Miro hacia delante hacia donde será ahora mi nuevo hogar, el Palacio de Hampton Court. Me aliso bien el vestido mientras doy pequeños botes debido al galopeo de los caballos que están llevando mi carruaje y las piedras que se van encontrando por el camino.
En frente de mí una de mis damas de corte borda, está creando un regalo de bodas personal, como si todo lo que me han obsequiado sus padres no fuera suficiente, sé que lo hace porque quiere que crea que es un regalo más íntimo. Busca sobresalir entre todas las doncellas para ser la favorita, pero así no lo conseguirá. No aguanto a prácticamente ninguna de mis damas, todas se mueven por interés, aunque delante de ellas disimulo dándoles un trato cordial.
_ Su alteza, pronto llegaremos a palacio, ¿se encuentra ansiosa? -me pregunta otra de mis damas-.
_ Sí, estoy deseosa por conocer a mi futuro esposo.
_ Seguro que es galante, ¿se imagina?, es el mismísimo rey de Inglaterra.
Sonrío como respuesta, estoy segura de que mi esposo no será galante, ni atento, cariñoso o amable, será un hombre más. Tras unos minutos mi carruaje se detiene y tapo mi rostro con el velo de nuevo, hasta el enlace nadie debe verlo, el primero en ver mi rostro en este reino debe ser mi esposo, así lo ha mandado. La puerta se abre y bajo con ayuda de la mano de uno de mis lacayos, veo a mis padres delante, padre mira alegre el lugar mientras madre fija su mirada al suelo, como siempre, madre detesta estar cerca de padre.
Como siempre me pongo detrás de mis progenitores y comenzamos a andar con toda nuestra corte detrás. Miro lo que me rodea, no me gusta este castillo, es enteramente de ladrillo, prefiero los de mi tierra natal, son de piedra, haciendo alarde de una impecable maestría de la estereotomía. Escucho susurros a mi alrededor, toda la corte inglesa nos da la bienvenida, algunos hablan sobre mi vestuario, otros sobre la inmensa corte que llevamos, en unos casos para criticarnos y otros para alagarnos.
Miro en frente, mi futuro esposo, el rey, no está en su trono para recibirnos, es una falta de respeto en toda regla. Una señora sin casi dientes nos da la bienvenida, según tengo entendido es la madre del monarca, la anterior reina. Me fijo en su persona, tiene la barbilla saliente, la piel muy clara, ojos pequeños, frente grande y cabellos rubios recogidos en la parte trasera de la cabeza, con prominentes entradas que acrecentan todavía más su frente. Con la cabeza muy alta nos hace una reverencia y mis progenitores y yo la imitamos, aunque ella lo ha hecho sin casi moverse, con prepotencia.
Cuando acaba el protocolo sigo a los criados y llego a mis aposentos, mis damas de corte me ayudan a quitarme el velo. Un sirviente entra y anuncia que madre va a venir, al entrar dos guardias se quedan en la puerta y el resto de personas nos dejan privacidad. Hago una reverencia y me siento en el asiento que me indica, quedando una en frente de otra.
_ ¿Nerviosa hija?
_ No madre, cumplo con mi deber, como siempre me han educado.
Madre asiente, sabe que como le sucedió a ella en su día yo no deseo casarme con el hombre que se convertirá en mi esposo, el cual para mí es un completo desconocido. Llevo prometida con el actual rey de Inglaterra desde que tenía cuatro años, es un acuerdo para que nuestros países y familias se alíen, creando una unión entre las casas de los Tudor y los Austria con el fin de parar la expansión de los Borbones y su liderazgo. El matrimonio de mis progenitores tuvo la misma finalidad, madre provenía de la casa de los Habsburgo, el mismo día que nació la prometieron con padre para unir su casa con la de él, por lo que en su enlace tuvo que partir de su país natal a Viena.
Por ello yo no conozco a mi esposo ni él a mí, mi pintor de cámara le ha mandado un retrato mío cada año desde que empezaron las negociaciones del enlace, pero él nunca ha tenido el mismo trato de favor hacia mí, por lo que no conozco en lo más mínimo cual será su apariencia.
_ Hoy te convertirás en mujer, debes dar el paso de niña a esposa -recuerda madre, a lo que yo asiento y trago fuerte-.
_ Lo sé madre, estoy preparada para ello.
_ Hija, cuando suceda... -veo tristeza en su mirada, pero a los pocos segundos la oculta y pasa a una actitud regia y serena-, cierra los ojos y deja que pase, antes de que te percates ya habrá acabado.
_ ¿Me dolerá? -pregunto algo asustada-.
_ Eso dependerá de tu esposo, por si acaso, el vino podrá nublar tu mente.
Asiento y madre se levanta, hago la reverencia oportuna y hace que entren mis damas y algunos criados.
_ Preparen a la princesa para el enlace -ordena madre con voz seria-, y esmérense en su tarea, debe estar más bella que nunca.
Madre abandona mis aposentos y con ayuda de mis criados me meto en la tinaja, vierten agua caliente con esencias y con un paño frotan mi cuerpo para que la suciedad del viaje se desprenda de mi piel.
Pienso en mis padres, ellos nunca se han amado, madre apenas soporta la presencia de padre y él solo le dirige la palabra cuando es imprescindible. Padre tiene múltiples amantes, las cuales andan por palacio como si fueran de la nobleza, por lo que madre se trasladó a un pequeño palacio que tenemos en los jardines, donde vive con su propia corte para así no tener que ver a padre a no ser que el protocolo lo exija, a padre no le importa. La comidilla de la corte siempre va sobre el descaro de padre de presentar en sociedad a sus amantes, pero a madre no le importa, mientras esté con sus amantes no intenta nada con ella.
Yo vivo con ella, siempre he preferido pasar las horas con madre que con padre, para él solo soy un descendiente más, una persona que ayudará en la misión de su mandato y hará nuestro reino más grande y fuerte. Para madre no soy eso, soy su hija, la única hija que le sobrevivió, ya que de nueve alumbramientos solo sobrevivimos mis dos hermanos mayores y yo, el resto de hijos e hijas fallecieron o en el parto o meses después, es algo que siempre ha apesadumbrado a madre.