El pozo de la valentia

El encuentro con la figura misteriosa

Jaime caminaba con cautela, su respiración aún pesada por el laberinto de dudas que había recorrido. La oscuridad lo envolvía, pero no de la misma manera que antes; ahora, parecía una oscuridad más palpable, como si se estuviera tornando más densa con cada paso. Sin embargo, a lo lejos, algo cambió. Una pequeña luz apareció, titilante, como una estrella solitaria en la vastedad de la nada. No era un resplandor fuerte, pero era lo suficientemente visible para llamar su atención.

Se acercó lentamente, sin saber qué esperar, pero a medida que se aproximaba, la luz se intensificaba, y una figura se fue perfilando frente a él. Era humana, alta, con una postura erguida, pero algo sobre ella no era normal. Su contorno parecía difuso, como si estuviera hecha de sombras y luz, oscilando entre lo real y lo irreal.

La figura miró a Jaime con una sonrisa en los labios. La expresión era amable, casi cálida, pero la manera en que la figura lo observaba… no podía evitar sentir que algo no estaba bien. Como si hubiera algo más bajo esa sonrisa, algo oculto. Jaime se detuvo en seco, el miedo comenzando a revolotear en su pecho.

“¿Estás perdido, pequeño?” La voz de la figura era suave, tranquilizadora, pero con un tinte extraño que Jaime no podía identificar.

Jaime asintió lentamente, sus ojos no dejando de observar a la figura, pero algo en su estómago le decía que no debía confiar completamente en ella.

“¿Puedo ayudarte a encontrar el camino?” preguntó la figura, acercándose un paso, y con cada uno de esos pasos, Jaime sentía como si el aire se volviera más denso, más frío. Algo estaba fuera de lugar.

La figura parecía tan amigable, tan dispuesta a ayudar, y sin embargo, había una incomodidad que lo invadía. Jaime, quien siempre había confiado en las personas a su alrededor, ahora sentía una extraña desconexión, como si esta figura no tuviera nada de lo que él consideraba familiar. ¿Por qué me sonríe así? pensó, mirando su rostro, pero algo sobre la suavidad de la sonrisa lo hacía sentir más inseguro.

“No sé…” Jaime comenzó, su voz temblorosa. “No sé si debo seguirte.”

La figura inclinó la cabeza, como si comprendiera su duda, pero sus ojos, aunque cálidos, brillaban con una intensidad extraña. “¿Por qué dudar? Todo lo que necesitas es confiar. La oscuridad no tiene por qué asustarte, pequeño. Yo puedo mostrarte cómo salir de aquí.”

La propuesta parecía tentadora, casi como un consuelo para Jaime, pero algo en su interior le decía que no debía seguir esa invitación tan fácilmente. Esa voz suave, esa postura tranquila, parecían esconder algo, algo que no podía identificar, algo que no era completamente real. Su instinto le decía que la figura no era quien decía ser, pero la figura le estaba ofreciendo lo que tanto necesitaba: una salida.

Jaime permaneció inmóvil, sus ojos fijos en la figura mientras las palabras flotaban en el aire, pesadas y llenas de duda. La figura seguía sonriendo, pero ahora, la suavidad de su rostro parecía menos reconfortante. Los ojos de Jaime buscaban algo más, algo que pudiera decirle que esta figura no era tan inofensiva como parecía.

La figura dio otro paso, como si quisiera acortar la distancia entre ambos. Jaime, sin embargo, retrocedió un pequeño paso, sintiendo cómo su corazón latía más rápido en su pecho.

“No hace falta tener miedo,” dijo la figura, su voz más suave, casi como un susurro. “Yo solo quiero ayudarte. No tienes por qué seguir perdido en este lugar.”

“Pero… ¿quién eres tú?” Jaime no pudo evitar preguntar, su voz llena de confusión. No podía entender cómo alguien podía ofrecerle ayuda sin razón, ni por qué esa presencia le parecía a la vez reconfortante y aterradora. “¿Por qué estás aquí? ¿Por qué me sigues?”

La figura se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en el pequeño. Parecía reflexionar, y luego, habló con una voz que casi parecía tener un eco en las paredes del laberinto.

“Estoy aquí porque siempre he estado aquí. Siempre he estado observando, esperando. Y tú me has encontrado, Jaime.”

Las palabras resonaron en su cabeza, inquietantes. ¿Esperando? ¿A mí? Jaime sentía un escalofrío recorriéndole la espalda. No podía explicarlo, pero las palabras de la figura lo hacían sentir como si estuviera atrapado en algo mucho más grande que él mismo.

“¿Por qué no me sigues?” la figura insistió, acercándose un paso más. Su sonrisa seguía intacta, pero había algo en ella que comenzaba a parecer forzada, como si estuviera presionada por algo que no podía controlar. “Yo puedo hacer que todo esto termine. Solo tienes que confiar en mí.”

Jaime no pudo evitar mirar a los ojos de la figura. Había algo familiar en su mirada, algo que le recordaba a su madre, a veces tan amorosa y otras tan distante, como si la conexión entre ellos fuera tan profunda como su desconcierto.

“No sé… No sé si puedo confiar,” dijo Jaime, su voz temblando. Había algo en su interior que le decía que esta figura no podía ser confiable, algo en sus entrañas que gritaba que no debía dar ese paso.

“¿Por qué no?” La figura se acercó un poco más, con un tono que intentaba ser persuasivo. “Tus miedos, tus dudas… no necesitas vivir con ellos. Yo puedo ayudarte a liberarte de todo eso.”

Jaime parpadeó, sintiendo cómo el peso de sus miedos y dudas lo aplastaba. Liberarse… ¿de qué? En su mente, las palabras comenzaban a entrelazarse, pero nada tenía sentido. La figura lo estaba invitando a dar un paso hacia lo desconocido, hacia lo que no podía comprender.

“Lo que temes no es real,” dijo la figura, como si pudiera leer los pensamientos de Jaime. “Lo único que te retiene es tu miedo. Yo puedo mostrarte la verdad.”

Jaime cerró los ojos por un momento, la lucha interna en su corazón creciendo. No era solo la figura lo que lo confundía, sino la sensación de que algo más estaba en juego. ¿Qué es lo que realmente quiero? ¿Salir de aquí? ¿O enfrentarme a lo que me está haciendo sentir todo esto?




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