El precio de la inmortalidad

Capitulo 32

Me quedé como una piedra. En cuanto me giré, vi un vestido de gala color vino o era rojo... No me acuerdo, pero era bonito —la memoria ya no es lo que era—, además de un cuidado recogido como sacado de un cuadro, con un velo para domar aquella cabellera tan rebelde y algo de maquillaje. Era una chica bastante atractiva, pero lo que más llamó mi atención fueron sus ojos. Era imposible que fuera tanta casualidad que se cruzaran en mi vida dos personas con un ojo azul y otro castaño. ¡No me lo podía creer!

Yo conocía esos ojos, había convivido con ellos, había jugado con ellos, me había pegado con ellos... Los reconocería en cualquier parte del mundo.

—¡¿Alex?! —grité incrédula mientras, empezaba a retroceder.

—Pues claro. ¿Quién si no? —contestó con total indiferencia.

—¿Cómo que pues claro? —Acabé cayendo a la cama y señalando como una histérica—¿Eres una mujer?

—Claro... —respondió, como si fuera lo más lógico del mundo. Y para mí no lo era—. Ya sabes, Alex de Alexia, ¿no? Espera, espera, ¿pensabas que era un hombre?

—¡Pues sí! —admití—. En mi defensa, no es que parecieras una mujer precisamente cuando te conocí —confesé.

—Otra igual... —suspiró con cansancio—. Vas a llevarte de lujo con la señora Anne. Qué manía con decirme lo mismo. Para ser una mujer no hace falta ir vestida como una repipi todo el tiempo. —Me sacó la lengua con burla.

—¡Oye, lo de repipi sobra! —le respondí con un empujoncito.

—Creo que necesitáis un rato a solas para hablar. Aquí sobro —se disculpó Frederica antes de marcharse.

Una vez que no quedó nadie más en la habitación, Alex se sentó a mi lado en la cama para seguir con aquella conversación tan surrealista. Yo me había quedado completamente petrificada. Nunca en mi vida me había sentido tan perdida. Como cuando te despiertas de una larga siesta y no sabes ni quién eres, miraba a Alex esperando una explicación que mi cerebro fuera capaz de asimilar. No me lo podía creer. ¿Cómo no me había dado cuenta?

—Pero me dijiste que eras de una tribu guerrera. —Mi mente me había jugado una muy mala pasada.

—Soy una amazona, lista.

—¿Una amazona? —Todo lo que me decía me parecía cada vez más extraño— ¿Cómo las de las leyendas?

Recordaba haber leído cosas sobre las amazonas en mis sesiones de estudio con Mihael: un pueblo compuesto en exclusiva por feroces mujeres guerreras. La verdad es que es una descripción ideal para Alex. No debería haberme extrañado tanto de que existieran las amazonas. Al fin y al cabo, los vampiros somos reales. ¿Por qué no iban a serlo ellas también? Toda leyenda tiene algo de verdad y yo lo sé mejor que nadie.

—Sí, como las de las leyendas. Pero de verdad.

—Guau —me emocioné.— Entiende que esté algo sorprendida. Ha sido todo muy repentino.

—¿Cómo puede ser? Llevamos siendo amigas más de un año y no te habías dado cuenta —me acusó.

—¿Yo qué sé? —Intenté defenderme—. Me parecía lo más evidente.

—Eres increíble, Tessa. —Se pellizcó el puente de la nariz para tranquilizarse—. Sé que eres despistada, pero...

—Es que no sé... —Estaba fuertemente avergonzada—, tú también me podrías haber dicho algo.

—¿Cómo iba a saberlo?

Nos quedamos un rato en silencio, reflexionando. Tampoco es que hubiera ninguna certeza de que Alex fuera un hombre, todo había sido una suposición mía. Me sentía como una idiota. Alex tenía razón, soy una gran despistada.

—Tengo que acostumbrarme a muchas cosas —confesé aún avergonzada—. Así que ahora eres mi amiga Alex.

—Siempre he sido tu amiga Alex, —me corrigió—, pero te la estás jugando para perderla. —Sacó la lengua, traviesa como siempre.

Al final, todo había sido un gran malentendido, pero durante mucho tiempo Alex me siguió recordando aquella metedura de pata constantemente. He visto cuervos menos rencorosos que ella. La última vez que me lo recordó fue hace un par de meses, sin ir más lejos. Vino a visitarnos, vestida de hombre, y se presentó como mi amigo Alex. Quizás en un par de siglos ya se le haya olvidado.

Decidimos irnos a dormir mucho antes de que el sol hiciera acto de presencia. Al fin y al cabo, había sido una noche cargada de sorpresas. Esperaba de todo corazón que el castillo Ivanov no me guardara ninguna sorpresa más en aquella visita. La noche siguiente, cuando yo aún seguía en el séptimo sueño, Alex me despertó lanzándome un balde de agua helada. Delicada como un maldito coral.

—Pero ¿qué haces, desgraciado? —Aún me tenía que acostumbrar a hablarle en femenino.

—¡Buenas noches, repipi! Es hora de jugar —vociferó con una amplia sonrisa que dejaba ver sus afilados dientes, haciendo que sus pecas se arremolinaran alrededor de su naricita.

Mi cuerpo quizás se había despertado ya, pero mi mente tenía otros planes así que, como una criatura inerte, me dejé arrastrar por todo el pasillo. Tampoco es que quisiera despertar a Frederica si hubiéramos empezado a pelear —cosa que seguramente hubiera pasado—si hubiera reclamado esos cinco minutitos más que me merecía. Me dejé llevar por Alex hasta uno de los patios con los que contaba el castillo.

—¡Venga, vamos a pelear! —me alentó mientras saltaba a mi alrededor.

—Tengo sueño —Miré hacia abajo y vi que aún llevaba el camisón con el que dormía—, y sigo en pijama.

—¿Qué más da la ropa que llevas? Si vas a morder el polvo igualmente.

Entonces, apareció Ileana corriendo, jadeando y llevando consigo uno de mis vestidos.

—¡Señorita! ¿Por qué ha salido en pijama? Vuelva a la habitación para que pueda vestirla.

—Claro. Ahora vuelvo, Alexia. —Le saqué la lengua.

—Eres una aburrida, Contessa.

Como soy una mujer de palabra, volví al patio en cuanto acabé de vestirme. Pero no estaba dispuesta a destrozar uno de mis amados vestidos para acabar por los suelos por culpa de Alex, así que la reté a enseñarme algo con lo que no me tuviera que manchar.

—Bueno, qué remedio —suspiró finalmente rendida.




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