Las semanas pasaron más rápido de lo que anticipé, cada día devorado por cálculos, ajustes y reuniones interminables. Aunque la idea de conocer mejor a Emily seguía rondando en mi mente, la realidad del trabajo me mantuvo demasiado ocupado como para hacer algo al respecto. Entre las constantes revisiones del experimento y la presión silenciosa de los inversionistas, cualquier pensamiento que no estuviera directamente relacionado con los avances del proyecto quedaba relegado a un segundo plano. Para cuando terminaba cada jornada, agotado y con la cabeza llena de datos, la idea de encontrar el momento adecuado para una conversación más personal con Emily se volvía un lujo que no podía permitirme.
No fue hasta dos semanas después que finalmente encontré un pequeño respiro. Revisando mi agenda, noté un espacio libre en el que, por primera vez en días, no tenía reuniones ni tareas urgentes pendientes. Fue entonces cuando recordé lo que había estado postergando. Si de verdad quería entender mejor a Emily, si quería verla más allá del laboratorio y de los informes que revisamos a diario, no podía seguir aplazándolo.
A pesar de haber encontrado un espacio en mi agenda, pronto me di cuenta de un problema que no había considerado: no tenía idea de cómo pedirle a Emily que se reuniera conmigo. La idea había estado rondando en mi mente durante semanas, pero nunca me había detenido a pensar en los detalles.
Me apoyé en el escritorio y entrelacé los dedos, intentando visualizar distintos escenarios en mi cabeza. Tal vez podía presentarlo como una simple reunión de trabajo fuera del laboratorio, algo que justificara el encuentro sin levantar sospechas.
"Emily, necesito discutir unos ajustes en los últimos análisis. ¿Te parece si lo hablamos en otro lugar?"
No. Sonaba demasiado forzado.
"Emily, he notado tu progreso y creo que sería bueno intercambiar ideas fuera del laboratorio."
Definitivamente no. ¿Desde cuándo me preocupaba intercambiar ideas fuera del trabajo?
"Emily, ¿te gustaría salir a tomar un café? Es solo para hablar sobre algunos temas del laboratorio."
Ese era el peor de todos. Parecía una invitación disfrazada de algo que no era.
Solté un suspiro frustrado y me pasé una mano por el cabello. En cada versión de la conversación, la imagen en mi mente siempre terminaba de manera desastrosa.
Tal vez era una mala idea. Tal vez debía dejarlo pasar y convencerme de que no era necesario. Pero el problema era que sí lo era. Algo en Emily seguía llamando mi atención, y necesitaba entender qué era.
Decidí que, si alguien podía ayudarme con esto, era Ángel. Su habilidad para leer situaciones y manejar conversaciones era algo que siempre me había parecido casi sobrenatural, y aunque pedirle ayuda significaba arriesgarme a escuchar una serie de bromas innecesarias, en este momento no veía una mejor opción.
Me puse de pie y salí de mi oficina, caminando con paso firme hacia la suya. Pero cuando llegué y golpeé la puerta, nadie respondió. Fruncí el ceño y probé girar la manija. Estaba cerrada.
—¿Es en serio? —murmuré para mí mismo.
Ángel nunca cerraba su oficina, a menos que estuviera en una llamada importante o, lo que era más probable, se hubiera escapado a hacer cualquier cosa que no fuera trabajar.
Me apoyé contra el marco de la puerta de la oficina de Ángel, cruzando los brazos con frustración. No podía creer que, justo cuando más necesitaba su ayuda, decidiera desaparecer.
Saqué mi teléfono del bolsillo y marqué su número, esperando que al menos contestara para darme alguna excusa. La llamada tardó en conectar, y cuando finalmente lo hizo, un ruido de fondo casi ensordecedor se coló por el altavoz. Voces indistintas, el sonido de algo golpeando una superficie dura, interferencia… todo indicaba que estaba en algún lugar con demasiado movimiento.
—¿Ángel? —dije, intentando elevar la voz para que me escuchara.
Hubo un leve retraso antes de que su voz se filtrara a través del ruido.
—¡Liam! ¡Dame un segundo! —Su tono sonaba normal, casi despreocupado, pero el ruido a su alrededor no coincidía con su actitud.
—¿Dónde estás? —pregunté, llevándome el teléfono al otro oído en un intento inútil por escuchar mejor.
—¿Qué? No te oigo bien, hay mucha interferencia…
Fruncí el ceño. —Te estoy preguntando por qué no estás en tu oficina.
Más estática. Luego, la voz de Ángel volvió a surgir entre el ruido, aunque ahora con un tono de entretenimiento.
—¡Oh, eso! Eh… digamos que tuve que atender unos asuntos bastante importantes.
Genial. Ángel y sus "asuntos importantes".
—Mira, necesito tu ayuda con algo.
—¡Ajá! ¡Sí, sí, lo que sea que estés pensando, hazlo!
Fruncí el ceño.
—Eh... ¿Qué?
—¡Dije que hagas lo que sea que estés pensando! ¡Confío en ti, jefe! Solo haz lo que tengas que hacer y ya.
—Eso no responde mi—
La llamada se cortó de repente. Miré la pantalla con incredulidad y volví a marcar, pero solo obtuve el tono de ocupado.
Me quedé mirando el teléfono unos segundos antes de guardarlo en el bolsillo. No sabía si lo que acababa de decirme era un intento genuino de consejo o simplemente una forma de deshacerse de la conversación, pero lo único claro era que estaba solo en esto.
Resignado, me dirigí de vuelta a mi oficina, repasando mentalmente todas las opciones que ya había descartado. Emily no aceptaría una invitación sin una razón clara. No era el tipo de persona que se dejaba llevar por reuniones sin propósito, y mucho menos por algo que no pareciera estrictamente profesional.
Me apoyé contra el escritorio, golpeando los dedos sobre la superficie mientras mi mente intentaba organizar los pensamientos dispersos que me habían perseguido durante semanas. Si de verdad quería conocer mejor a Emily, necesitaba una excusa que sonara lógica. Algo que sea imposible de rechazar.
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Editado: 07.02.2025