El precio de la corona.

I. Citas a ciegas.

Si me preguntan a mí, que es el amor, les diría simplemente lo siguiente: es una ilusión que cualquier persona se ha hecho, una perdida de tiempo, y desgaste personal. Y es por eso que aun pienso que buscarme un esposo es una misión imposible, no hay ningún hombre que haya entrado a esta sala y que en a penas a los dos minutos de conversación ya lo haya descartado, soy tan perfeccionista que cualquier movimiento, gesto o palabra que digan lo analizo perfectamente, y siempre doy con un pequeño defecto.

Maldigo la hora en que le cedí el poder absoluto a Katherine de poder escoger a los candidatos a mi futuro esposo, esto es tan tedioso que hubiera preferido mil veces estar encerrada en la sala de juntas con mi tío debatiendo por que soy capaz de gobernar sin necesidad de tener a un hombre a mi lado.

El chico rubio, el cual es el noveno candidato no ha dejado de parlotear desde que tomó asiento, puede que dentro de las características que le di a Kate eran que no fueran tímidos y que por lo menos me distrajera con alguna anécdota, pero ¿un tartamudo parlanchín? No es broma si les digo que para conjugar una oración correctamente se tarde alrededor de tres minutos, y eso que apenas comprendo lo que dice. Llevamos aquí mas de media hora, y sí, a sido la cita a ciegas más larga del día, no pude correrlo a los dos minutos ya que en ese tiempo apenas me acababa de decir su nombre completo.

­­­­—¿Hay algo más que desees contarme? Algo que no sea de tus malditas ovejas o de las vacas que tienes en tu corral que están a punto de dar a luz. —él parece haber comprendido que ya me tiene harta, así que baja la mirada y niega lentamente con la cabeza—. ¿No? Entonces solo has hecho que perdiera mi tiempo.

—L-lo siento su m-majestad.

Es realmente patético, ¿Cómo es que no se me ocurrió largarme de aquí antes? Gruño y me levanto rápidamente de mi asiento, no me importa cuantas normas del protocolo real haya roto con esta acción, no podría soportar un minuto más sentada escuchándolo. Por lo menos el rubio tiene la decencia de levantarse y hacerme una reverencia, lo miro con desprecio y recupero mi postura, camino con paso seguro a la puerta, donde uno de los guardias se apresura a abrirla para que pueda salir sin tener que esperar.

Al salir completamente del salón veo a una pareja de adultos que se levantan tan solo al verme cruzar la puerta, ¡trajo a sus padres a una cita a ciegas! Carajo, ¿acaso el niño de mami y papi quería tener la oportunidad de ser rey? Me brindan una reverencia, me limito a sonreírles hipócritamente sin detener mis pasos, simplemente sigo mi camino. Aun tengo que atravesar medio castillo para poder llegar a mi alcoba.

Empiezo a escuchar jadeos constantes cerca de mí, no tengo que ser adivina para saber de quien se trata, Katherine Lacanster, mi asistente y asesora, me fue otorgada por mi tío William luego de que terminó el tiempo de luto. No es que no me agrede, es el simple hecho de que cree que ella sabe todo lo que debe de ser bueno y correcto para mí. Desde que llegó lo único que hace es recalcarme el protocolo, y reclamarme si algún día llego a romperlo.

—Violet, ¿Cómo te fue? —la muy descarada me trae a un tartamudo y aun así se atreve a preguntarme que tal me ha ido.

La miro, ella intenta mostrarse lo más segura que puede, pero sus ojos irradian todo lo contrario.

—Te diré como me ha ido, del asco, al parecer por eso estás soltera Kate, tus gustos son del asco.

A pesar de que ella me trajo de todo, desde campesinos hasta los hijos de los condes, todos tenían el mismo defecto: eran unos tarados e inútiles, que por lo único que venían era para conseguir una oportunidad de tener la vida resuelta convirtiéndose en reyes. Perdí la cuenta de cuantas veces escuché “siempre he querido vivir como rey” para luego acompañar su comentario idiotas con sus ridículas risas.

No voy a negar que el hijo del uno de los condes se veía con potencial, aunque su machismo le ganó al hablar ya que según su razonamiento, necesitaría casarme con él ya que sin su ayuda MI reino no podría salir adelante, y lo siguió acompañando con comentarios de que yo al ser mujer no podría gobernar a un país entero con suma sabiduría. Es obvio que lo dejé sin palabras cuando le comencé a hablar de las mujeres que admiro y que han logrado demasiadas cosas ellas solas sin necesidad de un hombre y que gracias a eso han dejado su huella en la historia.

Podría decirles que ser una princesa es color de rosa, pero siendo realistas es claro que no es así, tener que cumplir al pie de la letra los protocolos para cada ocasión, las normas, y también soportar a los ciudadanos pidiendo tierras para que así puedan expandir su terreno, ya sean de sus granjas o de su propia casa, y por otro lado tenemos a los condes, que igual reclaman mas tierras y así expandir su territorio. Se me olvidaba, también podemos agregar a la lista el hecho de que soy mujer, y eso implica soportar el machismo que mi tío me impone, aunque el pueblo no parece tener queja alguna de que yo gobierne sin un rey, a mi tío William parece molestarle demasiado que aun esté soltera.

Mis pasos son apresurados, y creo que transmite claramente el enojo que siento ahora mismo. Debido a la prisa que tengo choco contra una de las mucamas, la miro con enfado y ella solo agacha el rostro en símbolo de vergüenza.

—Lo siento su majestad. —está cabizbaja, algo que me molesta demasiado.

—¿Cuántas veces te he dicho que cuando me hables me mires a los ojos?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.