El primer enemigo se abalanzó sobre Riven con un gruñido gutural. Su piel era áspera, con escamas que reflejaban la tenue luz de la luna. Sus garras brillaban con veneno.
Riven se movió con precisión, esquivando el ataque y respondiendo con un corte diagonal. Su espada atravesó la carne con un sonido húmedo, y la criatura cayó con un chillido agonizante.
No tuvo tiempo para celebrar. Otros ya estaban sobre él.
Su instinto tomó el control. Esquivó una embestida, giró sobre sí mismo y hundió su acero en el pecho de otro enemigo. La bestia se sacudió, intentando desgarrarlo con sus fauces, pero Riven la empujó con fuerza antes de que sus dientes se cerraran en su carne.
La bestia que lo acompañaba peleaba a su lado, desgarrando gargantas con una violencia feroz. Juntos, luchaban como si fueran uno solo.
Pero la horda parecía interminable.
Riven sintió un ardor en su costado. Miró hacia abajo y vio que una de las criaturas había logrado arañarlo. No era profundo, pero ardía como fuego líquido.
—Veneno… —gruñó entre dientes.
Tenía que terminar esto rápido.
Con un grito de guerra, se lanzó de nuevo al combate, ignorando el dolor, ignorando el cansancio. Su espada brillaba en la oscuridad, danzando entre sombras y sangre.
No pensaba caer esa noche.
Editado: 21.03.2025