El sol ya comenzaba a descender cuando Adriana regresaba a casa. El aire fresco de la tarde no era suficiente para calmar la ansiedad que había sentido todo el día. Derek estaba tan cerca de la verdad, tan dispuesto a descubrir su secreto, que le daba miedo que en cualquier momento todo se derrumbara.
Llegó a la puerta de su casa, y la sensación de estar atrapada entre dos mundos se intensificó. Por un lado, estaba la vida controlada por su padre, la de la chica que debía seguir las reglas estrictas de su familia, ocultar su verdadera situación económica y vivir según los estándares que él dictaba. Por otro, estaba el mundo que comenzaba a construir con Derek, lleno de emociones nuevas, de libertad, y de un futuro incierto que la asustaba tanto como la ilusionaba.
Adriana giró la llave en la cerradura, tratando de mantener la calma. Al entrar, encontró a su madre en la sala, sentada en el sofá con la mirada perdida en el televisor apagado.
—Hola, mamá —dijo Adriana, tratando de sonar casual, pero había un tono de preocupación en su voz que no pudo ocultar.
Su madre levantó la vista y le dedicó una sonrisa cansada.
—Hola, hija. ¿Cómo te fue hoy en la universidad?
Adriana dudó por un momento. Sabía que no podía contarle lo que realmente estaba ocurriendo con Derek, ni cómo había cambiado su día desde la fiesta, pero tampoco quería mentir más de lo necesario.
—Bien, fue... un día normal —respondió finalmente, quitándose la mochila y dejándola sobre el suelo—. ¿Y papá?
Su madre suspiró, como si la sola mención de su marido la agotara.
—Aún no ha llegado, pero ya sabes cómo es. Después de lo de anoche, sigue molesto. Dale tiempo, Adriana. Con el tiempo, lo entenderá.
Adriana quería creerle, pero sabía que la situación con su padre no se arreglaría con un simple “darle tiempo”. La relación con él se había vuelto más tensa con cada paso que daba hacia su independencia.
—Sí, claro... tiempo —murmuró mientras se dirigía a su habitación, deseando escapar del ambiente opresivo.
Al cerrar la puerta de su cuarto, el silencio la envolvió. Se dejó caer sobre la cama, sintiendo el peso del día sobre sus hombros. Derek estaba cada vez más cerca de la verdad, y su padre más inflexible. Todo se sentía como una cuerda que, si se tensaba un poco más, terminaría por romperse.
Adriana tomó su teléfono, dudando antes de abrir su chat con Derek. Había algo en su última conversación que le había dejado una sensación de intranquilidad. Él no dejaría de intentar saber lo que ocultaba, y ella no podía permitirse abrirse del todo.
Antes de que pudiera escribirle algo, su teléfono vibró.
Era un mensaje de Derek.
Derek: "¿Todo bien? Estuviste muy callada en el café, y me quedé pensando si dije algo que te incomodó."
Adriana se mordió el labio. No era que él hubiera dicho algo incómodo, sino lo cerca que estaba de descubrir su realidad. La forma en que él intentaba estar ahí para ella la hacía sentir vulnerable, algo que no podía permitirse. Aún no.
Adriana: "No fue nada. Solo tengo cosas en la cabeza. Lo siento si te preocupé."
El mensaje tardó unos segundos en ser leído, y en menos de lo que imaginaba, la respuesta llegó.
Derek: "No tienes que disculparte. Solo quiero que sepas que no tienes que cargar con todo sola."
Las palabras de Derek la golpearon con una mezcla de consuelo y miedo. Él no lo sabía, pero sí, cargaba con mucho. Y la única razón por la que lo hacía sola era porque no podía compartirlo con nadie, ni siquiera con él.
Antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, su madre tocó la puerta y entró suavemente, como solía hacer cuando quería hablar de algo serio.
—Adriana, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, sentándose al borde de la cama.
Adriana dejó el teléfono a un lado y se incorporó, sabiendo que lo que venía no sería una charla fácil.
—Claro, mamá. ¿Qué pasa?
Su madre parecía incómoda, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Sé que lo que pasó con tu padre fue difícil... y no voy a justificar su reacción —comenzó, haciendo una pausa mientras Adriana la observaba—, pero tienes que entender que él quiere lo mejor para ti. Es su manera de protegerte.
Adriana frunció el ceño. Ya había escuchado esa explicación demasiadas veces.
—Protegerme de qué, mamá... ¿de ser feliz? —Su tono fue más duro de lo que esperaba, pero no se arrepintió de haberlo dicho.
Su madre la miró con un destello de tristeza en los ojos, como si supiera que, en el fondo, Adriana tenía razón.
—No es eso... Es que él tiene miedo de que te lastimen, de que tomes malas decisiones que afecten tu futuro. Somos una familia humilde, Adriana, y siempre hemos luchado por darte las mejores oportunidades. Tu padre quiere asegurarse de que no arruines todo eso.
Adriana sintió que su garganta se cerraba. Sabía que el dinero era el núcleo de muchas de las preocupaciones de su padre, pero no podía seguir viviendo bajo esa presión constante.
—Mamá, sé que me aman, y sé que papá solo quiere protegerme, pero no puedo vivir con miedo a decepcionarlo. Yo también tengo sueños, quiero vivir mi vida. No puedo ser perfecta todo el tiempo, y no puedo seguir fingiendo que todo está bien cuando no lo está. —Las palabras salieron de golpe, llenas de la frustración que había estado acumulando durante meses.
Su madre la miró en silencio durante unos segundos antes de suspirar y tomar su mano.
—Lo sé, hija. Y entiendo que quieres encontrar tu propio camino. Solo te pido que seas paciente. Las cosas cambiarán, lo prometo.
Adriana asintió, aunque en su corazón sabía que esa promesa era difícil de cumplir. No sabía cuánto tiempo más podría soportar vivir con tantas restricciones.