La oscuridad volvió a envolver a Jaime mientras dejaba atrás la habitación distorsionada. Los pasillos se alargaban en silencio, pero había algo nuevo en el aire. Un peso, una presencia que parecía observarlo. Jaime podía sentirlo, como si algo se moviera más allá de los límites de su vista, acechándolo.
De pronto, un sonido resonó detrás de él. Un susurro grave, casi como un gruñido contenido, reverberó en el aire. Jaime giró rápidamente, pero no vio nada. Su respiración se aceleró, y por un momento, pensó en correr. Sin embargo, recordó lo que acababa de aprender: huir no solucionaba nada. Apretó el pañuelo en su mano y siguió adelante, aunque cada paso parecía más pesado que el anterior.
Entonces lo vio.
Emergiendo de las sombras, una figura enorme y retorcida bloqueó el pasillo. Su silueta era humana, pero algo en ella no era correcto. Era demasiado alta, con extremidades desproporcionadas y una sombra que parecía oscilar como un fuego apagándose. Sus ojos eran dos pozos vacíos que irradiaban una amenaza silenciosa.
Jaime sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Todo en esa figura le resultaba aterradoramente familiar. No era solo el tamaño o la forma; era el peso de su presencia, la forma en que llenaba la habitación con su sombra, aplastándolo todo a su paso.
—¿Qué eres? —preguntó Jaime, con la voz temblorosa, aunque ya lo sabía.
La figura no respondió. En lugar de eso, avanzó un paso hacia él. El sonido de sus pisadas resonó como un trueno en el pasillo, y Jaime retrocedió instintivamente.
—¡No te acerques! —gritó, pero su voz apenas salió como un susurro.
La figura inclinó la cabeza, como si estuviera estudiándolo. Entonces, habló. Su voz era grave y densa, una mezcla de eco y susurro que perforaba los oídos de Jaime.
—¿Por qué corres, Jaime? ¿No me reconoces?
Jaime sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa voz… Había escuchado esa voz muchas veces antes. Era la misma que llenaba la casa con gritos y reproches. La misma que le había dicho que "se hiciera fuerte", que "no llorara como un bebé".
—Papá… —susurró, aunque la palabra se le atragantó en la garganta.
La figura sonrió, pero no fue una sonrisa cálida. Era torcida, llena de dientes afilados que brillaban como cuchillas en la penumbra.
—Claro que sí, hijo. Soy yo.
Jaime retrocedió de nuevo, pero el pasillo detrás de él comenzó a cerrarse, como si las sombras lo empujaran hacia adelante.
—Siempre me culpaste, ¿no es cierto? —continuó la figura, avanzando otro paso. Sus movimientos eran lentos, deliberados, como si disfrutara del miedo de Jaime—. Tus lágrimas, tus miedos… Siempre fui el villano en tu historia.
—No… no es eso… —dijo Jaime, aunque su voz apenas se sostuvo.
—¿No? Entonces, ¿por qué estás temblando? ¿Por qué sigues huyendo de mí?
Jaime sintió que las lágrimas ardían en sus ojos. Quería correr, esconderse, pero sabía que no podía. No esta vez. Respiró hondo, recordando el pañuelo en su mano y las palabras de su madre. "Eres fuerte, Jaime. Más de lo que crees."
Se detuvo, cerrando los ojos por un momento. Podía sentir el peso de la figura acercándose, pero no se movió.
—No estoy huyendo —dijo finalmente, abriendo los ojos. Su voz temblaba, pero había determinación en ella.
La figura se detuvo, sorprendida por el cambio en el tono de Jaime.
—¿Ah, no? Entonces demuéstramelo.
Jaime dio un paso adelante. Sus piernas temblaban, pero no retrocedió.
—No voy a huir más —dijo, mirándolo directamente a esos ojos vacíos.
La figura se inclinó hacia él, y por un momento, Jaime sintió que su pecho se comprimía, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto denso. Pero no apartó la mirada.
—¿Y qué harás, pequeño? —preguntó la figura, burlándose—. No puedes ganar contra mí. Soy todo lo que temes. Soy tu debilidad, tu fracaso.
Jaime apretó los puños, sintiendo cómo su miedo comenzaba a transformarse en algo más.
—No eres mi debilidad —dijo con fuerza—. Solo eres una sombra. Algo que yo mismo creé. Y no voy a dejar que me controles más.
La figura se detuvo, como si las palabras de Jaime hubieran atravesado su cuerpo oscuro. Las sombras a su alrededor comenzaron a ondular, perdiendo su forma definida.
Jaime dio otro paso adelante, y luego otro. Cada paso que daba hacía que la figura se encogiera, sus proporciones desmoronándose como humo disipándose en el viento.
—No eres mi papá —dijo Jaime, con una certeza que nunca antes había sentido—. Mi papá no está aquí. Eres solo mi miedo.
Con esas palabras, la figura dejó escapar un grito que resonó como un rugido en las profundidades del pasillo. Su forma oscura se deshizo en pedazos, como si nunca hubiera estado allí. Jaime se quedó solo, respirando con dificultad, pero con una sensación de alivio que no podía explicar.
Había enfrentado su miedo, y había ganado.
#2348 en Otros
#607 en Relatos cortos
#1709 en Fantasía
crecimiento personal, superacion y nuevos comienzos, niño con miedos
Editado: 08.02.2025