«Hay silencios que son puentes y otros que son abismos. El problema es que no sabes cuál es cuál hasta que lo cruzas.»
—Heliana
La mañana siguiente se sentía más pesada de lo normal. No era culpa de las clases, ni siquiera de los rumores que todavía coleteaban en los pasillos como serpientes perezosas. Era la sensación de que había cruzado un umbral invisible después del encuentro en el parque. Como si hubiese abierto una puerta de la que ya no podía retroceder.
Danna me observaba desde la cocina mientras removía el café con su cucharita favorita. Esa mujer tenía un radar para las cosas que yo no decía.
—Estás rara —declaró, como quien anuncia la lluvia mirando el cielo.
—¿Rara cómo? —repliqué, aunque ya sabía.
—Rara de esas que te da por escribir veinte reglas seguidas y olvidarte de comer.
Sonreí con la boca apenas torcida. Ella no necesitaba mis libretas para saber cómo andaba mi cabeza.
—Solo estoy pensando.
—Piensa con pan en el estómago, que los pensamientos con hambre salen torcidos.
Me pasó un trozo de arepa con queso como quien ofrece un salvavidas. Regla 51: nunca discutir con quien te alimenta la paciencia.
En el instituto, la rutina parecía más ruidosa que de costumbre. A mitad del pasillo, vi a Jimin conversando con Jungkook y Yoongi. Los tres estaban como siempre: el primero impecable, el segundo con su aire de chico distraído que no pierde detalle, y el tercero con cara de “mi paciencia es limitada”.
Los rumores no se habían apagado, solo cambiado de tema. Ahora giraban alrededor de una supuesta “alianza musical” entre ellos y yo, gracias al open mic y al evento de beneficencia. Como si cantar dos canciones y saber tocar piano me convirtiera en candidata a estrella pop.
—Heliana —Jimin me llamó al pasar, sin elevar demasiado la voz.
Me detuve. Varias cabezas se giraron.
—¿Qué? —pregunté, con ese tono seco que uso como escudo.
—¿Puedes venir al ensayo de hoy en el centro cultural? —soltó, así, sin anestesia.
Mi cerebro entró en modo alarma. Ensayo. Centro cultural. Ese centro cultural. El apellido rondando por los pasillos como fantasma.
—¿Por qué yo? —quise saber.
—Porque —intervino Jungkook, más ligero— necesitamos alguien que no se maree con la cámara. Yo tiemblo. Él se pone en modo anuncio de perfume. Tú… —me señaló con una sonrisa tímida—, tú tocas como si el mundo no existiera.
No supe si reír o salir corriendo.
—Piénsalo —añadió Yoongi, con un encogimiento de hombros—. Nadie aquí obliga.
Jimin no dijo más. Solo sostuvo mi mirada un segundo y después regresó a su conversación.
Me fui al salón con el corazón acelerado. Regla 52: cuando la vida te ofrezca escenario, decide si quieres público antes de subirte.
Alexander me interceptó en la salida. Tenía cara de haber corrido, aunque sabía que no lo había hecho.
—¿Ya te lo propusieron? —preguntó, sin rodeos.
—¿El qué? —quise jugar inocente.
—El ensayo. —No era pregunta, era afirmación.
Lo miré con algo entre sospecha y resignación.
—¿Cómo sabes?
—Porque Jimin no da pasos sin ruido, y esta vez lo dio. Y porque sé cómo funciona este lugar: cuando quieren incluirte, te empujan disfrazado de invitación.
Respiré hondo.
—No sé si quiero.
—Hazlo solo si es tuyo, no si es por ellos. —Me tocó el hombro con cuidado—. No necesitas demostrarle nada a nadie, Heliana.
Me quedé pensando en esas palabras mucho más de lo que admití.
La tarde me encontró otra vez frente al piano del salón pequeño. Toqué sin partitura, dejándome arrastrar por los acordes que se parecían a mis dudas. A mitad de una melodía, Sana entró sin golpear, como siempre.
—Ok, muñeca, necesito saber: ¿vas o no vas? —preguntó, dejándose caer en la silla.
—No lo sé.
—Pues decídete rápido, porque ya te vi cara de “voy a decir que no, pero quiero decir que sí”. —Me miró como si leyera mis pestañas—. Mira, si vas, yo voy. Te grabo, te traigo agua, te saco memes.
—No quiero circo.
—Entonces arma tu propio espectáculo. —Sonrió con esa frescura que solo ella podía—. No se trata de Jimin, ni de Jungkook, ni de Yoongi, ni de Alexander. Se trata de ti. ¿Quieres sonar más fuerte que los rumores? Hazlo con música, no con chismes.
Guardé silencio.
—Heliana —dijo bajito, como quien deja caer un secreto—. Si no lo intentas, un día te vas a odiar por no haberlo hecho.
Y tenía razón.
Abrí la libreta y escribí:
Regla 53: los escenarios asustan más en la cabeza que en la vida real.
Acepté. Con miedo, pero acepté.
Jimin envió el lugar y la hora por mensaje: sala principal, 18:00. Adjuntó tres palabras que me hicieron rodar los ojos y, al mismo tiempo, suspirar de alivio: “Con reglas, siempre.”
Esa tarde, al llegar al centro cultural, sentí que las paredes me pesaban distinto. No eran solo ladrillos y vidrio. Eran historia, eran poder, eran apellidos impresos en placas doradas. Entre ellas, el suyo. El de mi padre. El apellido que nunca me sostuvo, pero siempre estuvo ahí, como sombra en la foto.
Me temblaron las manos. Sana, fiel a su promesa, estaba conmigo. Me empujó suavemente hacia la puerta.
—Regla 54 —improvisó ella—: si tiemblas, que sea en clave de sol.
Reí nerviosa. Entramos.
La sala estaba medio iluminada. Jungkook afinaba su guitarra. Yoongi revisaba partituras con cara de “si fallan, los mato”. Jimin estaba sentado en el borde del escenario, jugando con una baqueta entre los dedos. Al verme, se levantó.
—Bienvenida —dijo, sin teatralidad.
Me acerqué al piano. Lo toqué apenas, como para asegurarme de que estaba ahí. El sonido llenó el espacio. Era limpio, profundo, demasiado honesto.
Y por primera vez en mucho tiempo, pensé que quizá —solo quizá— no estaba tan rota como para no encajar en una canción.
Escribí después en mi libreta:
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Editado: 25.09.2025