El día del festival llegó más rápido de lo que Adriana esperaba. Se había pasado las últimas noches intentando calmar sus nervios, pero a medida que la cita con Derek se acercaba, la ansiedad se apoderaba de ella. ¿Estaba cometiendo un error? Sabía que Derek la estaba llevando a un lugar del que sería difícil escapar, un lugar donde la verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz.
Esa tarde, frente al espejo, Adriana se miró detenidamente. Su ropa era simple, pero cuidadosamente elegida para no delatar su situación. ¿Lucía bien? Era lo mejor que podía hacer con lo que tenía, y solo esperaba que Derek no notara nada fuera de lo común. Sin embargo, mientras caminaba hacia el parque, una sensación de inevitabilidad la envolvía.
Derek la esperaba cerca de la entrada, vistiendo una chaqueta de cuero que lo hacía ver despreocupado y elegante al mismo tiempo. Al verla, su rostro se iluminó con una sonrisa amplia que hizo que el corazón de Adriana diera un vuelco.
—¡Hola! —dijo él, saludándola con una energía que la sorprendió. Era como si estuviera genuinamente emocionado de verla.
—Hola, —respondió ella, intentando sonar calmada.
A medida que caminaban por el parque, la atmósfera festiva los envolvía: luces, música, el olor a comida que flotaba en el aire. Derek compró dos bebidas calientes y se las ofreció mientras la multitud se arremolinaba a su alrededor. La conversación fluía con facilidad, como siempre lo hacía entre ellos, pero Adriana no podía evitar sentir que algo estaba a punto de cambiar.
—Me alegra que hayas venido, —dijo Derek, deteniéndose para mirarla directamente—. La verdad, he estado pensando en ti.
El corazón de Adriana comenzó a latir con fuerza. ¿Pensando en ella? ¿Qué quería decir con eso?
—¿Pensando en mí? —repitió ella, tratando de mantener la compostura.
Derek sonrió, bajando la mirada por un momento antes de responder.
—Sí. Hay algo en ti que me atrae. No sé exactamente qué es, pero… no puedo dejar de pensar en ti. —Sus palabras salieron con una sinceridad que la desarmó por completo.
Adriana sintió una mezcla de emociones. Por un lado, el hecho de que Derek sintiera algo por ella era emocionante, casi irreal. Pero por otro lado, el miedo la invadía. ¿Qué haría cuando descubriera la verdad? Él no conocía la vida que ella llevaba fuera de la universidad, los sacrificios que hacía para encajar en un mundo que no era el suyo.
—Derek, yo… —comenzó a decir, pero se detuvo, buscando las palabras adecuadas.
—No tienes que decir nada ahora —interrumpió él suavemente—. Solo quiero que sepas que me importas.
Esa confesión la dejó sin aliento. ¿Importarle? ¿Cómo podía importarle a alguien como Derek? El miedo a perderlo comenzó a crecer dentro de ella. Pero antes de que pudiera reaccionar, Derek tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. El contacto fue tan inesperado que Adriana sintió una corriente de electricidad recorrer su cuerpo.
—Ven, quiero mostrarte algo, —dijo él, llevándola hacia una zona más tranquila del parque, lejos de las multitudes.
Caminaban en silencio, pero el aire entre ellos estaba cargado de emociones no dichas. Finalmente, Derek se detuvo junto a un pequeño lago iluminado por luces de colores. El reflejo de las luces en el agua creaba una atmósfera mágica, pero todo lo que Adriana podía sentir era el latido acelerado de su corazón.
—Este es mi lugar favorito —confesó Derek, mirando el lago—. Siempre vengo aquí cuando necesito pensar.
Adriana lo observó, dándose cuenta de que había mucho más en él de lo que mostraba a los demás. Bajo su fachada de chico popular e influyente, parecía haber alguien más complejo, alguien que también escondía sus propios secretos.
—Gracias por traerme aquí —dijo ella suavemente, sintiendo que ese momento era especial.
—Me alegra que estés aquí conmigo —respondió Derek, apretando su mano suavemente.
Adriana sabía que debía detener esto antes de que fuera demasiado tarde, antes de que se involucraran más. Pero cada vez que intentaba reunir el valor para decir la verdad, algo en la mirada de Derek la detenía. No estaba lista para perderlo.
De repente, Derek giró hacia ella, sus ojos oscuros fijos en los de ella. El mundo a su alrededor pareció desvanecerse mientras él se inclinaba lentamente hacia adelante, y antes de que Adriana pudiera procesarlo, sus labios se encontraron en un beso suave, cargado de todo lo que ninguno de los dos había dicho.
El corazón de Adriana latía a mil por hora, y durante unos instantes, se permitió perderse en el momento, olvidando todo lo demás. Pero cuando el beso terminó, la realidad la golpeó con fuerza. Estaba jugando con fuego, y si seguía así, todo acabaría en desastre.
Derek la miró, con una sonrisa sincera en los labios, sin darse cuenta del caos que se desataba dentro de ella.
—No sé qué es lo que tienes, pero me vuelves loco —dijo él, su voz llena de calidez—. Quiero conocerte mejor, Adriana. Quiero saber todo sobre ti.
Esas palabras fueron como una daga en su corazón. Saber todo sobre ella significaba descubrir la verdad. Y cuando lo hiciera, Adriana temía que Derek la viera de una forma completamente diferente.
—Derek, hay cosas que no sabes sobre mí, —dijo ella, finalmente reuniendo el valor para hablar.
Derek la miró con curiosidad, pero sin juicio.
—No tienes que contarme nada ahora. Lo que sea, lo entenderé. —Su voz era tranquila, confiada.
Pero Adriana sabía que no sería tan sencillo. El secreto que llevaba pesaba demasiado, y cuanto más tiempo pasara, más difícil sería confesarlo. Y aunque en ese momento, bajo las luces suaves del parque, Derek parecía dispuesto a aceptar cualquier cosa, ella no podía sacudirse el miedo de que, una vez que conociera su realidad, todo cambiaría.