El Precio De La Perfección [en Reescritura]

Cifras Erróneas

Me desplomé en la silla, la carpeta clavándose en mis muslos como garras de cartón. Pasé los dedos sobre la portada antes de abrirla, esperando que, al hacerlo, pudiera preparar mi mente para lo que estaba por venir. Tomé un sorbo del termo con café que saque de mi mochila y eché un vistazo a los documentos.
Tablas, cifras, proyecciones.

Todo ordenado con precisión sorprendente para venir de Ángel.
Lo primero que me vino a la mente fue el trabajo de Yuri. Era ella quien tomaba estos datos crudos y los convertía en algo digerible, en informes que incluso alguien sin conocimientos avanzados en el tema podría comprender. Se encargaba de resumir las tendencias, destacar anomalías y añadir explicaciones concisas pero efectivas.
Mi labor en estos papeles hasta ahora había sido mucho más sencilla: revisar por encima, asegurarme de que todo estuviera en orden, firmar sobre líneas punteadas después de sus "como se observa en la figura 3" y luego tomar decisiones basadas en la información que ella procesaba. Pero ahora… ahora me tocaba hacer todo el trabajo.
No debería ser difícil.
Solo son datos. Solo son textos.
Al principio, me pareció sencillo: interpretar los números, plasmarlos en gráficas y escribir explicaciones claras. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no era tan fácil como parecía. Las cifras parecían enredarse entre sí, y cada intento de redacción me llevaba a cuestionarme si realmente estaba transmitiendo la información de manera comprensible. Reescribí la introducción al menos cinco veces, tratando de encontrar un equilibrio entre lo técnico y lo simple, pero siempre terminaba sintiéndome insatisfecho. Intenté replicar la forma en que Yuri organizaba los informes, pero incluso siguiendo su estructura, todo me resultaba caótico.
Las anotaciones de Yuri, las pequeñas observaciones que solía incluir en los informes, no estaban. En su lugar, los números se apilaban en una frialdad impersonal, sin el filtro analítico que solía hacerme el trabajo más fácil.
Cada nuevo intento solo me sumía más en la frustración. Cuando lograba que una gráfica reflejara lo que quería, las explicaciones parecían torpes; cuando conseguía una buena redacción, los datos no encajaban como deberían. Me esforzaba en mantenerme paciente, diciéndome que era cuestión de práctica, que con el tiempo encontraría el ritmo adecuado. Pero el tiempo pasaba y lo único que conseguía era una creciente sensación de agotamiento.
Finalmente, la pluma rodó sobre la mesa, escapándose de mis dedos entumecidos. Enterré la cara en las palmas, donde el calor de la frustración quemaba más que el café frío del termo. Frente a mí, solo un cuarto del informe sobrevivía a mis tachaduras: el resto era un camposanto de párrafos mutilados y gráficas amontonadas. Tal vez, después de todo, no era tan sencillo como había creído.
Deslicé mi mano hacia mi celular, dudando por un momento antes de desbloquearlo: ¿Seguiría sin responder?
Abrí la última conversación con Yuri. Mi mensaje aún estaba ahí, sin respuesta. No había signos de que lo hubiera leído.
Sin pensarlo mucho, escribí otro mensaje, esta vez para Ángel.
"¿Has sabido algo de Yuri?"
No tardó mucho en responder:
"Nada. No ha pasado por aquí :("
Deje el teléfono en el escritorio con más fuerza de la planeada, sintiendo un ligero malestar en el estómago. No era común que Yuri ignorara los mensajes por tanto tiempo. Antes de que pudiera perderme en pensamientos, unos golpes suaves en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
—Adelante —dije, enderezándome en la silla.
La puerta se abrió y, para mi sorpresa, Emily entró, sosteniendo una carpeta gris contra el pecho. Su blusa blanca siempre impecable, el cabello recogido que dejaba al descubierto unos aretes diminutos de perlas. Esperó junto a la puerta, como midiendo el momento adecuado para hablar.
—Disculpe la intrusión ¿Tendría unos minutos para revisar los informes del experimento?
Por un instante, dudé. No porque tuviera algo mejor que hacer, sino porque no esperaba que Emily fuera quien tomara la iniciativa de llamarme para hablar del experimento. Así que asentí mientras intentaba esconder la pila de papeles desordenados con el codo.
—Claro. ¿Ahora mismo?
Asintió con un movimiento casi imperceptible, sus manos ajustando el cierre de la carpeta.
—Si le parece, podemos pasar a mi escritorio. Tengo los archivos organizados para una revisión más ágil.
—De acuerdo —dije, poniéndome de pie—. Vamos.
La seguí por el pasillo, consciente de que caminaba tres pasos detrás de mí. Al entrar a la oficina de Emily, lo primero que noté es el orden casi impecable del lugar. Cada objeto parecía estar en su sitio exacto, sin nada fuera de lugar o añadido por mera decoración.
El escritorio, de superficie limpia y sin distracciones innecesarias, solo tenía lo esencial: una laptop cerrada, un pequeño juego de plumas alineadas a un costado y varias carpetas cuidadosamente apiladas. En mi escritorio, los cables enredados parecían serpientes en hibernación. En el suyo, el cargador de la laptop estaba enrollado en espirales perfectas, asegurado con una banda elástica del mismo color que las cortinas.
Las estanterías reflejaban el mismo orden. No había adornos personales, ni fotos ni libros ajenos al trabajo, solo archivadores etiquetados con letra de imprenta. Cada carpeta parecía estar en su sitio según un sistema específico que solo Emily entendería, como si todo siguiera una lógica inquebrantable. Mientras ella alineaba la carpeta gris con las demas por tercera vez en un minuto, entendí que su mente funcionaba como un algoritmo: sin espacio para errores ni improvisaciones
—Tomé asiento, por favor —ella señaló la única silla frente a su mesa que no tenía un centímetro de polvo.
Me acomodé tratando de no desalinear los papeles que había junto a mi. No podía darme el lujo de parecer distraído o incómodo. Respiré hondo y le pregunté con la mayor naturalidad posible:
—¿Qué es lo que querías revisar?
Emily no perdió el tiempo. Se sentó frente a mí y sacó unas hojas engrapadas de uno de los folder. Sin dudarlo, me lo entregó y comenzó a hablar:
—Hay varios datos que no concuerdan con lo que está escrito —dijo, señalando con el dedo algunas secciones del documento—. En ciertos puntos, incluso se contradicen.
Tomé las hojas y las examiné con rapidez. Solo bastó un vistazo a la primera página para darme cuenta de lo que había hecho mal. Claro, había sido un error mío. Había querido modificar el informe original para presentarlo como un experimento nuevo, diferente, algo que pudiera justificar sin levantar sospechas. Para ello, tomé la versión que ya tenía y la alteré, cambiando ciertos datos para encajar con la narrativa que quería vender. Pero en mi prisa por terminarlo, no me aseguré de que todo fuera coherente. Ahora, esos errores eran evidentes, y Emily los había notado sin problemas.
Apreté los labios, tratando de disimular mi frustración. No podía permitirme que ella sospechara más de la cuenta. Tendría que corregir esos fallos sin levantar dudas, pero ¿hasta qué punto podía hacerlo sin que Emily empezara a cuestionar la naturaleza real del proyecto?
—Oh, esto… —murmuré tras unos segundos, levantando la vista de los documentos con una expresión de aparente tranquilidad—. Son solo errores mínimos. Nada que no pueda corregir ahora mismo.
Emily me observó en silencio por un momento, como si evaluara la veracidad de mis palabras. Finalmente, asintió y tomo las plumas al lado de su laptop. Me las tendió sin decir nada, pero yo solo tomé la negra, ignorando las demás. No necesitaba más que eso para hacer los cambios sin llamar demasiado la atención.
Deslice la pluma negra sobre el papel con trazos precisos. Mis correcciones eran limpias, ordenadas, casi meticulosas. Cada número erróneo era reemplazado con sumo cuidado, cada contradicción suavizada con frases ajustadas a la lógica del informe. Si alguien viera solo estas anotaciones, pensaría que siempre trabajaba así.
El contraste era evidente. Recordé las pocas veces que me había visto obligado a escribir algo a mano en medio del caos del laboratorio: notas apresuradas, números tachados con furia, garabatos que ni yo mismo entendía al releerlos. No era algo que hacía seguido, y se notaba. Pero ahora no podía darme el lujo de la torpeza.
Tenía que hacer que los datos fueran coherentes sin alterar demasiado el documento. No podía permitirme cometer otro descuido. Sin embargo, por más que intentaba concentrarme en la tarea, no podía evitar mirar de reojo a Emily.
Se había levantado de su asiento y se dirigía a una pequeña estación de bebidas en la esquina de la oficina. Con movimientos precisos, preparaba una taza de té, vertiendo el agua caliente con la misma paciencia y método con los que hacía todo.
—¿Quiere un poco? —preguntó sin apartar la vista de su taza.
—No, gracias —respondí de inmediato, regresando la vista a las hojas.
En realidad si quería, pero hablé antes de siquiera pensar.
Cuando Emily volvió a sentarse, colocando la taza de té en el escritorio, la sensación de su mirada fija sobre mí me hizo apretar la pluma con más fuerza de la necesaria. No decía nada, pero podía sentir su atención en cada movimiento de mi mano al escribir. No sabía si estaba simplemente esperando a que terminara o si intentaba analizarme de alguna forma, pero fuera lo que fuera, me ponía ligeramente nervioso.
Cuando terminé de hacer las correcciones, solté un leve suspiro y levanté la mirada hacia Emily. Ella esperaba con la misma expresión neutral de siempre, aunque percibí un ligero atisbo de paciencia en su postura. Rapidamente tomé las hojas y las extendí hacía ella.
Pero, en mi prisa por entregarlo, mi mano rozó la taza de té que había dejado sobre el escritorio. La vi inclinarse peligrosamente, el líquido balanceándose al borde. En un acto reflejo, lancé la otra mano y logré atraparla antes de que se derramara por completo. Un segundo de alivio… hasta que noté la mancha oscura extendiéndose por el puño de mi camiseta.
Emily no reaccionó de inmediato, solo los tomo con calma. Pero cuando levanté la vista, vi una pequeña sonrisa apenas asomándose en sus labios. No pude evitar sentir un ligero calor en mi rostro, entre la vergüenza y la sorpresa de verla así.
Me aclaré la garganta, intentando recuperar la compostura mientras daba pequeños golpecitos a la mesa con la pluma
—Bueno, como decía, estos errores eran mínimos —dije, forzando mi voz a sonar despreocupada—. Pero ya quedaron corregidos, así que no debería haber más problemas.
Emily pasó las páginas, revisando con la misma calma de siempre. Asentí para mis adentros, contento de haber desviado la atención, pero el leve temblor en mis dedos al intentar limpiarme la mancha me delató.
—Entiendo —respondió simplemente, sin levantar la vista del documento.
Quise decir algo más para reforzar mi punto, pero mi mente seguía volviendo a ese momento. La taza tambaleándose, mi mano moviéndose demasiado tarde, la sonrisa casi imperceptible de Emily. ¿Se estaba conteniendo para no reírse más?
—Entonces, si necesitas otra revisión, dime —añadí, cruzando los brazos en un intento de disimular la mancha.
—Lo haré, doctor Frost —dijo ella, con un tono que me pareció vagamente entretenido.
Me levanté, listo para salir antes de cometer otro error, pero incluso al cerrar la puerta detrás de mí, seguía sintiendo el calor en mi rostro y el peso de la taza en mi mente. "Ridículo", me dije en silencio, pero por alguna razón, la pequeña sonrisa de Emily se quedó conmigo mientras caminaba de regreso a mi oficina.
El pasillo de regreso a mi oficina parecía más largo que de costumbre, cada paso resonando junto al latido acelerado en mis sienes. Al llegar algo me pareció extraño de inmediato: La puerta, que estaba seguro de haber cerrado antes de salir con Emily, ahora estaba entreabierta. Fruncí el ceño, acercándome con cautela, y al asomarme, encontré la razón.
Yuri estaba cómodamente sentada en mi escritorio, hojeando el intento de reporte que había hecho sobre las observaciones de Ángel. Su postura relajada y la forma en que movía las páginas con lentitud me indicaban que llevaba ahí un rato.
Apenas levanté la mirada, ella notó mi presencia y, sin inmutarse, me sonrió.
—Vaya, qué manera de mirar a una compañera de trabajo —comentó, apoyando un codo sobre el escritorio—. Casi pareciera que soy una intrusa.
No supe si su tono era solo una broma o si había una insinuación oculta en sus palabras, pero de cualquier manera, no me gustaba encontrarme con ella de esta forma.
—No es eso. Solo me sorprende verte aquí sin previo aviso.
Yuri ladeó la cabeza, aún con esa sonrisa que no dejaba en claro si se divertía o si estaba analizando cada uno de mis movimientos.
—Bueno, alguien tenía que revisar este desastre antes de que quemaras más hojas con correcciones, ¿no?
Cerré la puerta tras de mí y caminé hacia mi escritorio, observando a Yuri con los brazos cruzados.
—¿Dónde te habías metido? Te estuve mandando mensajes estos días, pero ni los leíste.
Ella se estiró despreocupadamente en mi silla, como si fuera la dueña de la oficina, antes de soltar un suspiro.
—Perdí mi teléfono —dijo, encogiéndose de hombros—. Y me desperté tarde. ¿Qué querías que hiciera?
No parecía muy preocupada por darme una respuesta convincente, lo que solo me generó más dudas.
—¿Desde cuándo pierdes cosas tan importantes?
—Desde que soy humana, supongo —respondió con una sonrisa divertida. Luego inclinó la cabeza y me miró con ojos astutos—. ¿O acaso crees que tengo motivos ocultos?
Solté un suspiro, sin dejar de observarla. Algo en su actitud me decía que no todo era tan simple como lo hacía parecer. Pero Yuri solo me sonrió con esa expresión enigmática que siempre usaba cuando quería hacerme dudar.
Y, sin querer, lo había logrado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.