El precio de Encajar

Capítulo 6

«La esperanza es testaruda: vuelve a tocar la puerta incluso cuando aprendiste a quedarte en silencio.»
—Heliana

Dormí como quien por fin baja una maleta pesada. No era que los problemas hubieran tomado vacaciones; era que el olor a pan recién hecho y a colonia de bebé me dejaban el cerebro desarmado. La casa de Danna tenía ese ruido amable de las familias que se quieren mal, pero se quieren: una tetera hirviendo, un televisor bajito repitiendo titulares inútiles, los pasos de Alejandro que suenan como si cuidara de no pisar nuestros miedos.

—Arriba, princesa del caos —canturreó Danna, empujando la puerta con la cadera—. Te traje chocolate con pan y un abrazo que no se discute.

No discutí. Me dejé abrazar como se bebe agua después de correr. En la mesa había arepas, mermelada y un papel doblado con mi nombre. “Horario tentativo”, decía. Danna había escrito un plan básico de supervivencia: estudio, ensayo, descanso, terapia (subrayado), y un bloque que me arrancó una risa: “media hora de chismes con tu tía”. Firmado: “administración del hogar de las segundas oportunidades”.

—Lo de terapia no es negociable —me dijo, sirviendo chocolate como si fuera medicina—. No porque estés rota, sino porque estás viva.

—¿Y si no me gusta? —murmuré.

—Cambias de terapeuta, no de herida —intervino Alejandro, entrando con Ana en brazos—. Esto viene con licencia para fallar. Si fallas, lo intentas mañana de nuevo.

Regla 30: las segundas oportunidades también necesitan calendario.

Al instituto, por alguna magia cruel, los lunes siempre llegan en martes. Sana me esperaba con una bolsa de donas como soborno emocional.

—Por si alguien te mira feo, muérdele la dona. Funciona en el 60% de los casos. El otro 40% son gluten free, no se puede hacer nada.

Reí. Alexander, más allá, levantó la mano como quien pide turno para hablar. No se acercó de inmediato; me dejó el paso. Lo agradecí. Jimin cruzó el pasillo con Yoongi y Jungkook detrás, una constelación ambulante. Sus miradas me rozaron en tres temperaturas: hielo cordial (Yoongi), sol tímido (Jungkook), neón raro (Jimin). Nadie dijo mi nombre; fue casi un descanso.

En el recreo, Jungkook aterrizó al lado de mi mesa con un tupper.

—Sigo con mi proyecto de “alimentar a la humanidad una persona a la vez” —anunció—. Dumplings. De nada.

—¿Eso es legal? —pregunté, destapando.

—Mis abogados dicen que sí —guiñó un ojo, exagerado—. Bueno, no tengo abogados, pero lo digo con convicción.

Jimin llegó sin invitación y se apoyó en la mesa. La cafetería hizo “shhh” sin hacerlo. A su lado, Yoongi ya estaba en modo “si miro al techo quizá desaparezca”.

—Ayer… —empezó Jimin, y mi estómago se apretó—, ayer no estuve bien. —Pausa—. Tampoco “mal” a propósito. Estuve… mal educado. Lo de la fiesta, lo del jardín. Y lo de la subasta.

—Te costó decir “perdón”, ¿no? —Sana metió cuchara con la sutileza de un gato—. ¿Quieres agua?

Jimin resopló una sonrisa casi humana.

—Perdón —dijo por fin, mirándome a los ojos—. Con reglas, si quieres.

—Reglas —repetí, y le tendí mi libreta abierta por la mitad—. Léelas y no improvises.

Él la hojeó como si sostuviera un manual de desactivación de bombas.

—Regla… dieciséis: “si hay niños con música, yo me callo y escucho”. Puedo hacerlo. —Siguió—. Regla veinte: “Alexander merece mi lealtad aunque no entienda mis silencios”. —Me miró, serio—. Puedo intentarlo. —Pasó de largo la veintitrés y detuvo el dedo en la veintinueve—. “Elegir la familia se aprende; no siempre viene de sangre.” —Cerró la libreta—. Me sirve a mí también.

Yoongi carraspeó.

—No vine a aplaudir —dijo—. Vine a decir que si alguien te escribe “muérete”, me lo pasas. Soy mejor bloqueando gente que escribiendo poemas.

—Tomo nota —respondí, sin sarcasmo.

Jungkook alzó el tupper, solemne.

—Brindemos con dumplings por la civilización.

Comimos. No se arregló el mundo, pero el aire respiró más fácil.

A la salida, Alexander me esperó en la puerta del salón de música. Llevaba dos partituras y una inseguridad en la boca.

—Encontré esto en la biblioteca —me tendió las hojas—. Arreglos sencillos para cuerdas. ¿Te acuerdas del taller de chicos del evento? La organización aceptó que vayamos a apoyar los sábados.

La palabra “chicos” me apretó bonito.

—¿Vamos? —repetí.

—Voy si tú vas —dijo, y esa frase me hizo entender algo que no había visto: Alexander se estaba educando en mi idioma. No traía flores: traía tiempo.

Regla 31: el tiempo es la flor más cara.

Ensayamos un poco. Yo inventé un juego para que él no mirara a la cámara imaginaria de su culpa: cada error era una anécdota. “Te equivocaste de acorde; confiesa tu pecado más absurdo”. Él confesó que había llorado con una película de perritos. Yo confesé que también. Nos reímos, con esa risa que sella pequeñas grietas.

Cuando salimos, Jimin estaba en la puerta, con las manos en los bolsillos.

—Vine a buscar al idiota —señaló a Jungkook—. Me secuestró para un open mic.

—Open mic —repitió Jungkook, apareciendo detrás—. Sábado. Se canta mal, se aplaude bien. Heliana, ven.

—No sé si puedo —balbuceé.

—Puedes —dijo Jimin, sin condescendencia—. Nadie muere por una canción. O sí, pero saldrá en Netflix y te pagarán bien.

Me eché a reír contra mi voluntad. Alexander sonrió, indulgente.

—Si vas, yo voy —dijo—. Pero en público no bailo.

—Yo bailo mal —apunté.

—Entonces perfecto —cerró Jungkook—. El mundo necesita espectáculos honestos.

Danna me llevó a terapia el jueves. Consultorio de paredes claras, una planta que sobrevivía a todos los pacientes. Me senté en un sillón demasiado cómodo para mis pudores. La terapeuta se presentó con voz de bibliotecaria simpática. “Soy Caro”, dijo, y no preguntó de inmediato “¿qué te trae por aquí?”, gracias al cielo. Me ofreció papel y lápiz. Escribí un minuto sin mirarla, para no llorar mirando gente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.