El Precio De La Perfección

Rutinas "Normales".

El aroma acre del café industrial lleno mi nariz al entrar a la cafetería del laboratorio, un olor que casi había olvidado. Desde que la bendita cafetera personal se había instalado en el silencio de mi oficina, apenas y pisaba este lugar ruidoso y abarrotado.

Pero este dia, mi propia máquina había decidido declararse en huelga, parpadeando con una luz roja intermitente que no auguraba nada bueno y que no tenía tiempo de diagnosticar. Así que aquí estaba, haciendo cola detrás de un par de técnicos que parecían más zombies que humanos, esperando mi dosis de cafeína comunitaria.

Mientras el café llenaba el vaso de cartón mal aislado, observé el flujo constante. Incluso a esta hora temprana, la cafetería era un hervidero de batas blancas, conversaciones fragmentadas sobre protocolos y chismes, y el tintineo de cucharas contra tazas de loza barata. Una normalidad casi ajena a la tensión que yo cargaba.

Al primer sorbo, una mueca involuntaria se dibujó en mis labios. El café era peor como lo recordaba: amargo, con un regusto a quemado que se aferraba al paladar. ¿A quién había tenido la brillante idea de instalar esta cafetera en particular? Ah, sí. Yo. Pero culpar al proveedor de la mala calidad del producto era, sin duda, más satisfactorio.

Con el vaso humeante en la mano, salí de la cafetería y me dirigí hacia mi oficina, el pasillo principal ya cobrando vida. Las luces fluorescentes zumbaban sobre mi cabeza, implacables. A mi paso, las puertas de los laboratorios auxiliares se abrían y cerraban, revelando destellos de equipos complejos y figuras concentradas sobre microscopios o terminales. Algunos empleados me saludaban con un asentimiento respetuoso, otros apenas levantaban la vista, absortos en sus tareas. La rutina. El motor que mantenía esta enorme maquinaria en funcionamiento día tras día.

Pero bajo esa superficie de productividad ordenada, mi propia procesión de inquietudes seguía su curso. La imagen de C-07, su furia contenida, seguía grabada en mi mente a pesar de los días transcurridos. Discretamente, saqué mi teléfono y accedí al sistema de monitoreo de las celdas, mientras seguía caminando. Las lecturas seguían estables, el gas neutralizador mantenía su efecto, pero la calma era precaria, una tregua temporal.

En un impulso casi inconsciente, mis pies me llevaron a pasar por el área de trabajo de Emily. Frené un instante, girando la cabeza apenas lo suficiente para asomarme a su cubículo. Vacío. No era de extrañar; aún era temprano para los más puntuales. A pesar de la lógica, una punzada de... ¿decepción? la aparté rápidamente.

Fue entonces, con la imagen de su puesto desocupado aún en mi mente, que la anticipación de la reunión del sábado me golpeó con fuerza. Se sentía a la vez como una necesidad estratégica imperativa y una desviación inquietante de mis propios protocolos internos de aislamiento emocional. Tenía que preparar los documentos, asegurarme de que todo fuera impecable para el sábado. Aún tenía unos días.

Finalmente llegué a mi oficina. El silencio relativo fue un alivio bienvenido. Dejé el vaso de café sobre el escritorio—probablemente quedaría ahí, medio lleno, como un monumento mal hecho—y me dejé caer en la silla. Encendí la terminal, esforzándome por apartar la maraña de pensamientos urgentes—C-07, Yuri, Emily, el plazo de los inversores—para enfocarme en lo inmediato, en la fachada de control y eficiencia que debía proyectar ante el mundo.

La pantalla se iluminó, y con ella, la habitual avalancha de correos y solicitudes: informes de otros departamentos que requerían mi firma, aprobaciones de gastos menores, el flujo constante de la burocracia que mantenía la maquinaria del laboratorio en movimiento. Tareas mundanas, casi triviales comparadas con la magnitud de lo que realmente ocupaba mi mente, pero necesarias.

Pase hora y media respondiendo correos, firmando solicitudes y aprobando gastos pequeños. Mis dedos ya estaban entumidos y apenas iba a la mitad de la tarea.

Estaba a medio camino de descifrar un informe particularmente detallado sobre la eficiencia energética de los nuevos refrigeradores de muestras, cuando la puerta de mi oficina se abrió sin previo aviso. No necesité levantar la vista para saber quién era.

—¡Jefazo! ¿Interrumpo algo vital para el futuro de la humanidad o solo estás jugando al solitario en la terminal? —La voz de Ángel resonó en la oficina, demasiado alegre para la hora y el entorno.

Levanté la vista y lo encontré con su sonrisa habitual y una carpeta arrugada bajo el brazo. Su cabello, más discreto que de costumbre, estaba algo despeinado.

—Estaba contemplando el gran dilema de la inmortalidad del cangrejo —repliqué con un tono exagerado, para después regresar a mi seriedad—. ¿Qué necesitas, Ángel?

—Bueno, parece que eres el hombre del momento —dejó caer la carpeta sobre mi escritorio con un golpe seco, dispersando algunas notas y papeles.

—¿De qué estás hablando?

—Reuniones, mi querido Liam. Juntas departamentales. —Ángel se recargó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos con aire de mensajero que trae noticias no del todo bienvenidas—. Los jefes de Logística y de Investigación Aplicada han estado preguntando por ti. Quieren tu presencia en sus reuniones de seguimiento de hoy, no pueden proceder sin el toque mágico de tu pluma.

Solté un suspiro, sintiendo cómo una nueva capa de obligaciones se sumaba al peso que ya cargaba.

—¿No puedes encargarte tú? ¿O Yuri? Se supone que para eso están.

—¡Hey! Yo ya estoy lidiando con Control de Calidad ¿recuerdas? —Ángel asintió hacia uno de los papeles, el cual era un documento firmado por él—. Y Yuri, de hecho, es la que está intentando hacer malabares con tu agenda para encajar todo esto y que no se te solapen las reuniones.

Me sorprendió un poco la mención de Yuri, parecía que ya estaba de buenas. A veces, su capacidad para cambiar su actitud era más desconcertante que cualquier confrontación directa. Tome una de las hojas exparcidad en mi escritorio, hechandole una leída rápida. Más tiempo perdido en minucias burocráticas cuando cada segundo contaba para el plazo de los inversores y para... otros asuntos.




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