El gruñido reverberó entre los árboles, un sonido profundo y antinatural que hizo que incluso los guerreros de la Hermandad se tensaran. Riven apretó el mango de su espada, agudizando los sentidos. No podía ver a la criatura, pero sabía que estaba cerca.
—Mantened la formación —ordenó la líder de la Hermandad.
Pero antes de que pudieran moverse, la criatura atacó.
Una sombra se deslizó entre los árboles con una velocidad imposible. Algo enorme, deforme y cubierto de un pelaje negro y grueso, emergió de la penumbra. Sus ojos brillaban como brasas ardientes y su boca, repleta de colmillos afilados, destilaba un hedor putrefacto.
Uno de los cazadores no tuvo tiempo de reaccionar. En un instante, la bestia lo embistió, lanzándolo contra un árbol con un chasquido seco de huesos rompiéndose. El hombre no volvió a levantarse.
—¡Cúbranme! —rugió Riven, lanzándose al ataque.
Su espada cortó el aire, impactando contra el costado de la criatura. Pero en lugar de atravesar la carne, la hoja rebotó contra su piel dura como la piedra. Riven apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que una de sus garras se estrellara contra el suelo donde había estado un segundo antes.
—No es una bestia común —gruñó, retrocediendo.
—Es un engendro de la Oscuridad —respondió la líder de la Hermandad—. Y no morirá con acero ordinario.
Riven apretó los dientes. Necesitaban otra estrategia, o ninguno saldría vivo de esa montaña.
Editado: 21.03.2025