El precio de la inmortalidad

Capítulo 14

Nos despedimos de Venecia a los pocos días, después de recoger mis pedidos y continuamos el viaje sin muchos contratiempos. Hasta que una tormenta nos obligó a quedarnos en nuestro alojamiento provisional un par de días más de lo previsto.

Una de aquellas noches, cuando ya estaba lista para dormir, alguien llamó a la puerta de mi habitación. Me acerqué con cierto temor ya que nunca tenía vistas. No esperaba a nadie.

—Soy yo, pequeña. —La conocida voz de mi conde hizo que me relajara y le dejara pasar.

—¿Se encuentra bien? —pregunté extrañada. Verlo en mi habitación me hacía suponer que algo malo ocurría.

—No te preocupes, estoy perfectamente. Es solo que quería hablar contigo.

Se sentó en mi cama e hizo un gesto serio con la mirada para que le acompañara. Lo que fuera que tenía que contarme, parecía importante.

—La verdad es que no sé muy bien cómo debería empezar esta conversación, pero quería hablarte de una persona que se parecía mucho a ti.

Lo acompañé, sentándome a su lado con los pies colgando de la cama. Aquella parecía una historia a la que debía prestar atención. No sabía por qué, pero su actitud me hacía saber que debía cerrar la boca y prestar total atención a sus palabras.

—Se llamaba Ada y era la joven princesa de un humilde reino. La princesa más inteligente y hermosa que alguna vez ha conocido este mundo. —Parecía que la conciencia de Mihael había volado ya muy lejos, de vuelta al pasado. Un pasado quizás mejor, más sencillo y menos doloroso—. Su padre, el rey, vivía con el miedo constante a que la muerte le arrebatara a su hija como había hecho con su esposa no hacía mucho tiempo. Buscó incansablemente por todo el mundo conocido una forma de alejar la sombra inevitable de la muerte de su hija, hasta que finalmente, encontró a alguien que le prometió al monarca aquello que tanto deseaba.

»El rey, llevado por la desesperación, aceptó el ofrecimiento que le hizo un misterioso extranjero que encontraron los guardias reales en su búsqueda, aunque aceptar el trato supusiera tener que entregar en matrimonio a su hija a aquel hombre. El rey solo deseaba desterrar la idea de que su hija pudiera fallecer algún día, no le importaba lo que le costara.

»Después de sellar el trato con el extraño, el rey le ofreció una de las alas del castillo para que la reciente pareja pudiera vivir un tiempo bajo el techo real antes de que su majestad tuviera que despedirse de su querida hija. Por su parte, el misterioso hombre puso una última condición al rey: durante unos días, nadie debía entrar en aquella zona del castillo. Tenía que preparar todo lo necesario para darle la inmortalidad a Ada.

El silencio inundó la habitación por un instante. Las manos de Mihael no dejaban de juguetear con uno de los botones de su camisa para luego soltarlo cuando se daba cuenta y repetir el proceso después de unos minutos.

—Pero el rey, desconfiando de lo que pudiera hacer aquel hombre con su preciada hija, ordenó a uno de sus guardias que vigilara con discreción los movimientos del extranjero. Durante los primeros días, el guardia no reportó ningún comportamiento extraño por parte de la pareja, pero el tercer día, el guardia apareció en los aposentos del monarca. Con la cara pálida, las piernas temblorosas e incapaz de articular palabra hasta que su cuerpo le dejó gritar: "¡Monstruo, monstruo! ¡Un monstruo está atacando a la princesa!"

»Toda la milicia real invadió el ala prohibida para rescatar a la princesa. Ninguno olvidaría lo que vieron aquella noche. El terrible recuerdo de lo que encontraron en esa habitación los acosó hasta el día de sus muertes.

Estaba tan metida en la historia que el miedo que sintieron los soldados invadió mi propio cuerpo. Parecía que alguien se hubiera dejado las ventanas abiertas cuando un escalofrío me recorrió por completo. ¿Qué le había pasado a la princesa? ¿Qué habían visto los soldados? ¿Dónde estaba el hombre desconocido?

—En la habitación de la pareja, encontraron a la princesa en el suelo. Inconsciente y sangrando abundantemente por uno de sus brazos. A su lado aún estaba el misterioso caballero, con toda su ropa y la cara teñidas con la sangre de la princesa. Era una escena tan aterradora que ni los más curtidos guerreros, que habían visto crecer a su amada princesa, pudieron soportar.

»Llevados por la sed de venganza, los guardias acorralaron y dieron muerte al hombre mientras el rey lloraba la pérdida de su hija. Lo que más temía en el mundo, estaba sucediendo. El pueblo se volcó por completo en el funeral de su princesa. Todos amaban a Ada y no eran capaces de asimilar su pérdida tan temprana. Toda la nación se sumió en un estricto luto por su princesa.

»Hasta que, una noche, una misteriosa mujer cubierta de tierra apareció vagando por la ciudad, intentando entrar al castillo. Los ciudadanos pensaban que era el fantasma atormentado de la princesa. Pero no era así. Era Ada, que no había muerto, sino que había sido transformada en lo que era el hombre que le prometió la eternidad. La pobre mujer vagaba desorientada intentando comprender qué le había ocurrido. Por desgracia, todos aquellos que antes lloraban su pérdida, ahora se armaban para acabar con ella.

»Atacada y despreciada por la gente que una vez la había amado, Ada huyó del país. Totalmente ignorante de lo que era ahora y sin saber cómo sería su vida desde ese momento. Con el tiempo aprendió que sus heridas sanaban a gran velocidad, la comida había perdido completamente el gusto, los rayos del sol podían llegar a calcinar su piel y, sobretodo, descubrió que, aunque pasaran los días, los meses y los años, su cuerpo parecía no envejecer lo más mínimo.

—¡Eso es increíble, signore! ¡Fascinante! ¡No envejecer nunca! —exclamé con cierta ilusión infantil.

Noté como la expresión de Mihael se destensaba por primera vez desde que entró aquella noche en mi habitación. Me sonrió con calidez, pero parecía que esa sonrisa no iba dirigida a mí, sino a alguien a quien él prefería volver a tener a su lado. Tras un pequeño descanso, prosiguió:




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