Jaime avanzaba, paso a paso, por el pasillo, cuando de repente el suelo bajo sus pies desapareció. No fue una caída brusca, sino un desvanecimiento lento y casi suave. Al principio, no comprendió qué estaba sucediendo, pero cuando miró hacia abajo, vio que ya no estaba pisando nada. Frente a él, un abismo se extendía, profundo y oscuro, pero en su interior había algo extraño, algo hermoso: luces parpadeantes, como estrellas en un cielo lejano.
Las luces brillaban con intensidad, como si cada una de ellas tuviera una historia que contar, una razón para existir. Jaime observó cómo el abismo se llenaba con esos puntos luminosos, que parecían llamarlo, invitándolo a dar un paso hacia el vacío. El niño, cauteloso, se asomó al borde. A lo lejos, las estrellas parecían titilar en una danza silenciosa, pero algo en su brillo le parecía inquietante. No podía dejar de mirarlas, como si algo dentro de él estuviera atrapado en ese resplandor.
“¿Qué es esto?” murmuró, asombrado y al mismo tiempo desconcertado.
A medida que dio un paso hacia el abismo, algo cambió. Las estrellas comenzaron a apagarse, una tras otra, como si la oscuridad las estuviera devorando. Un estremecimiento recorrió su espalda. Jaime se dio cuenta de que cada luz que desaparecía dejaba el aire más frío y denso a su alrededor.
Dio otro paso, más cauteloso, y las luces continuaron apagándose. No podía entender por qué, pero algo en su interior le dijo que el tiempo se agotaba, como si estuviera viendo los últimos destellos de algo que ya estaba muriendo.
"Es como si… como si todo estuviera dentro de mi cabeza", pensó. El abismo, las luces, el vacío… Todo comenzaba a tener sentido de una manera aterradora. No estaba perdido en un lugar físico, sino en su mente, en sus miedos. Ese abismo era su propio miedo a la oscuridad, a la soledad, a perderse a sí mismo. Las estrellas representaban esos momentos de claridad que aún podía aferrarse a, pero si no avanzaba, si no tomaba una decisión, esas luces desaparecerían.
“¡Tengo que salir de aquí!” gritó, sin saber si realmente alguien lo escucharía. Pero, al mirar las estrellas que aún parpadeaban, vio algo más. Cada destello de luz que se apagaba dejaba un vacío, un vacío en su alma. Un hueco que no podía llenar si se quedaba allí, atrapado en la oscuridad.
Las estrellas seguían apagándose, pero a pesar del miedo, a pesar de la desesperación, Jaime comenzó a caminar hacia el abismo. Sabía que no podía quedarse atrás, que si no avanzaba, perdería las últimas luces que quedaban dentro de él. Tenía que enfrentar su miedo, no solo el de la oscuridad, sino el de no ser suficiente, el de quedarse atrapado en su propia mente, incapaz de salir.
Con cada paso, el aire se volvía más pesado, pero también sentía que su voluntad crecía. Las luces se desvanecían, pero ahora entendía: su lucha era contra el tiempo, contra sí mismo. Las estrellas apagadas no eran un final, sino una advertencia. Tenía que moverse, tenía que superar sus miedos antes de que el vacío lo consumiera.
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crecimiento personal, superacion y nuevos comienzos, niño con miedos
Editado: 08.02.2025