El Precio de mi Secreto

Capítulo 8: Bajo el Manto de la Noche

La tarde en la universidad había transcurrido con la misma rutina de siempre, pero algo entre Adriana y Derek había cambiado. Habían pasado más tiempo juntos, y aunque las conversaciones seguían siendo aparentemente casuales, cada mirada intercambiada, cada roce accidental entre ellos, estaba cargado de una energía diferente.

Cuando Derek sugirió que fueran a un café fuera del campus para relajarse un poco después de estudiar, Adriana dudó. Sabía que cada paso que daba con él la acercaba más a una situación que no podía controlar, pero la conexión que sentía con Derek era innegable. A pesar de todo lo que intentaba ocultar, se sentía segura con él.

El pequeño café estaba casi vacío cuando llegaron, el suave murmullo de música de fondo creando un ambiente cálido y acogedor. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, la luz del atardecer bañando el espacio con un resplandor dorado.

—Te ves tensa —comentó Derek, rompiendo el silencio mientras se inclinaba un poco hacia ella.

Adriana sonrió, pero no pudo evitar que sus manos traicionaran su nerviosismo, jugueteando con la servilleta de papel.

—Lo siento, solo estoy... pensando en muchas cosas —respondió, sin querer entrar en detalles.

—¿Quieres hablar de ello? —ofreció Derek con un tono suave.

Adriana lo miró a los ojos. Siempre había algo en su mirada que la desarmaba. Era como si pudiera ver más allá de su fachada, como si estuviera esperando pacientemente a que ella bajara sus defensas. Ese pensamiento la asustaba, pero al mismo tiempo, la hacía sentir algo cálido en el pecho.

—No quiero aburrirte —respondió finalmente, forzando una sonrisa.

Derek rió suavemente, sacudiendo la cabeza.

—Créeme, no hay nada de ti que me aburra, Adriana.

Ella bajó la vista, sintiendo que sus mejillas se calentaban. No estaba acostumbrada a recibir ese tipo de cumplidos, menos de alguien como Derek. Tan seguro, tan relajado, tan distinto a ella.

—Es solo que… hay cosas que no puedo explicar fácilmente —confesó, casi en un susurro.

Derek inclinó la cabeza, su expresión suave pero seria. Él podía sentir que había más, algo profundo que Adriana no estaba lista para compartir, pero no la presionaría.

—No tienes que explicarme nada si no quieres —dijo él—. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, sea lo que sea.

Adriana lo miró, sorprendida por la sinceridad en su voz. Durante años, había construido muros a su alrededor para protegerse, especialmente con respecto a su situación económica. El miedo de ser juzgada o tratada de manera diferente siempre estaba presente. Pero con Derek, esos muros comenzaban a resquebrajarse.

El silencio entre ellos fue cómodo por un momento. La brisa fresca del anochecer se filtraba por la ventana abierta, trayendo consigo el aroma del café recién hecho y las risas lejanas de la gente caminando por las calles.

—Gracias, Derek —dijo finalmente, sus ojos encontrando los de él—. No estoy acostumbrada a que alguien me diga eso.

Derek sonrió, esa sonrisa pícara que siempre hacía que su corazón latiera más rápido.

—Bueno, entonces tendré que decírtelo más seguido.

El leve coqueteo en su voz hizo que Adriana riera por lo bajo, aliviando parte de la tensión que había estado cargando todo el día.

Cuando terminaron de tomar su café, Derek le propuso dar un paseo. El aire fresco de la noche les sentó bien mientras caminaban por las calles tranquilas. Las luces de los postes brillaban suavemente, y el murmullo de la ciudad los envolvía, dándoles una sensación de intimidad en medio del bullicio.

—¿Te importa si hacemos una parada? —preguntó Derek de repente, señalando un pequeño parque que estaba cerca de ellos.

Adriana asintió, siguiéndolo sin dudar. Se adentraron en el parque, donde los árboles se mecían suavemente bajo la luz de la luna. El silencio entre ellos no era incómodo, al contrario, era como si el mundo se hubiera detenido un momento para ellos dos.

Derek la llevó a una pequeña colina desde donde se veía una vista panorámica de la ciudad. Las luces titilaban en la distancia, y el cielo estaba despejado, dejando ver algunas estrellas.

—Es hermoso, —murmuró Adriana, sintiéndose pequeña frente a la inmensidad de la ciudad.

—Sí, lo es, —respondió Derek, pero cuando ella lo miró, se dio cuenta de que él la estaba observando a ella, no al paisaje.

Su mirada era intensa, cargada de algo que no había expresado aún. El corazón de Adriana se aceleró, y antes de que pudiera decir algo, Derek se acercó un paso más.

—Adriana, desde el momento en que te vi supe que eras diferente —susurró él, sus palabras cargadas de sinceridad—. No sé qué es lo que estás guardando para ti, y no voy a presionarte para que me lo digas, pero... quiero que sepas que estoy aquí. No voy a irme.

Adriana sintió un nudo formarse en su garganta. Todo en su interior le gritaba que se alejara, que no podía dejar que Derek se acercara más. Si descubría su secreto, todo cambiaría. Pero también estaba ese otro lado, el lado que anhelaba dejar de esconderse, dejar de huir.

Derek, como si sintiera su lucha interna, se acercó suavemente, dándole espacio para decidir. Y en ese instante, bajo el cielo estrellado, Adriana sintió que el muro entre ellos se rompía. Dio un pequeño paso hacia adelante, acortando la distancia entre sus cuerpos.

No fue necesario decir más. Derek la tomó suavemente de la mano, sus dedos entrelazándose con los de ella. El calor de su piel contra la suya era reconfortante, y de alguna manera, tranquilizador. No había prisa. Solo había ese momento.

Derek se inclinó lentamente, sus ojos fijos en los de Adriana, como pidiendo permiso. Ella no se apartó. Sus labios se encontraron en un beso suave, delicado, cargado de todo lo que había quedado sin decir. El mundo a su alrededor se desvaneció, dejando solo la sensación del uno en el otro, como si el tiempo hubiera decidido darles una tregua.




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