Riven retrocedió, con la espada aún vibrando tras el impacto contra la piel impenetrable de la criatura. Sus instintos le gritaban que estaba en peligro mortal. La bestia gruñó, mostrando sus colmillos, y se lanzó hacia él con una velocidad sobrehumana.
La líder de la Hermandad actuó rápido. Sacó un frasco de su cinturón y lo arrojó al suelo entre Riven y la criatura. Una explosión de llamas azuladas se alzó en el aire, deteniendo el ataque de la bestia.
—¡Necesitamos encantar tu espada! —gritó, sacando un cuchillo ceremonial.
—¿Cuánto tiempo? —Riven mantuvo su postura de combate.
—Segundos. Pero tienes que contenerlo.
Riven exhaló con fuerza y corrió hacia la bestia. Se movió con precisión, esquivando las zarpas que buscaban abrirle el pecho. Con cada golpe, la criatura se enfurecía más, pero Riven la guiaba, obligándola a moverse en círculos alrededor del fuego azul.
Mientras tanto, la líder de la Hermandad deslizó la hoja de su cuchillo por su palma, dejando que la sangre cayera sobre la espada de Riven mientras recitaba un antiguo conjuro. La hoja empezó a brillar con un tono carmesí, vibrando con una energía peligrosa.
—¡Ahora! —gritó ella, lanzándole el arma.
Riven atrapó la espada en el aire y giró sobre su propio eje, cortando en diagonal el pecho de la criatura. Esta vez, la hoja penetró. La bestia aulló en agonía mientras la energía encantada se expandía por su cuerpo.
Con un último grito, la criatura se desplomó, sus ojos ardientes apagándose lentamente.
El silencio cayó sobre la montaña. Riven respiró hondo y limpió la hoja.
—Más que un simple trabajo… —murmuró.
Editado: 21.03.2025