El pozo de la valentia

La transformación

Jaime avanzó con pasos firmes sobre el puente que se extendía frente a él, iluminado por un tenue resplandor. Aunque su cuerpo estaba cansado, había algo diferente en él: una ligereza, una calma que no había sentido desde que comenzó su travesía. Había dejado atrás todos los objetos que había atesorado, pero el peso que había llevado no desapareció; simplemente, cambió. Ya no era una carga, sino una fuerza que lo empujaba hacia adelante.

A medida que caminaba, el puente comenzó a desvanecerse tras él, como si el mundo que había conocido estuviera cerrándose poco a poco. Pero Jaime no miró atrás. Había aprendido que lo que quedaba atrás no definía su futuro, sino su voluntad de avanzar.

Frente a él, el abismo que parecía infinito comenzó a disolverse. Las sombras se retiraron lentamente, y en su lugar, un tenue resplandor rosado y dorado apareció en el horizonte. Jaime se detuvo al borde del puente, contemplando cómo el paisaje a su alrededor se transformaba.

El suelo bajo sus pies ya no era frío y oscuro, sino suave y cálido, cubierto de una hierba verde que brillaba bajo la creciente luz. Por primera vez desde que cayó al pozo, Jaime sintió algo que casi había olvidado: esperanza.

Alzó la vista y vio que el cielo comenzaba a teñirse de colores vivos. No era un amanecer común; las luces parecían bailar, creando formas suaves que lo envolvían con calidez. Cerró los ojos por un momento, dejando que esa luz lo bañara por completo.

En su mente, escuchó una última vez aquella voz que lo había guiado en los momentos más difíciles.

Lo lograste, Jaime. Ya no necesitas nada más. La fuerza que buscabas siempre estuvo dentro de ti.

Jaime sonrió levemente, recordando todo lo que había enfrentado: su miedo a la oscuridad, los ecos de su soledad, las sombras de su pasado y el sacrificio de lo que más valoraba. Todo eso lo había llevado hasta aquí, a este lugar donde el miedo ya no tenía poder sobre él.

Abrió los ojos y dio un paso adelante, adentrándose en ese nuevo amanecer. El aire era fresco, y con cada paso sentía que su cuerpo se llenaba de energía. Ya no era el mismo niño que había caído al pozo. Había crecido, no en años, sino en fortaleza, en comprensión, en confianza.

Miró hacia el horizonte, y por primera vez, no se preguntó qué vendría después. Simplemente, siguió caminando.




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