El precio de la libertad

A la mesa del deber

Era de noche, como siempre, era la misma hora para cenar: 7:30. Recién esa mañana había ido a la universidad para presentar mi examen; me había preparado mucho tiempo antes, no quería decepcionar a nadie, a pesar de que esa no era la carrera que mis padres querían, pero era momento de decirles.

Todos estaban sentados, menos mi padre; él está ha muy ocupado, como siempre. Mi madre y mi hermano menor estaban ahí, al único chico a quien podría confiarle mi vida después de mi padre definitivamente sería a él.

— Y bien, mi isa, ¿qué fue lo que elegiste?

Mi mamá, Adela Del Valle, también había estudiado Derecho y ciertamente ella también creía que yo había elegido esa carrera, pero definitivamente no lo había hecho.

— Elegí Psicólogia, logré pasar el examen.

Hubo un pequeño silencio después de esa respuesta; jugué un poco con mi comida esperando que ella lo tomara bien, que intentará entender. Siempre había sido así, y no creí que esta vez no lo sería.

— ¿Psicólogia?

Repitió ella, como si esa palabra supiera a un nuevo sabor, totalmente extraño.

— Hija, ¿de que te sirve estudiar eso? Nadie paga para que le lean la cabeza.

Ese comentario no era nada nuevo, pero en su momento creí que ella me apoyaría o siquiera no diría nada. Si esa era su reacción, ¿qué me esperaba de mi papá?

— No lo hago para "leer la cabeza de la gente", lo hago para ayudarlos.

Jugué con mi comida; ese comentario se sintió como un balde de agua fría. Sabía que la mayoría había tomado una carrera distinta, algo ligado a la política. Recordaba las palabras de Emilio, había intentado convencerme hasta su último momento, pero sabía que no podía hacerme cambiar de opinión.

— Isabel, no quiero que te sientas mal, solo que me hubiera encantado que tomaras otra carrera.

Suspire y asentí; no me dejaría caer por un comentario pasajero y sin mucho sentido. Quería ayudar a la gente de la mejor manera, no siendo una persona corrupta o haciendo tratos por dinero o posiciones superiores, aunque claro, también tenía sus ventajas.

Por suerte no se menciono nada después; todos nos levantamos para simplemente ir a nuestras habitaciones. Era lo habitual, nada nuevo.

***

Debía prepararme para ir a un desayuno familiar con la familia de Emilio. Seguí mi rutina de siempre y, antes de salir, recibí una llamada de él.

— Iss, ya estoy afuera hace mucho tiempo, ¿por qué no sales?

Preguntó él, gritando algo desesperado.

— Lo siento, no sabía, ya salgo.

Tomé mi bolso y salí; ahí estaba su auto y entre, solamente para que él me viera y apretara fuerte el volante con ese enojo que lo hacía parecer un demonio.

— Te envié demasiados mensajes, Isabel, ¿qué tanto hacías?

Alegó él sin decir más. Emilio era mi pareja desde hace dos años, pero ninguno sentía nada real; estábamos juntos por nuestras familias y sus tontos tratos políticos.

— Me estaba arreglando, ¿acaso no puedo hacerlo?

Pensaba decir algo más hasta que él me quitó las palabras de la boca.

— ¿Tanto? Por Dios, solo necesito que a la próxima te apresures; no llegaré tarde a ningún lugar por tu maldita culpa.

Emilio tenía ese carácter que era difícil de tratar; michas veces me quedaba callada por no provocar más problemas, pero tenía tantas ganas de callarlo en ese momento.

Habíamos llegado unos minutos tarde; él me tomó de la mano y la apretó ligeramente mientras esperábamos a que abrieran la puerta. Creo que me hubiera sentido muy nerviosa como siempre lo hacía, pero esta vez solo estaba tragándome mi enojo y no tenía tiempo de estar nerviosa ni de sentir absolutamente nada más.

Al abrir la puerta, ahí estaba Marcela Romo, la mamá de Emilio.

— Mi adorada Isabel, pasa

Ella me dio un abrazo y correspondí; solo pude ver cómo Emilio avanzaba sin mi y rápidamente se acercaba a su papá.

— Ordene uno de tus postres favoritos, sabes que eres bienvenida en esta casa.

Ella era una mujer amable, a pesar de que la mayoría de su familia no lo era, pero ella era diferente y eso me agradaba.

— Gracias, señora Romo, lo aprecio.

Ambas entramos, todos se sentaron en la mesa y sirvieron la comida. Había estado aquí antes, así que sabía que temas iban a tocar, así que solamente escuchaba las pláticas políticas mañaneras, nunca opinaba sobre eso.

— Si dejamos que ese proyecto avance sin supervison, perderemos influencia en el sector industrial.

Él papá de Emilio, Daniel Romo, siempre sacaba esos temas sin importar quién estuviera enfrente; su única excepción era alguien que odiara la política, de lo contrario empezaría una guerra.

— No lo podemos permitir.

Intervino la mamá de Emilio, Marcela, con voz firme.

— Debemos enviar a nuestro representante y supervisar cada movimiento. No podemos dejar margen de error.

Estaba a un extremo de la mesa; Emilio estaba a mi lado, atento a la conversación entre sus padres. Yo solo sostenía mi taza de café; no era mi mundo, pero seguía ahí. No podía irme solo así. Observaba cada mirada, cada gesto y cuanto peso tenía cada palabra.

— Además, más que nada necesitamos reforzar nuestra presencia en los medios locales.

Agregó Emilio con su habitual tono serio, casi mecánico.

Tomé un sorbo de café, tragándome junto con el mis ganas de soltar una pequeña risa. Podría escuchar, observar, aprender o incluso criticar internamente... Pero jamás me iba a involucrar; ese no era mi lugar.

— Y dime, Isabel.

Hablo Daniel Romo. Sentía que saldría algo importante de su boca, algo que seguramente tendría que ver con la política, y eso me tensaba un poco.

— Hace tiempo que no veo a tu padre en cámara ni en persona, tampoco es que tenga el tiempo de buscarlo y hacerle este tipo de preguntas. ¿Qué opina tu padre sobre las reformas del comercio? Seguro les ha comentado algo a ti y a tu madre.



#5048 en Novela romántica

En el texto hay: romance, , trianguloamoros

Editado: 01.10.2025

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