El precio de la inmortalidad

Capitulo 37

Caminamos por nuestro querido hogar hasta el salón de baile en el que ya me esperaban muchos de los invitados que había convocado. Todo estaba tal y como lo había soñado: la mesa con poca comida y mucha bebida, se situaba en una esquina para que no molestara demasiado; un modesto escenario en el que ya había empezado a tocar la orquesta que había contratado Mihael amenizaba la velada; y un grupito de teatro interpretaba breves obras para el público que se acercara a escucharlos en otra parte del salón.

En cuanto notaron nuestra presencia, muchos de mis invitados se acercaron a felicitarme personalmente y a ofrecerme sus presentes. En ese momento de efusiva distracción, noté como si una bestia se abalanzaba sobre mí. Alex había hecho acto de presencia tan efusiva y poco correcta como siempre. Pero qué te voy a decir, su rudeza es parte de su encanto. Tras ella y con paso de persona, apareció Adonis cargando un ramo de flores tan variado que parecía un jardín portátil que me entregó en cuanto Alex me dio un poco de espacio para respirar.

-Feliz cumpleaños -me felicitó Adonis con un beso en la mano.

-¡Yo también he ayudado con el ramo! El regalo es de los dos -puntualizó Alex a toda velocidad.

Me sentía en el séptimo cielo. La fiesta fue toda una maravilla. Una agradable noche en familia. Al fin y al cabo, es lo que éramos todos: una gran, gran familia. El principio de la fiesta fue toda una delicia. O eso es lo que las lagunas de mi mente me dejan recordar a día de hoy. La música, el baile y la gente cantando fueron aderezados durante toda la velada por bebidas espirituosas traídas de todo el mundo que, aunque no nos supieran a nada, nos ayudaban a deshacernos de las convenciones de la vida noble y a disfrutar sin preocupaciones de la fiesta. Cómo se debe disfrutar de una fiesta.

No es por presumir, pero no hay fiesta que deje mejor recuerdo que aquella en la que hay vampiros borrachos. Somos súper divertidos y nos apuntamos a lo que sea.

Todo era alegría y diversión. Las felicitaciones y los obsequios no dejaban de llegarme cada vez que me cruzaba con alguno de los invitados. Después de repetir los bailes reglamentarios de las cortes y tras haber vaciado un par de barriles, la música se empezó a animar y empezaron las danzas populares. Si te soy sincera, los bailes cortesanos en aquella época eran un auténtico fastidio: todo demasiado lento y excesivamente coreografiado. No como las cosas que se bailan ahora que son más divertidas.

Los saltos y las palmadas resonaban por toda la sala. Anne-Lise se había marchado airada al ver cómo se estaban perdiendo las formas a cada acorde que se tocaba. Alex, se había pasado parte de la noche intentando ligar con otra Ivanov, pero volvió a nuestro lado sollozando que ese día dormiría sola. En medio del jolgorio, un zapato voló sobre nuestras cabezas para aterrizar en la frente de Dragan Lütdke. Cualquier locura que podía ocurrir, había ocurrido en aquella fiesta. Estaba muy orgullosa de lo bien que estaba saliendo todo.

Ya a ciertas horas de la noche, mientras todo el mundo seguía disfrutando de la fiesta, me escabullí con Alex y Adonis a unos de los saloncitos de la primera planta junto a varias botellas de jerez para descansar del ajetreo de la fiesta. Hacía una eternidad que no éramos capaces de coincidir los tres y queríamos aprovechar aquella oportunidad. La inmortalidad no siempre es sinónimo de una agenda desocupada.

Con la velocidad de un guepardo, Alex cayó rendida en uno de los sofás y se estiró con insistencia marcando así su territorio antes de que nosotros tuviéramos siquiera la oportunidad de sentarnos.

-Esta es mi casa, ¿sabes? -la reprendí sabiendo que no representaba ninguna autoridad para ella.

-Motivo de sobra para que complazcas a tus invitados -replicó estirándose aún más si era posible.

Adonis y yo nos dejamos caer en el sofá de al lado. No se podía luchar contra aquella lógica. Como buen caballero, dejó que me recostara sobre él para estar más cómoda y evitar así el frío de la habitación que no tenía la chimenea encendida. La verdad es que, a pesar de que es bastante esbelto, estar acurrucada sobre él era como ser abrazada por una nube de algodón.

-Eres ya toda una vieja, Tessa -soltó Alex mientras empezaba a atacar una de las botellas.

-¡Mira quién fue a hablar! Soy la más joven de esta habitación -me defendí.

Y es verdad, soy la más joven de los tres. Con mucha diferencia.

-Eso no quita que seas una anciana -matizó Adonis mientras me arrebataba mi botella.

-¿Anciana? -me ofendí-. Sois lo peor. Estáis hiriendo los sentimientos de una dulce señorita el día de su cumpleaños. ¡Malos amigos! Anciana sería si fuera como Mosi -lloriqueé.

-Pero Mosi ya no es ni un anciano -puntualizó Alex-. Es prácticamente una momia. Si le da mucho aire yo creo que se deshace -concluyó entre risas.

Los tres empezamos a reír a carcajadas. Tenía razón. Mosi era el vampiro que más tiempo había estado sobre la tierra y se le notaba. Era el recordatorio de que, aunque muy lentamente, el tiempo pasa también para nosotros. Pero es como siempre me recuerda Alex: somos tan estúpidos que nos moriremos antes de que llegue nuestra hora. Y, haciendo memoria de todas las muertes que he visto o que me han contado, me duele admitir que Alexia Ivanov tiene razón. Somos más necios de lo que nos creemos: si no nos matamos solos, nos matamos entre nosotros o conseguimos que nos maten los humanos.

Las horas pasaban a una velocidad que no éramos capaces de percibir. Solo queríamos pasarlo bien los tres. Disfrutar de un momento distendido para descansar de todas las obligaciones que nos requerían nuestras vidas.

Alex nos contó cómo acababa de volver de Italia de luchar junto a los españoles. Estaba pletórica contándonos dónde le habían disparado, señalando zonas de su piel acaramelada que evidentemente ya estaban completamente sanas. Pobre del ejército que tenga que enfrentarse a esa amazona que vaga de una armada a otra para divertirse un poco.




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