14

Apenas Laura terminó su discurso, se cerraron las puertas del ascensor. Inmediatamente Fernando tomó su teléfono y le escribió: “yo te amo más a ti, hija, eres el motivo de mi existencia, aunque sí te me ofende un poco que digas que tienes unas seis veces la edad de la señora, porque eso significaría que yo tengo unas siete veces más”. Concluyó su mensaje con dos emoticones, uno sonriendo y un corazón.  

Laura se montó en su carro y fue hacia la universidad y Fernando se quedó trabajando, como todos los días, ya no en su noble labor como el panadero de hace seiscientos años, sino como un reconocido joyero, cuyas habilidades y conocimiento en la materia solo eran posible adquirirlas con siglos de experiencia. 
Laura estaba estudiando en Stingum School, la universidad más lujosa de Estados Unidos, la cual, además de contar con el prestigio académico, tenía un sistema de seguridad similar al que se usa en las fortalezas más protegidas del mundo.   
Ella se estaba preparando para ser la mejor gemóloga del país y poder ayudar a su padre en el prestigioso negocio que tenían; pero apartando los detalles únicos que envolvían su historia, ella procuraba ser “lo más normal posible”, tenía sus amigos y actividades propias de esa edad que aparentaba.  
Ese día ya había culminado su día de universidad y de camino hacia el estacionamiento, se topó con dos compañeros con quienes coincidía en una de sus clases:  
—Laura, ¿aceptarías una invitación para ir a comer o tomar algo? –se le atravesó en el camino uno de ellos, con actitud un tanto arrogante.  
—No, Carlos, eres muy amable, gracias, pero ya tengo planes –contestó ella en tono amable, pero con mucha seriedad.