El amanecer tiñó el horizonte con tonos rojizos cuando Riven se preparó para partir. Su equipo estaba en orden, su espada afilada y su instinto alerta. La Hermandad de la Noche le había proporcionado suministros y un caballo, pero la sensación de que algo no encajaba persistía en su mente.
—No te preocupes, cazador. No planeamos traicionarte —dijo la mujer mientras ajustaba su capucha.
—No estoy preocupado. Pero sí cauteloso —respondió Riven sin mirarla.
El grupo partió en silencio, avanzando por los caminos agrestes que llevaban a las montañas del este. Durante el trayecto, Riven observó a sus acompañantes: guerreros diestros, pero con una forma de moverse demasiado silenciosa, como si estuvieran acostumbrados a acechar en la oscuridad.
Cuando el sol comenzó a ocultarse tras las montañas, se detuvieron cerca de un claro. La líder de la Hermandad señaló las colinas que se alzaban frente a ellos.
—Está ahí. No sabemos su refugio exacto, pero hemos encontrado rastros de sus víctimas.
Riven desmontó y estudió el terreno. Árboles desgarrados, huellas pesadas en el suelo y un hedor a muerte impregnado en el aire.
—Esto no es una bestia común —murmuró.
De pronto, un sonido gutural retumbó en la lejanía. Riven desenfundó su espada. La cacería había comenzado.
Editado: 21.03.2025