Riven rodó hacia un lado justo a tiempo para evitar el primer ataque. La sombra se estiró como si tuviera vida propia, garras etéreas buscando su carne. Su espada chisporroteó al chocar contra la negrura, pero no la hirió; era como cortar el humo.
—¡No puedes matarlo con acero común! —rugió la criatura que lo había guiado hasta allí, esquivando un tentáculo sombrío.
Riven maldijo. Sabía que aquel trabajo no sería sencillo, pero no esperaba enfrentarse a algo que no podía dañar. Necesitaba una estrategia.
La sombra se deslizó a su alrededor, susurrando palabras ininteligibles. El cazador sintió un peso en su mente, una presencia oscura que trataba de invadir sus pensamientos. Aprisionó sus propias emociones y atacó de nuevo, esta vez buscando el punto donde los ojos incandescentes flotaban.
Un alarido atravesó la noche cuando la hoja rozó el núcleo de la criatura. No la mató, pero la hizo retroceder.
—El fuego… —susurró la bestia—. Su debilidad es el fuego.
Riven no perdió tiempo. Sacó un frasco de aceite de su cinturón y lo rompió contra su espada. Con un rápido movimiento, encendió la hoja con una chispa de su yesquero. La llama creció, danzando sobre el metal.
La sombra chilló al ver la luz. Riven sonrió con frialdad. Ahora tenía una oportunidad.
La cacería continuaba.
Editado: 21.03.2025