lo había escondido desde hace meses de ti y de mi hija, pero ya no puedo ocultarlo más y no siento que me quede mucho.