El Precio de mi Secreto

Capítulo 11: La Decisión Audaz

Adriana no dejaba de mirar el reloj en su habitación, viendo cómo los minutos avanzaban lentamente, pero con cada segundo que pasaba, el nudo en su estómago se apretaba más. Sabía que asistir a la fiesta en la casa de Sam era una mala idea. No solo porque no encajaba en ese tipo de eventos, sino también por su padre.

Él había sido claro: nada de salir después de las clases, y menos a ese tipo de fiestas donde la influencia de chicos como Derek podría ser peligrosa para su futuro. Pero esta vez, no podía dejar que el miedo la controlara. Ya había rechazado demasiadas oportunidades por el temor a lo que su padre pensara. Esta noche, quería sentirse libre, aunque fuera por unas horas.

Sentada en el borde de la cama, escuchaba a sus padres discutir en la planta baja. Sabía que era la oportunidad perfecta. Su padre estaba distraído, probablemente quejándose de algún problema en el trabajo, y su madre, como siempre, intentaba calmarlo. Adriana sabía que su madre la cubriría si la situación empeoraba, aunque no le gustara lo que estaba a punto de hacer.

Tomó aire profundamente, se levantó y se acercó al armario. No tenía nada extravagante, pero eligió el mejor conjunto que podía improvisar: unos shorts de mezclilla y una blusa ligera, suficiente para no llamar demasiado la atención, pero también lo bastante sencilla como para sentirse cómoda. Sabía que, comparada con las demás chicas en la fiesta, no destacaría, pero eso no le importaba.

Recogió su cabello en una coleta alta, mirándose en el espejo una última vez antes de meter algunas cosas en su mochila: maquillaje, su celular y las llaves. Tenía que ser rápida.

Con sigilo, abrió la ventana de su habitación. Afortunadamente, su casa tenía un balcón que conectaba con una escalera trasera que daba al jardín. Su padre nunca se molestaba en revisar esa parte de la casa, y si lo hacía, su madre siempre encontraba una manera de distraerlo. El corazón de Adriana latía con fuerza mientras se deslizaba por la ventana y bajaba las escaleras lo más silenciosamente posible.

—Por favor, que no me vean —murmuró para sí misma mientras tocaba el césped con los pies.

Una vez en el jardín, se deslizó por el costado de la casa, pasando junto a los arbustos y alejándose lo suficiente hasta que se sintió fuera de peligro. Sacó su teléfono y le mandó un mensaje rápido a Derek.

"Voy en camino. No le digas a nadie que no debía salir esta noche."

No pasó mucho tiempo antes de que Derek respondiera.

"Lo prometo 😉. Te espero aquí, no tardes."

Adriana se guardó el teléfono en el bolsillo y caminó hacia la parada de autobús más cercana. Sabía que llegar en un auto lujoso como el de Derek la habría delatado inmediatamente ante su padre, así que optó por algo más discreto. Aún quedaban unos minutos hasta que el autobús llegara, y durante ese tiempo, no podía evitar sentirse al borde del arrepentimiento.

¿Estaba tomando la decisión correcta? Escaparse de su padre, arriesgarse a que él lo descubriera y, peor aún, que Derek descubriera su verdadero mundo. Todo eso la aterrorizaba. Pero había algo más poderoso en su interior: la necesidad de sentir que, por una vez, podía tomar el control de su vida.

Cuando el autobús llegó, se subió rápidamente y encontró un asiento en la parte trasera. Mientras el vehículo avanzaba por las calles iluminadas por las luces de la ciudad, Adriana cerró los ojos un momento, tratando de calmarse. Pronto estaría con Derek, y todo estaría bien. No podía pensar en las consecuencias ahora.

La casa de Sam estaba iluminada desde lejos. Incluso antes de llegar, Adriana podía escuchar la música y el murmullo de las voces. Bajó del autobús en la esquina y caminó las pocas cuadras que la separaban del lugar. El imponente jardín, con su piscina en el centro, ya estaba lleno de estudiantes. Gente que ella reconocía de la universidad, muchos de ellos riendo, bailando y disfrutando de la noche sin preocupaciones.

Cuando llegó a la entrada, se sintió fuera de lugar, pero no por mucho tiempo. Justo entonces, Derek apareció entre la multitud, con una sonrisa amplia y relajada. Sus ojos se iluminaron al verla.

—¡Adriana! —exclamó, caminando hacia ella con determinación.

Sin decir una palabra, Derek la envolvió en un abrazo cálido que la hizo olvidar todas sus dudas por un instante. Con él, siempre se sentía segura.

—Me alegra que hayas venido —le dijo al oído—. Estaba empezando a pensar que no te atreverías a desafiar a tu padre.

Adriana se sonrojó un poco, sintiéndose avergonzada de lo evidente que era su situación.

—Sí, bueno, fue complicado, pero aquí estoy —dijo, tratando de sonar despreocupada.

Derek la miró con una sonrisa traviesa.

—No te preocupes, ya estás a salvo. Nadie te atrapará aquí —bromeó, guiñándole un ojo.

La llevó de la mano hacia el jardín, donde la fiesta estaba en pleno apogeo. Algunos chicos ya estaban en la piscina, mientras otros bebían y charlaban en grupos. Adriana trataba de no sentirse abrumada, pero no podía evitar notar las miradas curiosas que algunos le lanzaban. No era parte de ese mundo, y lo sabían. Aun así, la presencia de Derek junto a ella le daba algo de confianza.

—Ven, vamos a buscar algo de beber —sugirió Derek mientras la guiaba hacia una mesa llena de botellas y vasos.

Adriana tomó una botella de agua, evitando el alcohol. No quería arriesgarse a perder el control, no esa noche. Ya había hecho suficientes cosas imprudentes.

A medida que avanzaba la noche, Derek se mantuvo cerca de ella, asegurándose de que se sintiera cómoda. A pesar de las miradas y los comentarios superficiales de algunos de sus amigos, él no dejó que nadie la hiciera sentir menos. De hecho, cada vez que alguien se acercaba con algún comentario inapropiado, Derek lo apartaba con una sonrisa burlona y una respuesta rápida que dejaba claro que Adriana estaba bajo su protección.




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