Con lágrimas y una enorme tristeza, Vlad salió de la habitación.
-Pequeña, ¿desde cuándo has visto a tu padre enfermo?
-Está por completar un año, señor Vlad, y el horno para hacer el pan lo pone peor. Cómo vamos a sobrevivir, cómo haremos mañana si así como está mi padre no quiero que cocine y siga empeorando.
-Yo puedo ser un rey, pero tu padre es y será siempre mi mejor amigo, es como mi hermano –así le habló Vlad, con una leve sonrisa-.
-Si usted es mi tío, pues su hermano lo necesita más que nunca, venga y ayúdeme a hacer los panes, que esta es la única panadería que hay en el pueblo, y eso va a permitir que mi padre descanse del calor un poco más.
Así, ambos pactaron hacer las obligaciones de Fernando durante casi toda la noche, juntos conformaron un buen equipo. Aunque eran inexpertos, les quedó muy bien porque lo hicieron con mucho cariño.
Lo que comenzó como el trabajo de una noche para ayudar a Fernando ya iba por una semana. Entre panes y charlas, la amistad de Vlad y Laura fue creciendo, pero lo contrario ocurría con la salud de Fernando, quien con los días estaba más débil. Preocupados por la suerte de Fernando, mientras preparaban el pan para el día siguiente, surgió un plan:
-Mi padre no ha mejorado nada y ya me da pena con usted, Vlad. Tiene que atender las obligaciones con su pueblo, con su castillo y ahora esto, tener que venir a ayudarme todas las noches.
-Hace mucho tiempo le fallé a mi pueblo y juré protegerlo durante toda mi vida. En el castillo solo existen personas que me quieren y me respetan solo por ser su rey, no como ustedes dos que me quieren por ser quien soy.
-Muchas gracias por siempre estar aquí –dijo Laura con ternura y preocupación al mismo tiempo-, qué vamos hacer con la salud de mi padre.
-Hoy viene un médico de la realeza a revisarlo; ya no confío en que él se mejore por sí mismo, alejarlo del horno no ha hecho diferencia.