El día después del festival, Derek despertó con una sensación diferente. Había algo en Adriana que lo hacía sentir… inquieto, pero de la mejor manera posible. Había estado con muchas chicas antes, pero ninguna lo había intrigado como ella. Su misterio, su humildad, su sonrisa tímida, todo lo hacía parecer inalcanzable y, al mismo tiempo, irresistible.
Derek bajó las escaleras hacia la cocina, encontrando a su padre sentado con una taza de café y un periódico, como solía hacer cada mañana. En la casa de los Parker no había normas estrictas, ni tensiones familiares. Su padre, Gabriel, era todo lo contrario a lo que él había escuchado de los padres de otros chicos de la universidad. La ausencia de su madre desde hacía años los había unido, pero más como amigos que como una clásica relación de padre e hijo.
—Buenos días, campeón —saludó Gabriel sin levantar la mirada del periódico—. ¿Cómo te fue anoche?
Derek sonrió al ver a su padre tan relajado, como siempre.
—Fue interesante —respondió, tomando un vaso de jugo del refrigerador y sentándose frente a él.
Gabriel finalmente dejó el periódico a un lado, mirándolo con una ceja levantada.
—¿Interesante? Eso suena más serio de lo que esperaba. —Sonrió con picardía—. ¿Es sobre esa chica? La que mencionaste la semana pasada, ¿cómo se llamaba? ¿Adriana?
Derek asintió, sin poder ocultar la sonrisa que le provocaba pensar en ella.
—Sí, esa misma. Fui al festival con ella anoche.
Gabriel lo observó con una mezcla de curiosidad y diversión.
—¿Y? ¿Cómo te fue? No me digas que esta chica te trae loco.
—No es como las demás, papá —dijo Derek, sintiendo que sonaba como un cliché pero sin poder evitarlo.
—Ah, entonces es serio —respondió Gabriel, tomando un sorbo de su café—. Bueno, ya sabes que aquí no hay reglas. Si te gusta, ve por ella. Solo asegúrate de que te haga feliz.
Derek siempre había apreciado la libertad que su padre le otorgaba. Gabriel nunca fue el tipo de padre estricto que imponía reglas o trataba de dirigir su vida. En su lugar, lo dejaba vivir a su manera, tomar sus propias decisiones y aprender de ellas. Para él, la vida debía disfrutarse, sin ataduras.
—Eso es lo que me preocupa, —admitió Derek—. Hay algo en ella, algo que no me está contando.
Gabriel lo miró atentamente, dejando su taza en la mesa.
—¿Crees que te está ocultando algo?
Derek se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero hay algo que la hace mantener una distancia, como si no quisiera que yo la conociera del todo. Y no puedo dejar de pensar en ello.
Gabriel asintió lentamente.
—Mira, hijo, las personas a veces tienen secretos. Pero si de verdad te interesa, dale tiempo. No puedes forzar a alguien a abrirse. Pero tampoco la presiones. Si ella vale la pena, sabrá cuándo decírtelo.
Derek apreció el consejo. Sabía que su padre siempre había sido liberal en cuanto a las relaciones, dejando que él navegara por sus propios sentimientos. Nunca lo presionó ni lo juzgó. Ese era uno de los beneficios de vivir solo con él. No había reglas rígidas, no había expectativas imposibles de cumplir, solo apoyo incondicional.
—Lo sé, papá, —dijo Derek con un suspiro—. Solo quiero entenderla. Hay algo en ella que me atrae, pero al mismo tiempo me aleja.
Gabriel se encogió de hombros y sonrió.
—Eso es lo divertido del amor, Derek. Siempre es complicado. Pero mientras te haga sentir algo, vale la pena seguir adelante.
Derek lo miró y sonrió, agradecido por su consejo. No siempre entendía el enfoque relajado de su padre, pero era reconfortante saber que tenía el espacio para explorar sus sentimientos sin la presión de una figura autoritaria.
—Gracias, papá, —dijo sinceramente.
Gabriel le dio una palmada en la espalda antes de levantarse de la mesa.
—De nada, hijo. Ahora, ve por ella y descubre ese misterio. No te quedes esperando.
Mientras su padre se dirigía a la puerta, probablemente para ir a correr o hacer algún otro pasatiempo relajado que ocupaba sus días, Derek se quedó pensando. Tenía razón. Adriana era diferente, y eso lo intrigaba. Pero también estaba dispuesto a esperar.
En la universidad, Derek se encontró con Adriana en la biblioteca, como había acordado la noche anterior. Ella parecía diferente, como si estuviera atrapada en sus propios pensamientos. Se acercó a ella con una sonrisa, pero pudo notar que algo no estaba bien.
—Hey, ¿todo bien? —preguntó suavemente, sentándose a su lado.
Adriana levantó la vista, con una sonrisa forzada.
—Sí, solo un poco cansada, —respondió, pero sus ojos delataban una preocupación más profunda.
Derek decidió no presionar. Recordó las palabras de su padre: dale tiempo. Aunque quería saber más de ella, entendía que debía ser paciente.
—Si necesitas hablar de algo, aquí estoy, ¿ok? —dijo él, dándole un leve toque en la mano.
Adriana asintió, pero no respondió. El peso de sus propios secretos parecía aplastarla, y Derek lo sentía. Mientras trabajaban en sus estudios, Derek no podía dejar de mirarla. Quería que confiara en él, quería conocer a la verdadera Adriana. Pero sabía que eso solo sucedería cuando ella estuviera lista.
Mientras tanto, él estaba dispuesto a esperar. Lo que sentía por ella era más fuerte que cualquier duda. Estaba claro que no sería fácil, pero Derek nunca había sido del tipo que se daba por vencido ante un desafío.
Y Adriana… era el mayor desafío que había conocido.