Riven sostuvo su espada con más fuerza. Su instinto le gritaba que atacara, que no diera tregua, pero su mente vaciló. Nunca había enfrentado a una bestia que pudiera hablar.
—Habla —gruñó, sin bajar la guardia.
La criatura se mantuvo en la sombra, su silueta tensa por el dolor de la herida. Respiró hondo antes de responder.
—No somos tan diferentes, cazador. Ambos vivimos por sangre y ambos somos perseguidos por lo que somos.
Riven frunció el ceño. Estaba acostumbrado a los gritos, a los rugidos de agonía de sus presas, pero esto era distinto.
—¿Qué eres? —preguntó.
—Algo que los hombres destruyeron y que no debería existir. Pero no estoy aquí para pelear. Quiero un trato.
Riven sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ningún monstruo había intentado negociar con él antes. Cada fibra de su ser le decía que esto era una trampa. Pero si había algo que había aprendido en todos sus años como cazador, era que la información valía tanto como el acero.
Bajó un poco la espada, sin dejar de vigilar a la criatura.
—Habla rápido. Si no me gusta lo que escucho, te abriré en canal.
La bestia dejó escapar una risa baja, casi humana.
—Quiero que mates a otro monstruo. Uno peor que yo. Y a cambio, te diré quién puso precio a tu cabeza.
Riven sintió que su sangre se helaba. Nadie sabía que alguien quería verlo muerto.
—Empieza a hablar —dijo en un susurro.
La cacería había cambiado. Ahora, él también era la presa.
Editado: 21.03.2025