Riven despertó con el cuerpo pesado, la garganta seca y un dolor punzante en el costado. Su mano se movió instintivamente hacia su espada, pero no la encontró.
—Tranquilo, cazador. Nadie te hará daño aquí —dijo una voz femenina.
Parpadeó varias veces antes de ver a una mujer de cabello oscuro, sentada a su lado. Llevaba ropas ligeras, pero su mirada denotaba experiencia en la batalla.
—¿Dónde estoy? —murmuró, incorporándose con esfuerzo.
—En nuestro refugio. Nos debes la vida —respondió la mujer con una leve sonrisa—. Sin nuestra intervención, esa horda te habría devorado.
Riven repasó la habitación con la vista. Estaba en una cabaña de madera rústica, iluminada por velas. Afuera, escuchaba voces y el sonido de armas siendo afiladas.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó, con desconfianza.
—La Hermandad de la Noche. Cazadores, como tú… aunque con métodos más sutiles —explicó la mujer—. Te salvamos porque creemos que podrías sernos útil.
Riven frunció el ceño. No le gustaban las deudas, ni los favores. Pero tampoco podía negar que sin ellos estaría muerto.
—Escucho —dijo finalmente.
La mujer sonrió.
—Tenemos un trabajo para ti.
Editado: 21.03.2025