En dirección podía sentir el olor a papeles viejos, muy viejos. Mis manos temblaban; me recosté en la pared, cerca de la ventana. Emilio todavía tenía su camisa manchada de sangre seca; Gabriel solo hacia gestos ante el dolor de los golpes en el rostro, y supongo que también en el cuerpo.
Ambos estaban sentados frente al director, quien al final decidió ya no llamar a nuestros padres. Escribía y escribía algo en su enorme libreta para universitarios de primer año.
— Esto no puede volver a repetirse. La universidad no tolera este tipo de actitudes.
Dijo con una voz que intentaba ser firme, aunque podía notar que le daba más miedo el apellido de Emilio, y quizá el mío también.
— No fue un incidente, fue una provocación.
Respondió Emilio, sin mirar al director.
— Él empezó.
— Yo solo dije la verdad.
Replicó Gabriel con calma, y en ese instante me miró por primera vez después de todo lo sucedido.
— Algunos no soportan oírla.
Al escuchar ese comentario, simplemente miré hacia otro lado. No quería estar involucrada, pero todo esto empezó cuando reconocí a Gabriel y tontamente se lo mencioné a Emilio.
— Señorita Márquez.
Dijo el director, viéndome con cierto temor. ¿A que le teme exactamente?, me pregunte. Luego recordé que el papá de Emilio podía hacerlo pagar en todo caso Emilio saliera perjudicado o con una reputación sucia. Yo también me preguntaba a que le temía a mi apellido.
— ¿Usted confirma lo que el señor Romo dice?
En ese momento sentí que el ratón comió mi lengua. Podía mentir y defender a Emilio y salir limpia también, pero simplemente me puse nerviosa y no lo logré.
— Yo... no lo se. Solo lo mencioné. No creí que algo así fuera a pasar.
Un silencio incómodo se apoderó del lugar. El director suspiro y siguió escribiendo.
Sentí la mirada de Emilio. En mi mente resonaba sus frases de siempre: "no te puedo salvar todo el tiempo" "prepárate" "necesito que te prepares". Creía que estaba decepcionado; negaba con la cabeza y soltaba insultos en voz baja. Pude sacarlo de ahí, pero al mismo tiempo no lo hice, estúpidamente.
— Tendré que reportar esto. Sin embargo... no podemos permitir que este tipo de cosas manche la reputación de la universidad. Así que, para resolverlo, ambos van a participar en el programa de apoyo comunitario durante todo el mes.
Emilio levanto la cabeza, incrédulo.
— ¿Con él?
— Si, señor Romo. Con el señor Luna.
Note como Gabriel sonrió al instante, con esa clase de sonrisa que no pide perdón.
— Me parece justo.
Su sonrisa no era de orgullo en sí; era porque no tenía miedo.
— La señorita Márquez los acompañará, para vigilar que hagan bien su trabajo, y para ayudarlos también.
Mi corazón se detuvo por un segundo. ¿Vigilar? ¿Ayudar? ¿Era enserio?
— ¿Perdón?
— Usted estaba ahí, señorita. Además, su familia apoya a los programas universitarios. Podría considerarlo un gesto de responsabilidad.
Había mucha gente ahí, ¿por que exactamente yo? Entendía lo de mi familia, pero según mi padre, era más probable que eso lo hiciera mi hermano.
Emilio apretó la mandíbula. Gabriel solo asintió. Yo no dije nada; solo sabía lo que me esperaba.
Salimos de la oficina sin hablar. Emilio siguió su camino sin mirar atrás. Intente seguirle el paso hasta que escuche la voz de Gabriel, se había acercado lo suficiente a mi para tan solo susurrar:
— Parece que nos veremos más seguido, Márquez.
Él se alejo y yo me quede inmóvil por un momento. ¿Qué planeaba? Había querido conocerlo desde anoche, pero... ¿tenía que ser así?
Llegamos al estacionamiento; la vida siguió como si nada. Iba detrás de Emilio. Gabriel iba en dirección contraria, aunque por segundos se volteaba para ver a Emilio de reojo.
— ¿Te das cuenta que nos pudiste salvar en ese momento?
Dijo Emilio, enfrentandome. Tenía ese tono controlador, pero su voz se quebraba.
No respondí.
— Primero me hace quedar como idiota frente a toda la universidad, y ahora tengo que compartir todo el mes con ese idiota.
Seguía mirándome; su voz seguía temblando de coraje.
— ¿Quieres que piensen que salgo con alguien que defiende a los que atacan a mi familia? ¿Eso es lo que quieres?
— No dije eso.
— No tuviste que hacerlo.
Me miró unos segundos más, luego pasó una mano por su cabello y suspiro.
— Olvidalo. No quiero discutir. Te paso dejando a tu casa.
Negué con la cabeza.
— Prefiero caminar.
— No empieces, isabel.
— No estoy empezando nada. ¿Tiene algo de malo que quiera caminar hoy?
La incomodidad era insoportable. Emilio rodó los ojos y se fue a su auto, me dio mis cosas y lo vi irse.
Pensé que, al quedarme sola, podría pensar con la cabeza fría... hasta que escuche otra vez esa voz.
— Tu novio no se veía muy feliz.
Me gire. Gabriel estaba ahí, de brazos cruzados, sonriendo.
— No te metas.
— Ya lo estoy, Márquez. Me metieron a la fuerza.
— ¿Te crees muy valiente no?
— No. Solo no tengo miedo de los que creen tener poder.
No respondí. Solamente acomode un mechón de mi cabello negro. Gabriel me miró unos minutos más y, antes de irse, dijo:
— Nos vemos en el programa. Ahí no hay apellidos que sirvan de escudos.
Trague saliva. Nadie me había hablado así en mucho tiempo, sin miedo alguno a la verdad.