El tintineo de la campana en la puerta del café me sacó de mis pensamientos, pero no era Emily. Solo otro cliente cualquiera, ajeno a la razón por la que estaba aquí.
Solté un suspiro y miré mi reloj de nuevo. Aún faltaban varios minutos para la hora acordada. Demasiado pronto, incluso para mí.
No era mi intención llegar tan temprano. En teoría, el tiempo estaba bien calculado: salir diez minutos antes me aseguraría de llegar con una pequeña ventaja. Pero había olvidado considerar el tráfico casi inexistente a esta hora del día. Ahora llevaba media hora aquí, esperando, con demasiado tiempo para pensar.
Quizás debí haber elegido otro lugar.
El primer pensamiento que tuve fue invitar a Emily a mi departamento. Tenía sentido en términos de privacidad y comodidad. Pero cuanto más lo pensaba, más claro veía que era una idea desastrosa. No por ella, sino por el lugar en sí.
Si alguien viera mi departamento, jamás adivinaría que soy el director de un laboratorio de renombre. No había nada del prestigio que mi apellido suponía representar. Solo un espacio funcional, con muebles que estaban ahí más por necesidad que por elección, estanterías llenas de documentos y un escritorio que siempre tenía más papeles de los que podía manejar. No era un desastre, pero tampoco era un lugar para recibir a alguien con quien intentaba generar confianza.
Así que descarté esa opción.
Luego pensé en otros lugares: restaurantes demasiado elegantes, bibliotecas demasiado silenciosas, bares demasiado informales. Cada una de esas ideas tenía algún inconveniente que las hacía inviables. Hasta que terminé aquí, en un café discreto cerca del centro de la ciudad. Un punto medio. Ni demasiado lejos, ni demasiado cerca. Lo suficientemente público para que no pareciera sospechoso, pero lo bastante tranquilo como para mantener una conversación sin interrupciones.
Le di otro sorbo al café, aunque ya estaba más frío de lo que me hubiera gustado. Esto tenía que salir bien. Había planeado cada detalle, medido cada palabra en mi mente antes de proponerle esto a Emily. Pero ahora que estaba aquí, esperando, sentía que el control que creía tener comenzaba a resquebrajarse.
El borde de mi taza se había enfriado contra mis dedos. Miré el café restante, ya tibio, y luego mi teléfono, deslizando el dedo por la pantalla sin mucho interés. No había mensajes importantes, solo algunos recordatorios de correos pendientes y una notificación de Yuri decidí ignorar por ahora.
Justo cuando pensaba en volver a revisar la hora, una voz aguda y molesta irrumpió en el ambiente del café.
—¿Por qué siempre tienes que hacer esto? —exclamó una mujer desde una mesa cercana.
No levanté la vista de inmediato. Las conversaciones ajenas no eran de mi interés, y menos cuando se trataba de discusiones. Sin embargo, la respuesta que vino después captó mi atención.
—¡Yo no hice nada! —respondió un hombre con tono frustrado—. Eres tú la que está sacando esto de proporción.
Vaya, una pareja discutiendo en público. Intenté ignorarlos, pero la discusión subió de tono.
—¡Porque siempre es lo mismo! Dices que vas a cambiar, que esta vez va a ser diferente, pero al final… nada.
—¿Cómo puedes decir eso después de todo lo que he hecho?
Al desviar la mirada hacia la izquierda, ahí estaban. Una pareja sentada cerca de la ventana, ambos inclinados sobre la mesa, mirándose con una mezcla de frustración y cansancio. La mujer hablaba con los brazos cruzados, con una expresión de exasperación en el rostro. El hombre, por su parte, se pasaba una mano por el cabello, claramente agotado de repetir la misma conversación una y otra vez.
Observé la escena unos segundos más y aparté la vista. Ese era uno de los motivos por los que nunca me gustó la idea de tener pareja.
Las relaciones siempre parecían más problemáticas que beneficiosas. Peleas constantes, expectativas incumplidas, reproches acumulados con el tiempo… Demasiado desgaste emocional para alguien que ya tenía suficiente con las complicaciones del laboratorio.
Sin embargo, últimamente, mi percepción de lo que significaba conectar con alguien estaba cambiando. Pero no había tiempo para pensar en eso ahora. Había cosas más importantes en juego.
Sacudí la cabeza y volví la vista hacia adelante, listo para concentrarme en lo que realmente importaba.
Y entonces la vi.
Emily estaba de pie junto a la mesa, mirándome con su expresión neutra de siempre. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba ahí, pero su presencia me tomó completamente por sorpresa.
Mi reacción fue inmediata: me tensé ligeramente y me enderecé en la silla, sintiendo una punzada de incomodidad. ¿Desde cuándo estaba aquí?
—Dr. Frost —dijo con voz calmada, como si mi evidente sobresalto no fuera digno de mención.
—Ah, Emily —respondí, aclarando la garganta y recuperando la compostura—. No te vi llegar.
—Me di cuenta
Por un instante, pensé que tal vez me había visto demasiado absorto en la discusión de la pareja. O peor aún, en mis propios pensamientos.
Respiré hondo y señalé la silla frente a mí.
—Toma asiento, por favor.
Emily asintió y tomó asiento, dejando su bolso a un lado. Mientras Emily se acomodaba en la silla, todavía podía escuchar los restos de la discusión a mi izquierda. Pero ya no me interesaba.
Me obligué a mantener la vista en ella, recordando que no debía perder el enfoque.
—Como mencioné en el laboratorio, esta reunión es para evaluar tu posible participación en un nuevo experimento —dije con tono medido, asegurándome de que mi voz sonara lo suficientemente formal para encajar con el propósito de la reunión.
Emily simplemente asintió, manteniendo su expresión serena. Su mirada era directa, atenta, sin mostrar signos de duda o impaciencia.
—El proyecto en el que estamos trabajando es una iniciativa respaldada directamente por algunos de nuestros inversionistas —continúe, eligiendo mis palabras con cuidado—. Su objetivo es comprender ciertos atributos humanos con la intención de mejorarlos. No solo a nivel físico, sino también en términos cognitivos y adaptativos.