El fuego danzaba sobre la hoja de Riven, iluminando el rostro sin forma de la sombra. La criatura se retorció, como si la luz misma le resultara insoportable. Aprovechando su ventaja, Riven avanzó, lanzando un tajo que abrió la negrura en un estallido de humo.
Un chillido resonó por todo el bosque. La sombra trató de retroceder, pero el cazador no le dio tregua. Cada golpe de su espada en llamas arrancaba jirones de oscuridad, debilitándola.
—¡Más! ¡Sigue atacando! —rugió la bestia, observando con fascinación.
Riven sintió que algo en la atmósfera cambiaba. La sombra ya no solo se defendía: buscaba escapar. Sus formas alargadas se encogieron, tratando de fundirse con la noche.
—No tan rápido —gruñó Riven.
De su cinturón sacó una pequeña bolsa de polvo de azufre. La rompió entre sus dedos y la lanzó al aire. Las partículas ardieron al contacto con las llamas de su espada, esparciendo una luz anaranjada que disipó la negrura circundante.
La sombra soltó un último alarido y se desvaneció en un torbellino de ceniza y viento helado. El bosque se quedó en silencio. Riven respiró hondo, sintiendo el olor a quemado en el aire.
—Lo lograste… —susurró la bestia, observándolo con respeto y algo más. Algo que Riven no podía definir aún.
Pero la cacería no había terminado. Porque aunque la sombra estaba muerta, las palabras de la criatura aún resonaban en su mente.
Alguien lo quería muerto. Y esa amenaza seguía viva.
Editado: 21.03.2025