El pozo de la valentia

La cámara subterránea

Jaime avanzó, sintiendo el aire frío golpear su rostro mientras se alejaba de la abertura iluminada. A pesar de haber superado el miedo a la oscuridad, algo en su interior aún temblaba. La sensación de estar completamente solo no lo dejaba.

Al dar unos pasos más, llegó a un espacio mucho más grande, una cámara subterránea que parecía no tener fin. Las paredes de piedra se extendían hacia arriba, perdiéndose en la negrura. No podía ver el techo, y la luz de la abertura apenas alcanzaba a iluminar el borde de la entrada, como una pequeña llama en la distancia. Pero lo que le heló la sangre fue el sonido.

El eco de sus propios pasos se multiplicó, rebotando en las paredes como un susurro distante. Pero a medida que caminaba, notó algo extraño: había otros pasos.

No, no podía ser. No había nadie más ahí.

Jaime se detuvo, el silencio le envolvía, pero al mismo tiempo, sentía que algo lo rodeaba. Volvió a caminar, y al instante, el eco le respondió, más fuerte, más rápido, como si algo estuviera siguiéndolo. Cada vez que sus pies tocaban el suelo, los pasos ajenos también lo hacían.

—¿Quién está ahí? —preguntó, pero su voz sonó débil en el vasto vacío.

No hubo respuesta. Solo el eco.

Jaime apretó los dientes y continuó caminando, a pesar del miedo que le apretaba el estómago. Pero no podía dejar de mirar atrás. El eco lo seguía, siempre un paso atrás, como si una sombra invisible lo observase. Un sudor frío le recorría la frente, y aunque intentó apretar los ojos para no ver la oscuridad, su mente solo aumentaba la tensión. ¿Quién más podía estar en ese lugar? ¿Qué se escondía entre las sombras?

El vacío que lo rodeaba parecía más opresivo con cada paso. Las paredes, enormes y frías, parecían inclinarse hacia él, como si quisieran cerrarse sobre su pequeño cuerpo. Se sintió más pequeño que nunca.

En ese momento, recordó las palabras de su madre antes de llegar allí: "No te alejes mucho, Jaime. No sabes qué puede haber fuera de la vista". Si hubiera escuchado, quizás no estaría ahí, atrapado en un lugar que parecía ser tan vasto como su propio miedo.

Pero no podía volver atrás. No podía quedarse en el mismo sitio, temblando y esperando que algo sucediera. Tenía que continuar, aunque no entendiera por qué. Quizás encontraría la respuesta al eco de esos pasos, o tal vez, solo tal vez, encontraría algo que le diera paz. Pero en ese instante, lo único que sentía era la necesidad de escapar del vacío que lo rodeaba.

Jaime caminaba con pasos vacilantes, el eco de sus propios movimientos se había vuelto ensordecedor. Cada crujido de las piedras bajo sus pies parecía amplificado, y el susurro de su respiración en la vasta oscuridad se sentía como un grito. Los pasos ajenos seguían allí, cada vez más cercanos, como si lo estuvieran acechando. Pero algo en su interior le decía que tenía que seguir adelante. Que no podía rendirse.

Y fue entonces cuando, entre la espesura de la oscuridad, vio algo. Un destello de luz tenue que emergió de entre las sombras, como una pequeña chispa en la vastedad del vacío. Jaime se acercó, temblando, sin saber qué esperaba encontrar. A medida que se acercaba, distinguió una pequeña figura en el suelo: un objeto abandonado, cubierto de polvo y escombros.

Era un colgante. Un pequeño collar de cuentas, con un pequeño medallón en forma de corazón. Un objeto que reconoció al instante.

Era el collar de su madre.

El medallón estaba ligeramente dañado, pero las cuentas aún brillaban débilmente, como si la luz de su recuerdo se hubiera atrapado en ellos. Jaime lo recogió con manos temblorosas, un nudo en el estómago al sentir el frío metal. El collar le traía recuerdos nítidos: las tardes en que su madre lo abrazaba, las palabras suaves que siempre le susurraba antes de dormir, el aroma de su cabello cuando lo apretaba contra su pecho.

Era como si la presencia de su madre estuviera allí, en ese pequeño objeto. La oscuridad que lo rodeaba de repente no parecía tan opresiva. El colgante, a pesar de ser una pequeña cosa, era un pedazo de consuelo, una conexión con algo que amaba y que lo cuidaba.

Jaime cerró los ojos por un momento, dejando que el recuerdo lo envolviera. Su madre estaba lejos, pero este collar le daba la sensación de que aún estaba cerca.

"Voy a encontrarla", pensó, apretando el colgante en su mano. No sabía cómo, ni de qué forma, pero sabía que no podía rendirse. No ahora. No después de encontrar algo tan importante, tan lleno de amor.

El eco de los pasos ajenos seguía presente, pero ahora no parecía tan aterrador. Jaime respiró hondo, y por primera vez desde que cayó al pozo, se sintió un poco menos solo.




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