El pozo de la valentia

El reflejo

Jaime se guardó el collar en el bolsillo, el pequeño medallón aún cálido contra su piel. Un suspiro profundo escapó de sus labios, y por primera vez, la oscuridad no le parecía tan imponente. Aunque seguía sintiendo la presencia extraña de los pasos ajenos, algo en su interior había cambiado. El collar lo conectaba con algo más allá de las sombras, con algo que lo hacía sentir menos solo.

Pero entonces, mientras avanzaba por otro pasillo, el aire comenzó a sentirse más denso, más pesado. La roca que formaba las paredes del túnel comenzó a cambiar. Las superficies lisas se volvían más rugosas, las grietas se abrían como heridas abiertas en la piedra, y Jaime sintió que algo lo observaba, aunque no podía ver qué.

Al dar un giro, vio algo extraño. Allí, en una de las paredes, algo brillaba débilmente, reflejando la luz que quedaba. Se acercó cautelosamente, y al principio, pensó que era solo una parte de la roca que tenía un brillo peculiar. Pero cuando se aproximó más, se dio cuenta de que era algo distinto: una superficie, algo similar a un espejo, pero roto. Las grietas que recorrían su superficie parecían como cicatrices en un rostro, y cuando Jaime se asomó a mirarse, algo lo hizo detenerse de golpe.

Allí, en ese reflejo, no vio su rostro tal como lo conocía. En su lugar, vio a un niño más oscuro, con los ojos llenos de desesperación y tristeza. Su rostro era igual al suyo, pero algo en él estaba... diferente. El niño en el reflejo no sonreía. No había ni rastro de la curiosidad y la timidez que lo definían. Era una versión más rota, más vacía.

Jaime dio un paso atrás, su corazón se aceleró, y la respiración se le hizo pesada. No podía apartar la mirada de aquel reflejo extraño. ¿Qué era eso? ¿Por qué se veía así?

El niño en el espejo habló, su voz era suave pero llena de desdén.

—¿Por qué sigues adelante? —preguntó la figura en el reflejo, una sombra de lo que Jaime solía ser. —No sabes nada de este lugar. Vas a seguir caminando hasta que todo termine, hasta que no quede nada de ti.

Jaime retrocedió un paso más, el miedo creció dentro de él como un nudo apretado. ¿Era él quien hablaba? O... ¿era el reflejo de lo que él mismo temía llegar a ser?

—No... no es cierto. Yo... yo soy valiente. Puedo salir de aquí. —su voz temblaba, pero intentó reafirmarse.

El reflejo sonrió con tristeza, una sonrisa vacía, como si lo estuviera lamentando.

—Valiente, dices... ¿Lo eres? ¿Lo crees realmente? Todo esto es solo tu miedo. Y cuanto más lo ignores, más te va a consumir.

Jaime sintió cómo su cuerpo se tensaba, cómo las palabras del reflejo lo tocaban, como si tuviera razón. ¿Era él realmente valiente? Estaba perdido en un lugar desconocido, sin saber cómo salir, y lo único que tenía era este collar, un objeto que lo conectaba con algo que ya no podía tocar.

El reflejo seguía hablando, sus palabras como dagas que iban penetrando en su mente.

—Todo esto, todo este lugar... es lo que eres ahora. La oscuridad no te va a soltar. Nunca lo hará.

Jaime apretó los puños, luchando contra el terror que lo invadía. Su respiración se hacía más rápida, y las palabras del reflejo se sentían como un peso sobre sus hombros. Pero, a pesar del miedo, algo en su interior se despertó. No podía permitir que ese niño en el espejo lo derrotara. No podía dejar que la oscuridad lo absorbiera.

Miró nuevamente el collar en su bolsillo, el medallón que aún sentía cercano, y una pequeña chispa de coraje se encendió dentro de él.

—No... —susurró, esta vez con más determinación. —No voy a dejar que me detengas.

El reflejo sonrió de nuevo, pero esta vez, el rostro en el espejo comenzó a desvanecerse, como si las palabras de Jaime hubieran tenido poder sobre él.

Jaime se apartó lentamente de la superficie rota del espejo, su cuerpo temblando, pero la determinación comenzaba a tomar forma dentro de él. Aunque el reflejo había desaparecido, las palabras seguían resonando en su mente, como un eco que no dejaba de retumbar en sus oídos.

¿Realmente soy valiente?

La pregunta lo atravesó como un rayo. Las palabras del reflejo no lo dejaban tranquilo. ¿Lo eres? ¿Qué significaba ser valiente? Cada paso que había dado en ese lugar oscuro, cada momento en que había sentido el peso de la soledad y el miedo, ¿había sido valiente o solo un niño desesperado buscando escapar?

Se quedó allí, parado frente a la grieta en la roca, mirando al vacío que la cámara ofrecía. Sus manos seguían sudorosas, apretando el collar de su madre en su bolsillo, como si de alguna manera eso pudiera darle respuestas. El lugar seguía siendo vasto y aterrador, y el eco de los pasos ajenos no cesaba. Pero ahora, en lugar de sentir que estaba siendo perseguido, algo dentro de él le decía que debía enfrentarse a lo que sentía.

Jaime caminó con lentitud, sin rumbo fijo, pero con la mente llena de dudas. Soy solo un niño... pensaba. ¿Por qué no puedo ser fuerte? ¿Por qué me siento tan débil?

El peso de sus pensamientos lo ralentizaba. Las palabras del reflejo seguían rondando en su cabeza. ¿Todo esto es lo que soy? La oscuridad parecía abrazarlo más fuerte que antes, cada rincón del pasillo ocultaba algo que lo amenazaba, y él no tenía ninguna respuesta. La idea de que todo lo que había vivido, todo lo que había sentido hasta ese momento, fuera solo una manifestación de su miedo, lo hizo sentir más pequeño que nunca.

Entonces, recordó las palabras de su madre. Aunque las circunstancias eran diferentes, el amor en su voz siempre había estado allí para sostenerlo. En esos momentos de fragilidad, cuando las sombras parecían devorarlo, ella le había dicho que no estaba solo. Jaime cerró los ojos y respiró profundo. El miedo seguía allí, pero ahora, en vez de ser una sombra que lo acechaba, comenzó a verlo como una parte de sí mismo que no debía temer. Un miedo que no lo definía, pero que formaba parte de la experiencia humana.




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