El gruñido de la criatura se transformó en un rugido ensordecedor que sacudió las ramas. Riven se mantuvo firme, sintiendo la vibración del sonido en el pecho. Había enfrentado a docenas de bestias, pero algo en esta le helaba la sangre. No era sólo un depredador salvaje. Había inteligencia en sus movimientos, en la forma en que se mantenía a la sombra, esperando que él cometiera un error.
Las hojas susurraron y Riven reaccionó por instinto. Giró sobre sus talones y levantó la espada justo cuando la criatura se abalanzaba sobre él. Era rápida, demasiado rápida. Alcanzó a esquivar las garras por un pelo, pero un golpe de la cola lo lanzó contra un árbol. El impacto le sacó el aire de los pulmones.
Parpadeó, aturdido. La silueta de la bestia se movía entre los árboles, sus ojos brillaban con un fulgor rojo. Era más grande que un lobo, su cuerpo musculoso y cubierto de un pelaje oscuro, con espinas que recorrían su espalda. No era una criatura ordinaria. Algo la había convertido en esto.
Riven se obligó a levantarse. No podía dejar que la bestia tomara la ventaja. Tomó aire y flexionó las piernas, preparándose para el siguiente ataque. Esta vez, estaría listo.
La criatura rugió de nuevo y cargó. Riven rodó a un lado, esquivando por poco las garras. Su espada se movió en un arco perfecto, abriendo un tajo en el costado del monstruo. Un chillido agudo llenó la noche. Sangre oscura goteó al suelo.
Pero la bestia no cayó. Retrocedió unos pasos, respirando pesadamente. Y entonces, habló.
—No eres como los otros cazadores...
La voz era un gruñido bajo, gutural, pero las palabras eran claras. Riven se tensó. Nunca esperó que su presa pudiera hablar.
La criatura lo observó con algo que no era odio, sino comprensión. Y en ese instante, Riven supo que esta cacería sería diferente a cualquier otra.
Editado: 21.03.2025