El camino de regreso a casa después del festival fue más pesado de lo que Adriana había anticipado. La brisa fría de la noche golpeaba su rostro, pero no conseguía despejar su mente del caos de emociones que sentía. El beso de Derek seguía ardiendo en sus labios, una mezcla de emoción y culpa que no podía sacudirse.
Sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a la realidad. No solo la realidad de su secreto con Derek, sino también la de su familia. Vivir esa doble vida era agotador, y cada vez se volvía más difícil de mantener. La idea de lo que su padre pensaría de Derek —un chico que representaba todo lo que su familia no tenía— la aterrorizaba.
Cuando llegó a casa, se detuvo frente a la puerta de madera desgastada, respirando hondo antes de entrar. La pequeña casa que compartía con sus padres era humilde, pero para Adriana siempre había sido un refugio… hasta que comenzó a sentirse atrapada entre las expectativas de su padre y su propio deseo de un futuro diferente.
—¡Adriana! —llamó su madre desde la cocina cuando la puerta se cerró tras ella.
Adriana sonrió ligeramente al escuchar la voz cálida de su madre. A pesar de todo, su relación con ella era lo único que la mantenía cuerda. Caminó hacia la cocina y encontró a su madre preparando la cena, con las mangas de su suéter desgastado arremangadas y el cabello recogido en un moño flojo.
—Hola, mamá —dijo Adriana, depositando un beso en su mejilla.
—Llegas tarde, —respondió su madre con una sonrisa—. Tu padre estaba preocupado. Ya sabes cómo se pone cuando no estás en casa a tiempo.
Adriana asintió, sintiendo el peso de esas palabras. Su padre siempre había sido estricto, pero a medida que ella crecía, su actitud machista se volvía más sofocante. Para él, las mujeres debían ser sumisas, obedientes y, sobre todo, seguir las normas que él establecía. La universidad era un escape, pero aquí, en casa, las reglas eran diferentes.
—Fui a estudiar a la biblioteca, luego pasé por el parque, —respondió ella, omitiendo ciertos detalles. No podía decirle a su madre que había estado con un chico, mucho menos alguien como Derek.
—Eso está bien, hija. Tu padre se preocupa, pero sabes que siempre está pensando en lo mejor para ti, —dijo su madre con un tono conciliador, como si estuviera tratando de justificar sus actitudes.
Adriana suspiró. Sabía que su madre siempre intentaba suavizar las cosas, pero no podía evitar sentir una creciente incomodidad cuando pensaba en su padre. La presión de sus expectativas la agobiaba cada día más.
—¿Papá está en casa? —preguntó con cautela.
—Está en la sala, viendo el noticiero. Creo que tuvo un mal día en el trabajo, así que quizá no sea el mejor momento para hablar con él, —respondió su madre mientras revolvía una olla en la estufa.
Adriana asintió y decidió dirigirse a su habitación, esperando poder evitar un enfrentamiento. Sin embargo, cuando estaba a punto de subir las escaleras, la voz autoritaria de su padre la detuvo.
—¡Adriana! —llamó desde la sala, con un tono que la hizo tensarse.
Se giró lentamente y caminó hacia donde él estaba. Su padre, sentado en su silla favorita con los brazos cruzados, la miraba con el ceño fruncido. La televisión parpadeaba frente a él, pero su atención estaba completamente enfocada en ella.
—¿Dónde has estado tan tarde? —preguntó, su tono severo.
—En la biblioteca, —repitió Adriana, tratando de mantener la calma—. Estudiando.
—¿Y por qué no llegaste a tiempo? No es apropiado que andes sola por ahí a estas horas, —dijo él, su voz cargada de juicio.
Adriana sintió la familiar sensación de sofoco. No importaba lo que dijera, nunca parecía ser suficiente para su padre.
—Papá, solo fui a estudiar. No es nada del otro mundo, —respondió, intentando mantener su tono tranquilo.
—No quiero excusas, —replicó él—. Ya te he dicho que no me gusta que estés fuera hasta tarde. Una chica como tú debe saber cómo comportarse. ¿O es que estás metida en algo que no quieres decirnos?
Esa última frase hizo que el corazón de Adriana se acelerara. ¿Sabía algo? No, era imposible. Nadie en su familia conocía a Derek ni lo que estaba ocurriendo en la universidad. Aun así, el miedo a que su padre sospechara algo la paralizó por un instante.
—No estoy haciendo nada malo, papá. Solo estoy enfocada en mis estudios, como siempre me has pedido, —dijo, manteniendo la mirada fija en él, aunque por dentro sentía que se desmoronaba.
Su padre la observó durante un largo segundo, como si estuviera evaluando cada palabra. Finalmente, suspiró.
—Espero que sea así. No quiero que malgastes todo lo que hemos hecho por ti. Las oportunidades no se regalan, y es tu deber mantener tu lugar en esa universidad, —dijo con dureza—. Y recuerda: no quiero que te distraigas con cosas sin importancia.
Adriana asintió, mordiéndose la lengua para no responder. Sabía que cualquier palabra más solo empeoraría la situación. Cuando su padre finalmente volvió su atención al televisor, ella escapó rápidamente a su habitación.
Una vez allí, cerró la puerta y se dejó caer en la cama, sintiendo el peso de su vida sobre sus hombros. Sus estudios, Derek, su familia… Todo parecía demasiado. ¿Cómo iba a seguir adelante sin que todo se desmoronara?
Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos.
—¿Puedo pasar? —la voz de su madre sonó al otro lado.
—Sí, mamá. Entra, —respondió Adriana, sentándose en la cama.
Su madre entró lentamente y se sentó junto a ella. Le acarició el cabello con ternura, como lo hacía cuando Adriana era una niña.
—Sé que es difícil, hija, —dijo su madre en voz baja—. Pero tu padre solo quiere lo mejor para ti, aunque a veces no lo demuestre de la mejor manera.
—Lo sé, mamá, —murmuró Adriana, aunque en el fondo sentía que sus palabras eran vacías.
—Eres una chica fuerte, Adriana. Y estoy orgullosa de ti. Pero también tienes que seguir tu propio camino, aunque a veces parezca imposible. —Su madre la miró con una mezcla de tristeza y comprensión.