El veneno ardía en sus venas como brasas encendidas. Cada movimiento era más pesado, cada respiración más corta. Riven sintió que el suelo se deslizaba bajo sus pies, pero no podía detenerse. No ahora.
La bestia a su lado rugió y se lanzó sobre un enemigo que intentaba rodearlo. Sus colmillos se hundieron en la garganta del monstruo, destrozándolo con un chasquido seco. Sin embargo, la horda no cesaba.
Riven apretó los dientes y obligó a su cuerpo a seguir. Su espada cortó en un arco amplio, cercenando extremidades y esparciendo sangre oscura en la tierra. Pero su visión comenzaba a nublarse.
De pronto, un zumbido atravesó el aire. Una flecha surcó la oscuridad y se clavó en el cráneo de una de las criaturas. Luego, otra. Y otra.
Desde los árboles, figuras encapuchadas emergieron con precisión letal. Se movían con la gracia de espectros y atacaban con letalidad quirúrgica. Riven apenas pudo mantenerse en pie mientras los recién llegados masacraban a los monstruos con espadas y flechas.
Cuando el último enemigo cayó, un hombre de mirada afilada se acercó a él.
—No es común ver a un cazador solo contra una horda —dijo con una media sonrisa—. Pero me temo que no estás en condiciones de seguir de pie mucho más tiempo.
Riven quiso replicar, pero sus fuerzas lo traicionaron. Su cuerpo se desplomó y todo se volvió oscuridad.
Editado: 21.03.2025