El Precio de mi Secreto

Capítulo 3: Entre Curiosidad y Deseo

Adriana no podía sacudirse la sensación de que el suelo bajo sus pies temblaba. Las últimas 24 horas habían sido un torbellino de emociones. Primero, el encuentro inesperado con Derek en la clase, y ahora, esa conversación en la cafetería que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué, entre tantas personas, se fijaba en alguien como ella, que solo quería pasar desapercibida?

Suspiró mientras revisaba su horario. Otra clase, otro intento de mantener la cabeza baja. Pero la idea de encontrarse nuevamente con Derek no la dejaba en paz. ¿La recordaría? ¿O simplemente seguiría con su vida de lujos y privilegios, como si nada hubiera pasado?

El aula estaba llena cuando llegó. Adriana respiró aliviada al ver un asiento en la parte trasera, lejos de cualquier atención. Pero justo cuando se acomodaba, una sombra familiar apareció a su lado.

—¿Este asiento está ocupado? —preguntó Derek, con su tono despreocupado de siempre.

Adriana levantó la vista, sus ojos encontrando los de él, y sintió que el aire a su alrededor se detenía. ¿Otra vez él? ¿Qué estaba haciendo aquí?

—Eh… no —respondió torpemente, apartando su mochila para que se sentara.

Derek se dejó caer en el asiento a su lado, sin dejar de mirarla. Adriana podía sentir el peso de su atención, algo que la inquietaba profundamente. ¿Qué había en ella que lo atraía tanto?

La clase comenzó, pero Adriana apenas podía concentrarse en las palabras del profesor. Derek estaba demasiado cerca. De vez en cuando, lo sorprendía mirándola de reojo, como si estuviera estudiándola. Esa mirada intensa la hacía sentir expuesta, como si él pudiera ver a través de todas las capas que había creado para protegerse.

Cuando la clase terminó, antes de que Adriana pudiera escapar, Derek habló.

—¿Quieres ir por un café? —preguntó de repente, con una sonrisa que hizo que su corazón saltara.

Adriana parpadeó, sorprendida. ¿Un café? ¿Con él? La idea la aterraba y la emocionaba al mismo tiempo. Pero también sabía que debía mantener las distancias. Cuanto más tiempo pasara con él, más peligro corría de que descubriera la verdad.

—Yo… tengo que estudiar —mintió, agarrando su mochila con nerviosismo.

Derek la miró por un momento, claramente leyendo su incomodidad. Pero, para su sorpresa, no insistió.

—Está bien —dijo él, levantándose con tranquilidad—. Otra vez será.

Adriana asintió rápidamente, evitando mirarlo mientras recogía sus cosas. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir del aula, Derek la detuvo con un gesto.

—Adriana.

El sonido de su nombre en los labios de él hizo que se detuviera. ¿Por qué le afectaba tanto?

—Solo una cosa —dijo él, caminando hacia ella con las manos en los bolsillos, relajado pero con una mirada que la hacía sentir vulnerable—. No tienes que esconderte. No sé cuál es tu historia, pero no soy como ellos.

Ella lo miró, sorprendida por la franqueza de sus palabras. ¿Qué quería decir con eso? Pero antes de que pudiera preguntar, Derek sonrió, como si la conversación hubiera llegado a su fin, y se alejó con esa misma facilidad con la que parecía hacer todo.

Adriana se quedó en su lugar, su corazón latiendo con fuerza. No soy como ellos. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso ya había notado algo sobre ella? El miedo se entremezclaba con la confusión, pero también con algo más: una creciente curiosidad por él. No podía evitarlo, Derek era como un enigma, y contra todo pronóstico, comenzaba a interesarse más en lo que él escondía.

Las horas pasaron con lentitud, pero la mente de Adriana seguía anclada en cada palabra de Derek. Cuando finalmente decidió ir a la biblioteca a estudiar, esperaba tener un poco de paz. Se dirigió a su rincón habitual, entre las estanterías llenas de libros viejos que pocos consultaban. Era su refugio.

Sin embargo, su calma duró poco. Mientras buscaba en su mochila uno de sus cuadernos, una figura alta apareció entre las sombras de los estantes.

—Parece que nos encontramos otra vez —dijo Derek, sonriendo.

Adriana dejó caer el cuaderno de la sorpresa. ¿Lo estaba siguiendo? O quizás simplemente era una coincidencia… ¿Pero cuántas veces más ocurrirían esas “coincidencias”?

—¿Tú… qué haces aquí? —preguntó, sintiéndose tonta por lo obvio de su pregunta.

—Me gusta este lugar. Tranquilo, sin multitudes. —Derek encogió los hombros—. Aunque no pensé que te encontraría aquí también. Es agradable.

Adriana no sabía qué decir. El chico más popular de la universidad, rodeado siempre de lujos, ¿en una biblioteca? ¿Y justo en la parte más solitaria de todas? Era como si el universo estuviera jugando con ella.

—¿Te molesta que me siente? —preguntó Derek mientras ya tomaba asiento frente a ella.

Adriana suspiró. No tenía sentido resistirse, y aunque algo en su interior le decía que era una mala idea, parte de ella se sentía intrigada. Quería saber más. No solo por la creciente atracción que sentía hacia él, sino porque había algo en Derek que no encajaba del todo con la imagen que tenía.

—Está bien —respondió finalmente.

Los minutos pasaron, y para su sorpresa, Derek no intentó hablar demasiado. Parecía contento con solo estar allí, compartiendo el silencio con ella. Ocasionalmente, levantaba la vista de su libro, observándola como si estuviera tratando de entender algo que aún no lograba descifrar.

Y en esos momentos, Adriana sentía que el muro que había construido a su alrededor comenzaba a agrietarse. ¿Qué pasaría si lo dejaba entrar?




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