–Sí, papá, siempre lo estaremos.
–Mira adelante, hija, hemos llegado.
Habían caminado hasta una casa en ruinas, con el aspecto del abandono por muchos años.
Al entrar, observaron sus paredes. Ellas contaban historias pintadas; palabras, encantamientos. Narraban cómo un ser infernal le había dado la fuerza a un hombre… a Vlad.
Había en esos muros internos una lista de nombres enumerados del uno al sesenta. El último decía “Fernando”, hecho que le llamó la atención, porque la casa estaba deshabitada desde hacía muchísimo tiempo, pero su nombre lucía recién escrito.
Fernando seguía conversando con su pequeña, pero cada vez que mencionaba el nombre de Vlad algo reaccionaba en la casa, sentía como si los estuviesen observando. La casa comenzaba a llenarse de una niebla oscura:
–Te agradezco que te sacrificaras por mí, Vlad, y voy a cumplir mi promesa –decía Fernando en voz alta, a la casa vacía, con un sentimiento de agradecimiento que nunca antes había experimentado-, me cuidaré y cuidaré a mi hija y sé que va a ser con tu ayuda, porque sé que siempre vas a estar conmigo.
Fernando agarró una bolsa llena de monedas que estaba sobre la mesa principal, tomó fuertemente de la mano a Laura y salieron; pero para su sorpresa afuera había tres guardias reales esperándolos, con espada en mano, dispuestos para el combate:
–¡Quietos, no den un paso más!, están siendo acusados de acabar con la vida de nuestro rey.
̶ ¡Nosotros seríamos incapaces de eso! –gritó Fernando, sorprendido-.
–¿y por qué usted está vivo y él no?, ¿por qué buscó a su hija y escapó?
– Las cosas no sucedieron así, él me salvó a mí y a mi hija, ¡yo no lo maté y no iré con ustedes!
Le dijo a Laura que corriera. La niña tomó la bolsa con las monedas y corrió hacia la parte trasera de la casa confiada en que su padre, a quien ya consideraba un héroe, tendría la fuerza de cien hombres para enfrentar a esos guardias.
Sin dudarlo, Fernando se abalanzó sobre los guardias y, sin quitarles la vida, los derrotó. Inmediatamente y con una velocidad nueva para él, fue a buscar a Laura, pero diez guardias reales rodeaban la niña y entre ellos, el capitán, quien se dirigió a él: