El pozo de la valentia

La voz

Jaime avanzaba por el pasillo, sus pasos resonando en las paredes de piedra, cuando algo lo detuvo. Al principio fue un susurro, casi inaudible. Pero luego, con claridad, escuchó una voz: la voz de su madre.

“Jaime…” La voz se deslizaba en el aire como un suspiro, y aunque sonaba distante, tenía una dulzura reconfortante, como si ella estuviera cerca, llamándolo.

Su corazón se aceleró. El miedo a la oscuridad, a lo desconocido, parecía desvanecerse por un momento, reemplazado por una urgente necesidad de encontrarla. Es ella. ¡Es mi mamá!

“¡Mamá!” gritó, su voz quebrándose por el miedo y la esperanza. Corrió hacia el eco de su voz, con las piernas temblorosas pero decididas, como si pudiese alcanzarla en cualquier momento. Pero cada paso que daba lo llevaba más lejos de donde había escuchado el sonido. La distancia no parecía disminuir, sino aumentar.

“Jaime…” La voz de su madre volvió a llamarlo, esta vez más suave, como si estuviera más lejos, como si se desvaneciera con el viento.

El niño se detuvo en seco, mirando a su alrededor. La oscuridad lo rodeaba, pero el sonido de su madre seguía flotando en el aire, el eco cada vez más distante. El pasillo que antes parecía interminable ahora se estiraba ante él como una espiral de confusión. Los muros se cerraban a su alrededor, y la voz, aunque cálida, ahora lo torturaba. Era como si estuviera atrapado en un sueño, incapaz de alcanzar lo que más deseaba.

“¡Mamá!” gritó nuevamente, esta vez con desesperación, su garganta rasgada por el dolor. “¡Mamá, ven aquí! ¡Estoy aquí!”

Pero la voz ya no respondió. El pasillo parecía absorber sus palabras, como si su madre nunca hubiera estado allí. El silencio se instaló en el aire, pesado e insoportable. Jaime se quedó en el centro del pasillo, su respiración entrecortada, los ojos llenos de lágrimas. El eco de la voz de su madre había sido solo eso, un eco. Una ilusión que lo había guiado a la nada.

El miedo lo envolvió de nuevo, pero esta vez, el miedo no era solo la oscuridad o lo que lo rodeaba. Era el miedo de perderla, el miedo de que ella ya no pudiera alcanzarlo. ¿Y si la voz se desvanecía porque ya no podía encontrarlo? ¿Y si se había alejado demasiado, y ahora no había forma de regresar?

Jaime cayó de rodillas, las lágrimas cayendo sin control. “No quiero estar aquí solo… No quiero perderte…”

Jaime, de rodillas y con el rostro empapado en lágrimas, temblaba de miedo. El pasillo parecía alargarse interminablemente, y la voz de su madre, que antes lo había llamado, se había desvanecido. El vacío lo rodeaba, y un frío profundo lo calaba hasta los huesos. Su pecho se apretó, y por un momento sintió que ya no podía seguir adelante.

¿Por qué no está aquí? pensó, desesperado. ¿Por qué no puede encontrarme?

Se abrazó a sí mismo, apretando las piernas contra su pecho, cuando algo frío tocó su mano. Algo pequeño, suave. Instintivamente, metió la mano en su bolsillo, buscando sin saber qué.

Era el collar de su madre. Un pequeño collar de cuentas, con un pequeño medallón en forma de corazón. El contacto con el metal frío y familiar lo hizo detenerse, y por un momento, todo el miedo y la confusión se desvanecieron.

Jaime sacó el collar de su bolsillo y lo sostuvo entre sus manos. El corazón brillaba tenuemente en la oscuridad, como si compartiera con él un resplandor tenue pero reconfortante. El collar, ese simple objeto que siempre había sido parte de su madre, lo conectaba a ella, incluso en la más profunda oscuridad. Era una señal de que no estaba completamente solo, que algo de ella seguía con él.

Ella me quiere. Yo no quiero perderla. Pero… pensó, mientras el collar se deslizaba entre sus dedos. No puedo quedarme aquí llorando. No puedo esperar que me rescaten. Tengo que ser fuerte.

De repente, una nueva oleada de valor lo invadió. Ella me ha dado fuerzas siempre, me ha cuidado. Yo también puedo ser valiente, aunque no la vea. Puedo salir de aquí, por mí mismo.

Jaime apretó el collar contra su pecho, cerrando los ojos por un momento. El suave resplandor de la piedra parecía dar paso a una nueva determinación en su interior. No voy a rendirme.

Guardó el collar con cuidado en su bolsillo nuevamente, sintiendo su presencia como una promesa, una fuerza silenciosa que lo empujaba hacia adelante. El miedo seguía allí, pero ya no lo dominaba. Ahora, algo más fuerte lo impulsaba: la voluntad de seguir adelante, de encontrar su propia salida. No solo por él, sino también por su madre, que lo había amado y lo seguiría guiando, aunque no pudiera estar físicamente a su lado.

Con un último suspiro de determinación, Jaime se puso de pie. El pasillo seguía frente a él, pero ya no parecía tan aterrador. Aun en la oscuridad, ahora sentía que podía avanzar, paso a paso. Su madre, aunque distante, seguía con él, no en la forma que esperaba, sino en el valor que ella misma le había dado desde el principio.




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