La luna era apenas una pálida mancha en el cielo cuando Riven y la criatura llegaron a las ruinas del Bosque Negro. El cazador no había bajado la guardia en ningún momento; su compañero improvisado caminaba con la calma de quien conoce bien el terreno.
—Aquí es —susurró la bestia—. Ya siente nuestra presencia.
Riven no respondió. Estaba concentrado en la atmósfera del lugar. El aire se sentía pesado, cargado de algo más que humedad y putrefacción. La corrupción impregnaba cada piedra de aquellas ruinas olvidadas.
Entonces lo sintió. No lo vio, pero su instinto lo advirtió antes de que ocurriera. Un viento helado recorrió su espalda, y una sombra se materializó entre las estructuras derruidas. Ojos como brasas encendidas flotaban en la negrura.
—Has venido... —susurró una voz que pareció surgir de todos lados a la vez.
La bestia se tensó, retrocediendo un paso.
—Riven, ten cuidado. Es más antiguo de lo que creí...
El cazador desenvainó su espada lentamente. No iba a retroceder. No cuando la cacería apenas comenzaba.
La sombra se movió, y de repente, el bosque entero se estremeció con un lamento profundo, un eco de todas las almas que había devorado.
La batalla había comenzado.
Editado: 21.03.2025