Salí con un nudo en el estómago y me dirigí directamente a mi oficina. El pasillo parecía más largo de lo habitual, como si los metros se estiraran bajo el brillo frío de las luces fluorescentes. Cuando finalmente llegué, cerré la puerta tras de mí con un clic suave, pero que resonó en el silencio del pequeño espacio. Me dejé caer en la silla de cuero frente a mi escritorio y apoyé los codos en la superficie, entrelazando los dedos mientras dejaba escapar un largo suspiro.
La oficina estaba tan ordenada como siempre: las estanterías llenas de libros de genética y biología, los diplomas enmarcados alineados perfectamente en la pared, y la pizarra blanca al fondo con ecuaciones y esquemas parcialmente borrados. Sin embargo, la familiaridad del entorno no me ofrecía el consuelo que esperaba. Mis pensamientos seguían regresando a Emily y a lo que realmente estaba intentando lograr con ella. Había logrado romper un poco el hielo en su primer día, pero la barrera que mantenía seguía siendo impenetrable. Era frustrante, pero también... intrigante.
¿Estaba realmente dispuesto a seguir adelante con esto? Había racionalizado mi plan tantas veces, justificando los medios por el fin que perseguía: un avance revolucionario en la biotecnología que cambiaría la historia. Sin embargo, en la soledad de mi oficina, esas justificaciones parecían más frágiles, como si fueran apenas un muro de cristal listo para resquebrajarse. Me froté la frente con la palma de la mano, tratando de despejar esa sensación incómoda. No podía permitirme dudar. No ahora.
El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos. Al levantar la mirada, vi a Yuri entrar con una bandeja de almuerzo en la mano. Su andar seguro y el leve brillo de sus ojos rojos le daban un aire casi etéreo, pero la expresión en su rostro delataba una mezcla de curiosidad y preocupación. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia el escritorio, dejándose caer en la silla frente a mí.
—Te ves más pensativo que de costumbre, Liam —dijo, dejando la bandeja a un lado—. ¿Está todo bien?
Enderecé la espalda de inmediato, intentando parecer menos abatido. —Sí, claro. Solo estaba revisando algunos resultados y reflexionando sobre los experimentos recientes —respondí, aunque el tono defensivo en mi voz era evidente incluso para mí mismo.
Yuri arqueó una ceja, su mirada penetrante parecía querer atravesarme. —¿O tiene que ver con Emily? —preguntó con calma—. Me di cuenta de que te tomaste tu tiempo supervisándola hoy.
Sentí una pequeña punzada en el estómago. —Es su primer día —me justifiqué rápidamente—. Es normal que quiera asegurarme de que se adapte bien. No quiero que pase nada por falta de orientación.
Ella dejó escapar un suspiro apenas audible y tomó un sorbo de su bebida. —Espero que sepas lo que estás haciendo. A veces me da la impresión de que te estás involucrando más de lo necesario —dijo, con una nota de advertencia en su voz.
Apreté los dientes ligeramente, intentando contener mi frustración. —Confío en mi criterio, Yuri. Si quiero obtener resultados, necesito estar dispuesto a tomar riesgos. A veces hay que empujar los límites para conseguir algo verdaderamente significativo.
Yuri mantuvo la mirada fija en mí, y por un instante el silencio se hizo más denso en la oficina, como si el aire se hubiese vuelto sólido. Finalmente, asintió, pero noté una sombra de duda en sus ojos que no desapareció. —Solo asegúrate de que esos riesgos no sean en vano —dijo, su voz bajando a casi un susurro.
Yuri no se levantó de la silla inmediatamente. En lugar de eso, se quedó allí, con la mirada fija en el escritorio, como si dudara en marcharse. Finalmente, rompió el silencio, su voz bajando a un tono casi nostálgico.
—Recuerdo cuando llegaste por primera vez al laboratorio —dijo, sus ojos rojos encontrando los míos—. Era un lugar diferente entonces. Éramos un lugar diferente. Apenas habías cumplido veinticinco años, y ya tenías una arrogancia impresionante... aunque diría que te la habías ganado. —Esbozó una leve sonrisa, como si se permitiera revivir un momento que ambos compartían.
Solté una risa seca.
—Eso fue hace mucho tiempo, Yuri. Las cosas han cambiado.
—Sí, han cambiado —asintió ella—, pero algunas cosas no. —Su mirada se suavizó un poco, y por un momento pude ver algo más allá del profesionalismo habitual. —¿Recuerdas aquella noche cuando pasamos horas trabajando en la fórmula del proyecto α3? Estabas convencido de que no funcionaría, y aun así insististe en probarlo una y otra vez hasta que encontraste el error. —Sus labios se curvaron en una sonrisa melancólica—. Pensé que te darías por vencido al tercer intento, pero me sorprendiste.
Los recuerdos me golpearon con fuerza. Había olvidado lo mucho que habíamos compartido en esos primeros años. No era solo un vínculo profesional; habíamos pasado noches enteras luchando contra fracasos y celebrando pequeños triunfos. Yuri había estado allí desde el principio, cuando el laboratorio era apenas un proyecto con financiación limitada y esperanzas que se tambaleaban.
—Fuiste tú quien me convenció de seguir intentándolo —admití, bajando la voz—. Si no fuera por tus ideas en aquel entonces, probablemente no habría llegado a ninguna parte.
—Y tú fuiste quien no se dio por vencido —respondió Yuri, mirándome con intensidad—. Siempre has tenido ese impulso, esa... terquedad. Pero ahora me pregunto si estás siendo terco por las razones correctas. —Su tono cambió, volviéndose más serio. —No quiero verte repetir los errores del pasado, Liam. Ya hemos perdido demasiado en este camino.
La sinceridad en su voz hizo que algo dentro de mí se contrajera. Era cierto, habíamos cometido errores antes. Pero también habíamos aprendido de ellos, o al menos eso quería creer. Sentí que la conversación se movía peligrosamente cerca de terrenos que prefería evitar, pero al mismo tiempo, había una parte de mí que agradecía la franqueza de Yuri. Era una de las pocas personas que se atrevía a hablarme así.
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Editado: 10.11.2024