Siempre supe que estaba prohibido. Y no hablo de esas prohibiciones tontas como “no comas chocolate antes de dormir” o “no revises el celular en clase”; hablo de lo serio, de lo que podría cambiar mi vida en un abrir y cerrar de ojos. Desde el primer instante entendí que acercarme a él era jugar con fuego… y, sorpresa, terminé chamuscada.
Lo peor es que él lo sabía. Sabía que tenía miedo, que mi instinto gritaba “huye” cada vez que lo tenía demasiado cerca, pero aun así se negaba a soltarme. Y yo, ingenua de mí, pensé que lo nuestro sería un trato simple, sin complicaciones, como pedir un café descafeinado y que realmente te lo sirvan sin cafeína. Fácil.
¿El resultado? Bastó con romper una sola regla para que todo se fuera al desastre. Ahora vivo en medio de secretos, enredos, discusiones que parecen salidas de una telenovela barata y, sí, momentos que me hacen preguntarme si estoy loca por seguir aquí.
Pero entre nosotros, si la locura tiene sus ventajas, creo que acabo de firmar contrato permanente.
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Editado: 25.09.2025