El laboratorio estaba sumido en un silencio casi absoluto cuando llegué a la mañana siguiente, un poco más temprano que el día anterior. La luz del amanecer apenas comenzaba a colarse por las ventanas, proyectando sombras largas sobre el suelo y dándole al lugar un aspecto extraño, como si todo aún estuviera a medio despertar.
Caminé hacia mi oficina, sintiendo el eco de mis propios pasos en los pasillos vacíos. Era un horario en el que el edificio solía estar desierto; incluso el equipo de seguridad, en su mayoría, aún no se encontraba en sus puestos. Pero para mí, había una familiaridad reconfortante en esa quietud. Solía ser el primero en llegar desde que tomé las riendas del laboratorio, un hábito que había comenzado como una forma de imponer mi presencia y autoridad, pero que con el tiempo se convirtió en una rutina necesaria para ordenar mis pensamientos antes de que el caos del día comenzara.
Encendí la luz de mi oficina, observando por un momento el espacio impecable. Aquel era el centro de mi mundo, un reflejo de todo el trabajo que había invertido en la empresa, en la visión que quería cumplir. Me senté y encendí la computadora, revisando algunos reportes y anotaciones de los experimentos más recientes. La pantalla proyectaba una luz fría que iluminaba los archivos, gráficos y cifras de mis investigaciones. El recuerdo de mis días de instituto y de mi promesa con Yuri seguía dando vueltas en mi cabeza, pero mi mente se desviaba inevitablemente a Emily, a la sorpresa de lo rápido que había aprendido en su primer día.
Revisé las notas que ella había dejado. Sus observaciones eran precisas, claras, y hasta cuidadosas, como si quisiera dejar claro que cada palabra estaba allí por una razón. Fue entonces cuando me di cuenta de que, con esta eficiencia, podía avanzar en los experimentos antes de lo que esperaba. Tal vez no tendría que darle semanas para familiarizarse; Emily ya estaba lista para entrar en el flujo de trabajo, y eso significaba que mi plan podía empezar a tomar forma sin más retrasos.
Tras algunas horas de checar sus notas, decidí llamarla. La idea de que ella empezara a ayudarme a tomar notas de los resultados no había sido parte de mi plan inicial, pero el ritmo con el que aprendía me daba una ventaja que no pensaba desaprovechar.
Tomé el teléfono de la oficina y marqué el número del laboratorio, escuchando los tonos de llamada mientras organizaba mentalmente la tarea que quería asignarle. Sabía que aún estaba a prueba y que debía mostrarme paciente, pero no podía evitar sentir una mezcla de urgencia y curiosidad al pensar en cómo manejaría algo tan crítico desde el segundo día.
Al cabo de unos momentos, escuché su voz al otro lado de la línea.
—Emily, ¿podrías venir a mi oficina? Necesito tu ayuda con unos resultados —dije, manteniendo mi tono profesional y firme.
—Claro, Dr. Frost. Voy enseguida.
Colgué el teléfono y me apoyé en el respaldo de la silla, observando la puerta de mi oficina mientras la esperaba. Al poco tiempo, la vi aparecer con su bata impecable y una libreta en la mano. Aún se le notaba la misma actitud cautelosa del primer día, pero había algo distinto en su manera de andar, una mezcla de atención y confianza apenas perceptible que parecía estar creciendo en ella a cada paso que daba.
—Gracias por venir tan pronto, Emily —dije, haciéndole un gesto para que se sentara junto a la consola de datos—. Quiero que anotes algunas observaciones sobre los resultados de las últimas muestras. Es un poco técnico, pero sé que podrás manejarlo.
Emily asintió y se acomodó en la silla junto a mí, preparándose para escribir. Me senté frente a la consola de la máquina, repasando los datos con ella, mientras yo dictaba mis conclusiones y explicaciones.
—Bien, aquí —comencé, señalando una gráfica en la pantalla—, tenemos el análisis de las muestras de la primera etapa. Anota que la densidad promedio es mayor a la esperada, lo que sugiere que…
Emily asentía mientras escribía con rapidez y precisión, captando cada detalle con sorprendente atención. Sin embargo, de repente, un leve pitido en la máquina me hizo fruncir el ceño. Al volver la mirada a la pantalla, vi cómo los datos comenzaban a distorsionarse y el gráfico parpadeaba. Traté de mantener la calma y seguir hablando para ganar tiempo.
—...lo que sugiere que… eh… habrá que hacer más pruebas para verificar estos valores —dije, alargando las palabras mientras trataba de ajustar la configuración de la máquina sin que Emily lo notara.
Intenté restablecer los parámetros, pero cada vez que pensaba que la máquina estaba funcionando de nuevo, el pitido volvía y la pantalla se llenaba de errores. La tensión comenzó a acumularse en mi pecho. No podía permitirme fallos técnicos en este punto, y mucho menos frente a ella. Cualquier error o contratiempo era una mancha en mi autoridad, y el hecho de que estuviera observando hacía que todo se sintiera más urgente.
—Y, bueno, como iba diciendo, estos valores… —seguí hablando, casi al azar, buscando una forma de ocultar la frustración que comenzaba a ganar terreno. Cada intento de solución parecía empeorar el problema, y sentí que mis manos empezaban a temblar ligeramente.
De repente, Emily dejó de escribir y me miró, con una expresión de calma que me sorprendió.
—¿Necesita ayuda, Dr. Frost? —preguntó, en un tono bajo pero firme.
Vacilé. Era una máquina delicada y complicada de calibrar, y estaba segura de que nunca había trabajado con un equipo tan específico. Sin embargo, ya no tenía opciones; el problema solo se hacía más evidente a cada segundo que pasaba.
—Supongo que un par de manos extra no vendrían mal —respondí, intentando que no se notara demasiado mi incomodidad.
Emily se acercó con una cautela medida, observando cada rincón del equipo antes de tocar nada. Le expliqué rápidamente cómo se debía manejar la calibración y qué pasos debía seguir, tratando de simplificarlo sin perder detalles importantes. La vi morderse el labio con concentración mientras se inclinaba hacia el panel de control.
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Editado: 10.11.2024