El precio de Encajar

Capítulo 8

«La verdad no pide permiso: entra, prende la luz y te señala el polvo que no querías ver.»
—Heliana

Danna me citó temprano, de esas horas en que el barrio todavía bosteza. Café negro, pan recién tostado y su mirada de “no me voy a echar para atrás”. Alejandro salió con Ana a dar una vuelta al parque, “para que hablen sin público”, dijo, guiñando. Me senté frente a Danna con la libreta en la falda, como si eso me diera un cinturón de seguridad.

—Hoy voy a decirte el nombre —soltó, sin anestesia—. No porque el nombre te haga entera, sino porque te faltan piezas para armar tu mapa.

Tragué saliva. Era extraño que algo tan pequeño —tres, cuatro sílabas— pudiera pesar más que todo el instituto junto.

—Tu padre se llama Han Jae-Hyun —dijo, despacio—. Presidente de Han Group. Socio del Centro Cultural. Y… —respiró hondo— aliado de la Fundación Park y del Jeon Arts Trust.

El aire cambió de peso. No hizo falta que añadiera apellidos: Park. Jeon. Jimin. Jungkook. El hilo invisible que había soñado la noche anterior me apretó la muñeca.

—¿Aliado… cómo? —pregunté, con la voz de quien camina sobre vidrio.

—Negocios. Donaciones. Consejos directivos. —Danna tomó mi mano—. Nadie aquí es tu familia por sangre, pero todo el mundo se toma la confianza de decidir por todos.

Me ardieron los ojos. Recordé la placa dorada del vestíbulo, los rumores que parecían viajar más rápido que los buses, la llamada de mi madre al centro. Todo encajaba con esa lógica cruel de la gente con dinero: lo privado se vuelve público cuando hay apellidos de por medio.

—Él… ¿sabe? —pregunté.

—Sí. Y no. —Danna eligió las palabras como quien desactiva una bomba—. Sabe que existes. Que eres su hija. Sabe que tu madre no quiso que te buscara. Y sabe que ya no es tiempo de esconderse detrás de nadie. Lo que no sabe es si tú quieres que él exista en tu vida.

Abrí la libreta: Regla 65: los nombres no son llaves maestras; abren puertas si yo quiero. Cerré la libreta. Temblaba.

—¿Y por qué ahora? ¿Por qué no hace un año, o diez?

—Porque esta ciudad es un rumor con zapatos —Danna sostuvo mi mirada—. Porque el video del open mic lo vio medio mundo de ese medio mundo. Porque tu madre llamó al centro y en admin hay dos señoras que son radio ambulante. Porque Han Jae-Hyun oyó “Heliana”, lo unió a la línea del tiempo que su abogado guardó en un cajón y… se quebró.

No supe qué hacer con esa imagen: un hombre impecable, canas bien puestas, quebrándose en una oficina con paredes altas. Mi madre no tenía paredes altas. Me invadió una furia vieja.

—No quiero que me compren con becas —escupí.

—No van a comprarte —Danna apretó—. No mientras yo esté aquí. Si él te ofrece ayuda, que sea a nombre tuyo, sin placas, sin fotos. Y si no, que aprenda a preguntar “¿cómo?” y a callar cuando digas “no”.

Respiré. El “no” se me acomodó en la lengua como un objeto nuevo que aprendía a sostener.

—¿Jimin y Jungkook… lo saben? —solté, por fin.

—Sospechan. —Danna no jugó a la ignorancia—. Jimin sabe leer placas y silencios. Jungkook escucha puertas. No son tus enemigos.

—No son mis amigos —repliqué, reflejo. Pensé en Jungkook con sus segundas voces, en Yoongi repartiendo mandarinas como quien instala paz con fruta; en Jimin bajando la voz para decir “estamos al lado”.

—No son tus enemigos —repitió Danna, con calma—. Y Alexander tampoco tiene que convertirse en tu escudo. Déjalo ser tu compañero.

Mi pecho aflojó un milímetro. Alexander y su pan en servilleta. Alexander y ese “te quiero, pero no” que practicaba para su propia madre. Alexander y sus dedos temblorosos en el café, como si los aplausos también lo atravesaran.

—¿Qué sigue? —pregunté.

—Sigue que decidas dónde te sientes segura. —Danna miró el reloj—. Han Jae-Hyun pidió verte. Yo dije “con ventanas”. Propuse el invernadero del parque. Él propuso el aula principal del Centro Cultural. —Puso cara de “lo sé”.— Me pareció descaro. Acepté… porque tú tocas ahí. Y porque nosotras pondremos las reglas.

—Con reglas —repetí, bajito.

—Con reglas —sonrió.

Sana llegó sin avisar, como siempre, cargada como mula: termo, galletas, dos stickers gigantes de estrellas. Se plantó en medio de la sala como conductora de programa matinal.

—Notición: tengo falda de “negociadora”, cartel con “NO FOTOS” y un plan de escape con palabra clave. —Alzó un dedo—. La palabra clave no puede ser “planeta Marte” porque esa ya la quemamos; propongo “galleta”.

—Galleta —asentí.

—Galleta —repitió Danna, solemne.

Alejandro asomó la cabeza con Ana, que pateó en el aire como si entendiera el protocolo. La vida doméstica y la diplomacia más rara del mundo se dieron la mano y me dieron un poco de risa. Regla 66: el humor es chaleco antibalas.

El aula principal del Centro Cultural tenía otra luz a esa hora: un sol oblicuo que hacía brillar el polvo en suspensión como si fueran estrellas distraídas. Yo estaba sentada al piano, sin tocar. Danna, a tres pasos, de pie, brazos cruzados. Sana en la cuarta fila con su cartel “NO FOTOS” plegado. Alexander junto a ella, nervioso, demasiado elegante para un sábado; Yoongi había prometido aparecer “si el ambiente se calentaba”, definición que en su idioma significaba cualquier voz por encima de 60 decibelios. Jungkook mandó un mensaje: llego tarde, llevo dulces. Jimin no escribió, pero yo sabía que olfateaba los sismos.

La puerta se abrió con un silencio caro. Entró Han Jae-Hyun con un asistente que se quedó en la puerta como un perchero vivo. El hombre no necesitó presentación. Traía las canas del catálogo, el traje que cae perfecto y ese cansancio en el entrecejo de quienes han ganado demasiadas batallas equivocadas.

—Gracias por recibirnos en su casa —dijo Danna, con una cortesía que ardía—. Porque hoy la casa es de ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.