Capítulo 20: El Precio de la Sangre

El viento ululaba entre los árboles mientras Riven abandonaba el claro. La marca en el suelo seguía brillando con un fulgor antinatural, como un recordatorio de que lo peor aún estaba por venir. Sabía que no podía quedarse ahí, no con la energía oscura filtrándose en la tierra como veneno.

Se dirigió a la aldea más cercana, esperando respuestas, pero solo encontró miradas de desconfianza. La gente hablaba en susurros, evitaban su mirada. No era la primera vez que un cazador de monstruos era visto como una amenaza en lugar de un salvador. Pero esta vez había algo más. Algo se cernía sobre la aldea como una sombra invisible.

Entró en la posada, donde el tabernero lo miró con recelo.

—Has traído algo contigo, cazador —dijo con voz grave—. Lo sentimos en el aire.

Riven frunció el ceño. No respondió. Solo pidió una habitación y se sentó en un rincón, limpiando su espada, fingiendo ignorar las miradas clavadas en su espalda.

Esa noche, el sueño lo eludió. Afuera, la niebla se arremolinaba de manera antinatural, como si la propia oscuridad lo acechara. Algo despertaba, algo que había estado dormido durante demasiado tiempo.

Cuando el primer grito desgarró la noche, Riven ya tenía su espada en la mano.

La cacería aún no había terminado.

En la distancia, en lo más profundo de la niebla, dos ojos rojos lo observaban. Y una voz susurró su nombre.