El Precio de mi Secreto

Capítulo 13: La Carga del Secreto

Adriana se despertó al día siguiente con una sensación de pesadez en el pecho. El eco de las palabras de su padre aún resonaba en su mente. La discusión de la noche anterior había dejado una huella profunda en ella, una mezcla de rabia, dolor y frustración que no lograba disiparse.

Al bajar las escaleras, la casa estaba en completo silencio. Su madre estaba en la cocina, preparando el desayuno en silencio, mientras su padre se había marchado temprano a trabajar, como siempre. Pero algo había cambiado. La tensión flotaba en el aire, y Adriana supo que su relación con su padre nunca volvería a ser la misma.

—Buenos días, mamá —dijo con voz apagada, sentándose a la mesa.

Su madre la miró con tristeza, pero no dijo nada al principio. La decepción era evidente en sus ojos, y Adriana no pudo evitar sentirse culpable.

—Buenos días, cariño —respondió finalmente, sirviendo un plato de comida frente a ella.

El silencio que siguió fue abrumador. Ambas sabían que la situación con su padre estaba lejos de resolverse, pero hablarlo en ese momento parecía imposible.

—No quiero que te preocupes —dijo su madre en un susurro, rompiendo el silencio—. Tu padre... solo necesita tiempo.

Adriana asintió, aunque sabía que el problema era mucho más profundo. No era solo cuestión de tiempo; su padre nunca aceptaría su deseo de vivir su propia vida, de hacer sus propias elecciones. El control que ejercía sobre ella la estaba ahogando.

—Voy a ir a la universidad, mamá —dijo después de unos minutos, sintiendo que necesitaba escapar de esa atmósfera sofocante.

Su madre la observó con preocupación.

—¿Estás segura? Quizá deberías quedarte en casa hoy. Después de lo que pasó anoche, no creo que tu padre quiera que salgas...

—Tengo que ir. No puedo quedarme aquí encerrada. Necesito despejar mi mente. —Adriana se levantó, tomando su mochila y dirigiéndose hacia la puerta antes de que su madre pudiera objetar más.

El aire fresco del exterior fue un alivio inmediato. Caminando por las calles, Adriana intentaba sacudir el peso de la noche anterior. Pero la sensación de estar atrapada no se iba. Su secreto, su vida doble, la presión de complacer a su padre, todo estaba acumulándose, y ella no sabía cuánto más podría soportar.

Cuando llegó a la universidad, el bullicio de los estudiantes la envolvió. Por un momento, se sintió aliviada al estar lejos de casa, rodeada de personas que no conocían su situación. Sin embargo, ese alivio se desvaneció rápidamente cuando vio a Derek esperándola en la entrada.

Su corazón dio un vuelco. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar las preguntas de Derek. Él había sido testigo de su nerviosismo la noche anterior, y seguramente quería saber qué había pasado.

—Hola —dijo Derek, sonriéndole con una calidez que le hizo olvidar temporalmente su angustia—. ¿Estás bien?

Adriana se forzó a sonreír.

—Sí, estoy bien... más o menos —respondió, sin poder ocultar la tristeza en su voz.

Derek frunció el ceño, su mirada preocupada.

—¿Qué pasó anoche? Parecías... asustada. —Su tono era suave, pero directo.

Adriana miró hacia el suelo, sintiendo que las palabras se atascaban en su garganta. No podía decirle la verdad. No podía contarle que su vida en casa era un desastre, que su padre la controlaba y que estaba constantemente caminando sobre una cuerda floja.

—Solo tuve una discusión con mis padres. Nada grave —mintió, esperando que eso fuera suficiente para calmar su curiosidad.

Pero Derek no parecía convencido.

—Adriana, si necesitas hablar, estoy aquí para ti. Lo que sea que esté pasando... no tienes que enfrentarlo sola. —Derek dio un paso más cerca, y su mano rozó la de ella, provocando una chispa en su interior.

Por un segundo, Adriana quiso soltarlo todo, confesarle lo difícil que era vivir con el miedo constante de que alguien descubriera su secreto. Pero el miedo al juicio y la vergüenza de su situación la detuvieron.

—Gracias, Derek. De verdad. Pero estoy bien, solo necesito tiempo para resolverlo. —Sonrió débilmente, intentando tranquilizarlo.

Derek la observó con intensidad por unos segundos, como si estuviera debatiendo internamente si debía seguir insistiendo o no. Finalmente, asintió, aunque el brillo en sus ojos indicaba que no estaba completamente satisfecho con su respuesta.

—Está bien. Solo recuerda que puedes contar conmigo, ¿de acuerdo? —dijo, tocando su brazo con suavidad antes de dejarla marchar.

Adriana suspiró con alivio. Lo último que quería era involucrar a Derek en sus problemas familiares. Sin embargo, había algo en la forma en que la miraba, una preocupación genuina que hacía que su corazón se acelerara. Quizá, solo quizá, podría confiar en él algún día.

Las clases pasaron como un borrón. Adriana apenas podía concentrarse en los libros o las explicaciones de los profesores. Su mente seguía atrapada en los eventos de la noche anterior y en lo que vendría después. El temor a las represalias de su padre la mantenía en un estado constante de alerta.

Cuando las clases terminaron, Adriana se dirigió al café donde solía estudiar. Necesitaba escapar, al menos por un rato, del mundo que la ahogaba. Se acomodó en una mesa junto a la ventana, observando a la gente pasar mientras intentaba leer un libro.

No había pasado mucho tiempo cuando escuchó una voz familiar.

—¿Te importa si me siento contigo?

Adriana levantó la vista y vio a Derek de pie junto a su mesa. Su corazón se aceleró de nuevo. Parecía inevitable que él siempre apareciera cuando más lo necesitaba, como si fuera una constante en su vida.

—Claro, siéntate —respondió, tratando de no sonar nerviosa.

Derek se sentó frente a ella y la observó en silencio por un momento. Su mirada era intensa, como si estuviera tratando de descifrar lo que pasaba por su mente.




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